Capítulo 12

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Para Lena Luthor, cuyo itinerario se ajustaba únicamente a aquello que pertenecía al radio que acaparaban las fronteras de Los Woods, no existía mundo fuera de Red Flower, ni gente que no fuera la de Red Flower, ni distrito más lejano, ni veredas, ni calles, ni árboles que no pertenecieran al pueblo colonial en el que sus ancestros habían residido por generaciones.

Como pocos jóvenes en sus días, se sentía cómoda con la pequeñez de su comunidad y la seguridad en que las amparaba a ella, a su hermana y a su tía Alexia. No necesitaban nada más en el mundo, y en su corazón de adolescente, como pocas veces acontece, no latía más que quietud y conformidad. El deseo de aventura y descubrimiento era tan ajeno a ella como lo son los peces a los árboles.

Iba y venía del instituto y de la pileta. A veces se quedaba en casa de sus amigos, y otras prefería disfrutar de una cena en tranquilidad con sus dos personas favoritas en el mundo, y era perfecto estar solo las tres. En algunas ocasiones, aunque las menos, se permitía añorar a sus padres, pero en general comprendía que el pasado era irreparable, y que si le daba muchas vueltas, solo podía estropear el presente. Además, tía Alexia había respondido con anterioridad a todas sus preguntas acerca del accidente que les arrebató la vida a sus progenitores entre otras cuestiones relacionadas a sus vidas, aspecto y rasgos generales. Esa clase de información había ayudado en gran parte a serenar la inquietud de Lena con respecto al vacío que, por muy buena que hubiese sido su tía haciéndose cargo de ellas, irremediablemente deja la ausencia de los padres en la vida de un niño o un joven.

No se hacía grandes esperanzas hacia el futuro. Sabía que al crecer, muy probablemente acabaría por administrar la biblioteca de su tía, donde pasaba la mayor parte de sus ratos libres en los que no entrenaba en la piscina, para exasperación de Ámbar, su mejor amiga, que se movía a otro ritmo y en otros espacios.

-          "¿Quieres vivir una novela, querida?- solía decirle-. Pues salte de ese rincón sucio y arroja ese libro a otra parte. Las personas reales son mucho más entretenidas, si sabes cómo tratarlas. ¡A lo mejor te enterarías si bajaras un rato de las nubes!"

En esas ocasiones, mientras Lena trataba de explicarle que sabía exactamente cuál era la diferencia entre la realidad y la ficción, pero que en general la ficción daba mucho más que vivir, Ámbar le arrebataba el libro, lo dejaba sobre el viejo sillón de lectura y la sacaba de la biblioteca a rastras. Lena no se quejaba. Era demasiado dócil para eso, y además sabía que no se le podía decir que no a su mejor amiga.

En el colegio no era distinto. Ámbar siempre quería ser el centro de atención y, por añadidura, que ella la acompañase a colocarse debajo de los reflectores, donde ambas eran tontamente adoradas. ¿Pero qué sentido tenía esa popularidad inducida por el miedo a Ámbar, y por extensión, de forma prejuiciosa, hacia ella? Lena no lo sabía, pero tampoco decía nada al respecto. Solo se dejaba arrastrar, como si se tratase de una corriente demasiado fuerte como para luchar contra ella.

Ámbar elegía a sus chicos, a sus amigos, y las cosas que debían hacer cuando salían juntas. A veces, Lena se sentía más testigo que partícipe de su vida, pero no se inquietaba. Nunca se inquietaba porque no creía que lo valiese. Estaban encima de la cadena, y ella no había movido un dedo para que eso sucediera al menos hasta donde sabía. Todo se lo debía a Ámbar, y de alguna forma, mal o bien (o de muchas formas), tenía que pagarle.

A ojos vistas, Lena no tenía de qué quejarse con su serena existencia, pero también existía el pozo... Así había apodado a la sensación de echar algo en falta, que a veces se agitaba en su pecho, en general luego de despertar o en el transcurso de la noche. Durante sus sueños, era partícipe de escenas escalofriantes que no creía haber vivido, pero que se sentían tan reales junto con el miedo, que podrían haber formado parte de una vida pasada. Luego llegaban las horas de insomnio, durante las cuales miraba por la ventana, hacia el cielo crepuscular, y esperaba. No sabía qué exactamente, pero tenía el profundo convencimiento de que algo sucedería. Se lo decían las voces en su cabeza; esas de las que no había querido hablar a nadie por la más lógica de las razones; temía a la posibilidad de estar enloqueciendo; una realidad que se volvía cada día más veraz, pero que ignoraba abiertamente, ya fuese por negación o por la estupidez que lleva a los humanos a creer que el fin no es permanente ni cercano, sino algo remoto e irreal.

El lado oscuro de la luna- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora