Capítulo 7

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La noche se había sembrado sobre el bosque más temprano de lo usual. La tormenta seguía rugiendo y soltando baldazos de agua que reposaban como profundos charcos entre fango y hojas secas, y en las zonas de mayor altitud, como precipitados caudales que sobrepasaban piedras, ramas y helechos sin menguar en su carrera.

La cabaña estaba sumida en la lumbre de unos pocos faroles esparcidos sin un criterio preciso alrededor de la sala. Los vidrios empañados y los colores oscuros manchados por el sombrío anaranjado que prolongaba sombras y se quedaba pegado sobre las paredes de madera, daban al lugar un aspecto de soledad invernal; de días de encierro junto al fuego, del té de hierbas caliente entre las manos entumecidas. Frazadas escocesas de lana y una pila de libros sobre la cómoda.

Kara, que había estado sentada en el sillón ojeando un manual de cacería, se puso de pie desde su lugar y, en pijamas, fue a recibir a sus visitantes, a quienes ya había olido desde hacía un par de kilómetros, y cuyos pasos acababan de detenerse en su pórtico. Llamaron a la puerta; toc, toc, toc. Ella tomó la perilla y la giró, atrayendo la madera hacia sí y plantándose una sonrisa en el rostro.

-          ¡Cuéntanos todo!- Exclamó Brizila Hicks, su mejor amiga, precipitándose hacia el interior de la sala con el cabello rojo ondeante a su espalda y el impermeable azul doblado sobre su brazo izquierdo.

Marcus, su otro mejor amigo, se introdujo con mayor timidez; saludándola con una inclinación de cabeza y una sonrisa. Kara cerró la puerta y los siguió hacia el sillón, donde los tres acabaron por sentarse.

-          ¿Lo encontraron?- Preguntó Brizila-. A la bestia, ¿tú y los otros la encontraron?

El chico también miraba expectante, tan interesado como la otra por la respuesta que su anfitriona estaba a punto de soltar.

Brizila y Marcus eran los únicos humanos que conocían el secreto de Kara. Podría decirse que fue eso lo que los unió tan estrechamente a los tres. Se habían conocido el año anterior cuando Kara se unió al grupo de periodística, y simpatizaron rápidamente, volviéndose inseparables. Almorzaban y estudiaban juntos a diario, y se interesaban por los mismos temas, en general, dentro y fuera de lo que al diario se refería. Brizila, que era muy sagaz, había pasado mucho tiempo investigando las muertes y desapariciones misteriosas que a diario acontecían en Red Flower, y tenía varios folios acerca del tema que no dudó en enseñar a Kara. Marcus, por su parte, había sido el depositario de las locuras de su amiga por varios años ya, y es que a Brizila le obsesionaban el tema de lo oculto y las probabilidades de lo místico o lo sobrenatural. Era curiosa, y nada tonta, y cuando Kara vio lo acertadas que eran muchas de sus teorías, pensó en apartarse de ella por pura protección personal.

Pero un día, cuando sus dos nuevos amigos fueron a estudiar a su casa, la suerte o el destino hicieron que llegaran en el momento oportuno, cuando Kara se transformaba y el viento soplaba demasiado fuerte y en una dirección demasiado desfavorable como para oírlos u olerlos. Ese día, las vidas de ambos jóvenes cambiaron, y de cierta forma, también la de Kara.

-          Fue... algo más complejo que eso- contestó Kara, sentándose a modo de indio.

-          ¿Qué quieres decir?- Se interesó Marcus.

-          Encontré a la bestia y luché con ella- reveló la joven-. Pero había alguien más allí. Alguien en quien el licántropo tiene un particular interés, aparentemente.

Sus dos amigos abrieron los ojos de par en par.

-          ¡Venga!, ¿qué esperas? ¿Es que nos vas a dejar con la intriga?- Presionó Brizila durante la pausa subsiguiente.

El lado oscuro de la luna- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora