Capítulo 6: No podía.

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Roberta se dio permiso para quedarse en silencio un momento. Por ese momento, y sin poder evitarlo, disfrutó de la cercanía de Diego, del aroma de su piel que tanto había extrañado y que cada día, desde que se habían separado, no había podido olvidar. Disfrutó del tacto de sus manos sobre la piel de su rostro, de su mirada sobre ella, la cual, por fin, era un poco menos fría que las otras que le había dedicado desde que se habían reencontrado. Disfrutó de él y de lo que generaba, de la confianza y protección que le transmitía y, por supuesto, del amor que sentía por él.

Por ese pequeño momento, sintió que volvía a ser la Roberta de antes. Sin embargo, con tanta rapidez como pesar, reaccionó.

No dejó de sentir nada de lo que Diego le provocaba, pero cayó en cuenta de que estar ahí era peligroso.

Estaban en la casa de Javier, con los empleados de Javier, los cuales nunca le habían dado confianza. No le cabía duda de que todos ya sabían que Diego estaba ahí, era cosa de minutos para que Javier lo supiera también y fuera a interrumpir su íntima reunión, o peor, a tomar represalias contra él.

—Tienes que irte —le dijo tomándolo de las muñecas para que dejara de tocarla, haciendo caso omiso al cosquilleo que sintió en la punta de los dedos al ser ella quien propiciara el contacto con su piel. Luego, se obligó a dar un paso hacia atrás.

—No —respondió Diego, muy serio y sin apartar la mirada de ella.

—Por favor, tienes que irte. Javier ya debe saber que estás aquí y llegará en cualquier momento...

—¡Qué llegue! No me importa —bramó, mas entornó los ojos al verla tan nerviosa—. ¿Acaso a ti sí?, ¿le tienes miedo?

—Diego, por favor, hazme caso.

—¡No, Roberta! —gritó—. Me debes muchas explicaciones y no me iré de aquí sin ellas.

—Te las daré, te lo juro que te las daré, pero no aquí. Vete, por favor —le pidió desesperada.

—No, no me voy a ir.

Roberta se pasó ambas manos por el cabello, sintiendo su angustia bullir de cada poro de su piel. Entonces, se le ocurrió.

—Ve a la casa de mi mamá. Veamonos allá.

—Sí, claro —dijo soltando una risa irónica—. Y después me quedo como imbécil esperándote.

—Diego, sé que no tienes confianza en mi...

—Ni la más mínima.

—Pero —continuó ella, omitiendo su comentario—, de veras es peligroso que hablemos aquí. Hazme caso, ve a casa de Alma, yo iré en unos minutos.

Diego no alcanzó a responder cuando Jerónimo, el chofer de la familia, tocó la puerta de la habitación y segundos más tarde la abría para dejar ver su imponente figura.

—Señora Roberta, ¿está todo bien?

—Sí, él ya se va —respondió con rapidez, pero serena, esperando con toda su alma que Diego siguiera la corriente, le creyera y se fuera.

Diego miró la miró y luego al intimídate hombre que había hecho aparición. Respiró profundo y, no quedándole más remedio, confió en ella.

Salió de la habitación y de esa mansión sin decir ni una palabra. Enojado, pero a la vez, intrigado por la actitud de la que alguna vez fue la persona más rebelde que había conocido en su vida. ¿Por qué actuaba así?, se preguntaba. Fue evidente para él que Roberta le tenía un miedo desmedido al hombre con el que había decidido compartir su vida, pero ¿por qué?. ¿Qué era lo que la hacía estar al lado de ese imbécil si era evidente que él no le hacía bien?

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora