Capítulo 34: Conversaciones pendientes (parte II)

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Sujetó el violoncello con fuerza, mientras sentía su corazón bombeando fuerte contra su pecho y un hueco expectante en el estómago. Estaba a segundos de su solo y, como cada vez, se ponía nerviosa.

Con intimidad respiró profundo, esperando que sus compañeros no notaran su sentir, miró al director y cuando este le dio el pase desvió su mirada a la partitura, sintiendo como los finos dedos de su mano izquierda se movían por las cuerdas de su amado instrumento, mientras la derecha se encargaba de balancear el arco sobre las mismas. Con la habilidad que había adquirido con tantos años de practica, puso su mente en blanco y solo se dedicó a tocar. No le costó alcanzar ese transe en el que se sumergía cada vez que tocaba su violoncelo, en esos momentos no importaba nada, ni nadie, solo eran ella, las cuerdas, y la música que hacía vibrar cada partícula de su ser.

Cuando su solo terminó, el director dejó de enfocarse en ella para mirar al conjunto de viento. Entonces pudo respirar con tranquilidad. Sonrió con disimulo al ver a Román, un simpático violinista, que la miraba con un exagerado rostro de asombro ante su talento. Negó con la cabeza y se concentró en la armonía de las melodías.

Quince minutos después el ensayo terminó con un aplauso de todo el equipo. Colomba dejó su pesado instrumento en el atril junto a ella y tomó la botella de agua que había dejado en el suelo, al lado de su silla. Tomó un sorbo largo mientras se despedía con la mano de algunos compañeros que le decían adiós al pasar a su lado.

Suspiró mientras cerraba la botella y miró su reloj de pulsera. Ya eran las 8 de la noche, tiempo de ir a la casa de sus tíos, cenar algo y dormir, para mañana volver aquí a dar lo mejor de sí. Se mordió el labio inferior, ausente, al tiempo que soltaba su cabello de la liga que lo tenía retenido en una coleta desenfadada, y se preguntó por Diego, como lo había hecho todos los días desde que él había puesto fin a su relación. Inmediatamente la punzada en el corazón que proseguía a ese pensamiento se hizo presente y ella esperó que fuera cosa de tiempo para que todo volviera a ser como antes.

Conocía a Diego muy bien y sabía que lo mejor era darle algo de espacio, luego lo buscaría y llevaría a cabo su plan de reconquista.

Se levantó con ese pensamiento en mente y por el rabillo del ojo vio que Román se le acercaba.

—¿Ya te vas? —le preguntó el violinista.

—Sí, estoy muy cansada.

—¿Segura? Porque algunos de nosotros vamos a ir al bar que está aquí cerca, a pasar el rato. Nos gustaría mucho que fueras.

—Te agradezco mucho —dijo con toda la amabilidad que tenía—. Pero de verdad estoy agotada, lo único que quiero es comer algo e irme a dormir.

—Bueno, si lo que quieres es comer, puedo llevarte a un restaurante de comida italiana que va a cambiarte la vida.

Colomba rió ante el histrionismo con el que Román hizo aquella invitación, contagiada posiblemente con la bonita sonrisa de él.

El músico no era feo, tenía un largo cabello extremadamente rizado castaño claro, el cual ataba en una coleta baja, dejando solo un rizo fuera de aquella para que cayera sobre su frente. Tenía unos bonitos ojos color azul oscuro, largas pestañas, nariz perfilada y mandíbula recta. Además de su excelente aspecto, era increíblemente dulce, simpático, y los hoyuelos que se le formaban al sonreír solo le hacían un favor. A ella le había tomado solo un par de horas en la orquesta para darse cuenta de que Román eran el bombón del equipo, uno que todas en la banda quería comerse y que a ella no le interesaba.

—Lo siento, Román. Eres muy amable, pero voy a tener que decir no.

—¿Por qué? —preguntó él, alzando las cejas. Fue evidente que no estaba acostumbrado al rechazo.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora