Capítulo 29

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¡Qué fría que era la noche! Y húmeda al punto en que los huesos parecían estarse helando desde adentro. Nia creía poder percibir la escarcha crujiendo en sus piernas, pero de seguro solo serían imaginaciones suyas. Según sus cálculos, en esa zona recién empezaba el verano... No, frío no podía ser. Nervios y angustia, eso resultaba más lógico; después de todo, ¿cuánto había esperado por aquel momento? Los números le resultaban cada vez más borrosos... Su conciencia era una nube imprecisa e inexacta, y a veces olvidaba las cosas. Su lucidez se había ido desgastando mucho más durante los últimos tiempos. La enfermedad avanzaba, corroyéndole el pensamiento, menguando sus capacidades. Estaba muy cansada; cansada de vivir, de vagar, de esconderse y de escapar. Si hubiese resultado posible, ¡y cuánto envidiaba a los humanos porque para ellos sí lo fuera!, se habría dado un tiro, o arrojado de un precipicio, como los griegos antiguos. Esa segunda muerte habría sido más poética, pero tal como estaba, cualquiera le habría venido bien.

Se hallaba a la entrada de un pueblo. En un cartel se leía "Bienvenidos a Red Flower" con las letras algo desteñidas. Red Flower... ¿Como la Flor del Fénix? No, no le parecía probable. Los humanos eran mucho más nuevos que eso en el mundo. Aunque una vez, hacía no mucho tiempo, Nia había oído a un Fairin afirmar que pudo encontrar un ejemplar creciendo en una cueva en la montaña. Pero se fiaba muy poco de los Fairin. Le parecía que su parentesco con los Clausóforin no era nada loable, y su forma de expresarse, la actitud jocosa de la mayoría, y el hecho de que tuviesen un pie en cada mundo, le impedía considerarlos seres del bien, como, en cambio, hacían muchos otros.

Anduvo por las callejuelas oscuras y poco transitadas, siempre aferrándose el hombro y lanzándole miradas evaluativas de vez en cuando. Ya había dejado de sangrar, pero el veneno hacía que la herida no pudiese cerrarse, y comenzaba a transformar la piel de alrededor en un tejido escamoso y azul brillante.

El único establecimiento aún abierto era la taberna. Vio salir a un par de hombres con los brazos entrelazados y zigzagueando. Cogió aliento y dirigió su andar hacia allí.

Al entrar, nadie notó su presencia. Había pocas personas, repartidas en la barra y en algunas mesas. Renqueó hasta donde atendía un hombre maduro, de tez oscura y barba crecida, y se sentó en un taburete alto, alejada del resto.

-          Buenas noches – dijo el bar tender, amigable –. ¡Ah, un rostro nuevo! ¿Está de visita?

-          Busco a dos personas – Nia metió la mano en su chaqueta y sacó un pergamino muy antiguo, que desenrolló encima de la barra. En él estaban ilustradas dos mujeres; una rubia y una morena. El hombre estudió los dibujos con curiosidad –. Se supone que son de aquí. ¿Las ha visto alguna vez? Sus nombres son Ryvy y Dinahia, pero pueden tener otros actualmente.

-          ¿Tienen problemas? – Preguntó, desconfiado –. Estas dos chicas; ¿tienen problemas con usted? ¿Es policía o algo así?

-          No es una película de misterio, ni una novela negra– dijo Nia con impaciencia. El hombro le punzaba horrores, y el viaje había sido demasiado largo para estarle dando tantas vueltas al asunto –. Apreciaría su discreción – miró a su alrededor, como si temiese que alguien fuera a aparecer –. ¿Las ha visto?

-          ¿Les buscará problemas? No me gustaría meterme en algo turbio, señorita. Aunque me parezca usted muy inofensiva... No me apetece que un incidente como este me traiga mala reputación. Soy un hombre respetable en el pueblo, y mis clientes confían en mí. Además – la miró de arriba abajo con una ceja en alto –, usted no parece policía.

-          Entiendo – Nia metió una mano en su bolsillo y puso un billete de cien sobre el mostrador –. ¿Así está mejor?

-          No aceptaré sobornos. Le dije que soy un hombre respetable.

El lado oscuro de la luna- SupercorpDonde viven las historias. Descúbrelo ahora