Capítulo 3

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Se sentía ligera como una pluma; enérgica como los rápidos del río. Su corazón latía a la par del viento; de las vibras más profundas y sonoras del bosque. Su olfato seguía todos los caminos; todas las huellas, todas las esencias imaginables. Era una con los antiquísimos árboles, con el musgo y los líquenes. Ese era su territorio, el territorio de la manada y el territorio que durante generaciones había pertenecido a sus ancestros.

Saltó sobre una saliente que se elevaba por encima de las cuevas del norte y soltó un rugido espeluznante que sacudió las copas de los árboles, espantando a las aves y haciendo que las ardillas metiesen la cabeza en sus madrigueras. Sus garras se aferraron a la roca y dejaron delgadas y pálidas líneas estampadas en su superficie. Crrr.

Kara se irguió jadeante y esbozó una sonrisa salvaje. Sus ojos habían adoptado un tono amarillo brillante, y sus dientes eran más afilados de lo normal; constituían una herramienta para rasgar y destrozar. Las herramientas de un depredador.

- ¿Planeabas llegar al otro lado de la frontera?- Oyó una voz a su espalda.

Gruñó y se dio la vuelta, enseñando los dientes a su hermana.

- No- rió-. Pero un par de ardillas más y de seguro que la pasaba por unos cuantos kilómetros.

La otra joven estaba seria. Se acercó a ella con andar suave. La había seguido de cerca durante todo el trayecto, así que su respiración también estaba agitada.

- Su rastro está por todo el bosque. Nos toma el pelo- Opinó.

Kara, ignorando sus palabras, se agazapó sobre la piedra en la que se encontraba y, con aire juguetón, entre gruñidos, se lanzó hacia ella y la derribó. Ambas rodaron por la hojarasca, empujándose y riendo. Antes de llegar a una pendiente, se incorporaron de un salto al mismo tiempo y se enfrentaron, ojos encendidos y garras y dientes afuera.

Comenzaron a perseguirse por los alrededores. Al principio, pareció que Alex permanecería en su actitud seria y mesurada, pero no tardó en distenderse y seguirle el jugueteo a su hermana menor. Ese día habría luna llena, después de todo, y su sangre hervía como nunca.

- Parecemos cachorros- opinó luego de esquivar un zarpazo de Kara con ayuda del impulso ejercido sobre el tronco de un roble.

- ¡A que no me das alcance!- Bramó Kara antes de salir disparada en dirección a su casa-. ¡La última en llegar es un gato!

Alex rió e inició la corrida sin perder tiempo. Desde su posición, apenas si llegaba ya a ver la melena rubia de su hermana agitándose contra el viento entre el bosque semi-oscuro. Siempre ocurría lo mismo; ella intentaba parecer razonable y Kara, por su parte, hacía lo posible por hacerle perder el hilo e ir por el lado de la socarronería.

<<Es solo una cachorra>>, pensó. Y una muy imprudente, a decir verdad. Siempre andaba metiéndose en líos, ¿y quién era la que tenía que sacarla de cada embrollo? Pues Alex, por supuesto. Siempre Alex. Hacía tres meses, cuando se negó a entrar a la guarida junto con ella y sus padres y abuelos, salió a buscarla para que no hiciera nada de lo que pudiese arrepentirse. La ayudó, por igual, aquel día en que asistió a clases luego de un eclipse, cuando su segunda naturaleza resultaba ser más indomable que nunca. También tuvo que encubrirla cuando se comió al menos tres cabezas de ganado de los Stevenson, y como esas, cientos de cosas más. Pero Alex nunca podía enojarse con ella. Sabía que su deber era protegerla, y lo cierto es que Kara tenía la facultad de ser demasiado buena para tener a alguien enfadado durante demasiado tiempo. Una sonrisa de esas ingenuas e infantiles le bastaba para tener a todos a sus pies; por eso, también, sus padres siempre habían sido más indulgentes con ella que con Alex. Kara, por lo general, nunca tenía la culpa. Su hermana, en cambio, a menudo era la principal responsable de todo cuanto pudiese suceder.

El lado oscuro de la luna- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora