Capítulo 4

2K 222 60
                                    

Lena tomó su abrigo y salió en puntillas de pie por el pasillo de su casa con los dientes prietos y aguantando la respiración para evitar el peor de los escenarios concebidos por su imaginación.

Por la ventana junto a la curva a través de la cual conseguiría llegar a la entrada, observó el brillo cegador de la gigantesca luna llena, que retozaba en el cielo por detrás de una pequeña salpicadura de nubes negras. Habían anunciado una tormenta para esa noche; solo esperaba que la misma esperase a que llegara al bar en donde, horas antes, había quedado en reunirse con Toby Silver.

Tomó las llaves de su auto de la cómoda y apretó los párpados cuando el tintineo se expandió por la sala. En el sillón, su padrastro se removió y soltó un grotesco ronquido. Lena se detuvo en seco, sobresaltada, y miró hacia la televisión encendida, que mostraba una carrera de fórmula uno.

Creyendo estar fuera de peligro, guardó las llaves en su bolsillo y se dirigió a la puerta, dispuesta a abrirla e irse corriendo hacia el auto para poder soltar un suspiro de alivio y alejarse lo antes que pudiera de ese sitio que, hacía mucho, había dejado de ser su hogar, o al menos un hogar al que ansiara volver al final del día.

- ¿A dónde crees que vas a estas horas?

Lena saltó en su sitio, girándose hacia la sala, poseída por una conocida presión en el pecho. Conell estaba apoyado contra el marco de la puerta de la cocina, botella de cerveza en mano y un bamboleo que hizo dudar a su hijastra acerca de la posibilidad de que se fuese a mantener en pie por mucho rato más. A primera vista, parecía un vagabundo. Traía la sudadera manchada de comida, el cabello (que le llegaba por los hombros) pegado al rostro, grasiento y bañado en sudor; la barba crecida y oscura con restos de algo amarillento o anaranjado que había estado devorando frente al televisor, y los pantalones cubiertos de grasa de motocicleta, que seguro provenía de su "tesoro", al que ajustaba y reajustaba cualquier tarde en que se aburriera de estar ocioso.

La joven tragó saliva, y por un momento, además de aterrorizada, se sintió culpable, como si estuviese cometiendo una falta.

- Voy a salir con un amigo- declaró con la voz más firme de lo que se hubiese sentido capaz-. Ya le avisé a mamá.

Conell sorbió por la nariz y se limpió la boca con el dorso de la mano. En sus ojos se había asentado esa mirada que sus hijastras tanto temían; esa ira necia, sorda e intermitente que lo asaltaba tan velozmente como hace acto de presencia un huracán, y que parecía impedir todo atisbo de sensibilidad o razonamiento.

- Nadie me lo mencionó- gruñó, enfadado.

Lena retrocedió, sabiéndose en riesgo.

- N-no creí que fuera necesario. Solo saldré un rato.

Conell gruñó un asentimiento, y por un momento, la joven se sintió esperanzada acerca de que la dejase ir sin demoras.

- ¿Te parezco un chiste?- preguntó entonces el hombre, bajando el tono de voz.

- ¿Qué?- Lena se estremeció.

- ¡Que si te parezco un maldito chiste!- Conell dio un golpazo a la madera con la palma de la mano. La joven trastabilló y se dio contra la puerta-. ¡Debo saber todo lo que sucede en esta casa! ¡Estás bajo mi cargo, diablilla, y no me gusta que te andes tonteando con algún idiota del pueblo que, si te deja preñada, de seguro no pondrá un peñique para mantener a su basura! ¿No te parece que ya somos suficientes en esta casa? ¿Quieres traer a una cría? ¡Me niego a alimentar una boca más! ¡Y más a que mi hijastra se ande de puteríos por el pueblo donde todos me han visto la cara! No irás una mierda. Te lo prohíbo. ¡Ahora vete de vuelta a tu habitación, antes de que me lo piense de nuevo!

El lado oscuro de la luna- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora