Capítulo 36

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En lo sucesivo a hablar con Kara, Lena fue invitada a un evento musical organizado por las ninfas. En la antigua era, la música nínfica era protagonista en las cortes de las deidades, y siempre símbolo de prestigio o celebración. Ella lo veía claro: la asamblea estaba tratando de comprarla y agasajarla para que cediese a sus demandas. Sentada en la platea principal del teatro greco-latino edificado en base a la arquitectura del mundo mágico donde, usualmente, se guardaba sitio para los invitados más importantes, se sintió como si estuviese dentro de una cárcel. Se trataba de barrotes inquebrantables, porque estaban hechos de expectativas y de interés formulados en torno a la trampa y al engaño mediocres que nadie se molestaba en camuflar demasiado.

La verdadera representación teatral no la llevaban a cabo las ninfas, sino los miembros delegados de la unión, posicionados a su alrededor, que dirigían de vez en cuando miradas de soslayo a su persona que ella captaba sin inmutarse.

Y pensar que, según se suponía, el mal estaba detrás de la barrera de la isla; no entre las filas mágicas, entre los aliados de la luz y las criaturas que habían nacido junto con ella. Los humanos, a los que el consejo miraba de costado considerándolos seres inferiores, no eran más que el reflejo de esa misma podredumbre que ahora Lena captaba en la cumbre del gobierno del mundo oculto. La enfermedad y la peste que corroía los eslabones más férreos de los estados humanos había infectado también a los mágicos; y esa irrisión era visible para ella, aunque estuviese segura de que los muy hipócritas habrían matado y muerto para negar que así era. ¡Cómo! ¿Parecerse a los humanos? ¿A esas criaturas sucias, a esos engendros inhábiles? ¡Ni en mil millones de años llegarían a ese nivel de involución! ¡Qué ridiculez tan atroz!

El concierto se abrió con un Filinge: instrumento etéreo, cincelado, que era prácticamente imposible de tocar para quien no poseyera los dedos delicados y ligeros de las ninfas. Y aún para ellas, la tarea resultaba a lo sumo dificultosa. Pasaban siglos perfeccionando las facultades de ese fino y complejo arte, y nunca alcanzaban lo que, según las madres y abuelas más avejentadas, habría constituido la perfección; campo al parecer utópico: pues nunca nadie había podido afirmar que se alcanzaran sus límites en la Tierra.

Al Filinge siguieron otros instrumentos más graves, agudos o volátiles. Lena estaba embelesada pese a su incomodidad. Era imposible no quedar prendada de la hermosa voz de los objetos salvajes; de la música ancestral. A través de cada nota se volvía posible contemplar el desliz de los siglos hacia atrás. De pronto se borraron las fronteras del tiempo, las enemistades y los conflictos interminables. En el fondo remoto solo había vacío, y paz, y cuerpos habitando el mundo. La armonía se iba apagando, y de pronto resurgían los instrumentos más graves: cobraban contundencia, fortaleza y brusquedad. Esa parte representaba la guerra de la antigua era: la guerra de los dioses. Luego, la creación de los semi-dioses y criaturas mágicas intermedias y menores. La melodía se aceleraba, estallaban bombas, disparos y gritos. Había nacido el ser humano.

Hacía mucho que Lena no escuchaba la Kucleant Marusd ri'ben: "La sonata de la discordia". Antes la había alabado por darle la razón: ahora, con lo que sabía y cuanto se desarrollaba a su alrededor, la belleza perdía peso y la verdad ganaba el lugar que siempre le había correspondido.

El doble discurso la irritaba: por un lado le dijeron que no había bandos: que los humanos eran parte de ellos, y sin embargo, ahora los colocaban en el otro frente, el de los detestables. Se puso de pie.

- Gran Ryvy- dijo un hada roja que estaba sentada detrás de ella- ¿Se perderá usted el espectáculo que organizamos en su honor?

Lena hizo un esfuerzo titánico por no fulminarla con la mirada y, en cambio, adoptar una sonrisa artificiosamente cordial.

- Esperaba poder contactar a Dinahia esta noche- mintió-. Comprenderán que su situación es complicada, y me preocupa.

- Su consternación es vana, señora mía- contestó un fauno asquerosamente lisonjero-. Ningún oscuro podría vencer la ferocidad de la primera loba, delo por hecho.

El lado oscuro de la luna- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora