Capítulo 57: Nuestro secreto (parte II)

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—Roberta, tienes que quedarte quieta.

La pelirroja detuvo el rítmico movimiento que hacía con su pierna derecha, el cual lograba que el resto de su cuerpo vibrara impaciente y que no permitía que Claudia, la novia de su padre, terminara el sencillo maquillaje que le estaba haciendo.

Al principio, Diego y ella no hubiesen querido contarle a nadie respecto a la locura que querían cometer, pero luego de que el curita de la rústica capilla que a ella la había deslumbrado, se negara a llevar a cabo el ritual, no les había quedado más remedio que recurrir a Martín.

Cuando ambos le contaron lo que querían hacer, su padre se había impresionado mucho, y aunque al principio había puesto algo de reparo en apoyarlos, finalmente había cedido. Martín, al igual que todos los que rodeaban a la pareja, sabía lo mucho que esos dos se amaban y que hacer las cosas como querían hacerlas en este momento, solo era una demostración de la impulsividad y la pasión que siempre había caracterizado su relación. Por ello, no dudó en ir personalmente a hablar con el sacerdote de la capilla.

Su padre, como era de esperarse, era amigo de todos. Conocido era por ayudar a la comunidad y ser un buen vecino para todos quienes requirieran de su buena voluntad; él y Claudia se esmeraban por ser amables y brindar apoyo al pueblo siempre que este lo requiriera, por eso ambos tenían estrecha relación con el padre Antonio. El sacerdote se había mostrado inicialmente estoico a no celebrar la ceremonia, ya que en su labor sabía que las cosas no se hacían de la manera atarantada que la pareja quería llevar acabo. Por mucho tiempo debatió con Roberta y Diego sobre lo que se necesitaba para oficializar un compromiso así: preparación matrimonial, testigos, certificados de bautismo y confirmación; y tuvo la misma discusión con Martín cuando él trató de abogar por ellos, ya que no contaban con ninguno de los requerimientos. Pero finalmente, después de mucho conversar, el padre Antonio había accedido a celebrar una boda simbólica en la capilla, pues la insistencia de Martín había sido mucha, y también porque, en su corto trato con los novios, había podido percibir el amor profundo que existía entre ellos.

Con alegría, el sacerdote les había dado un lugar en su capilla en dos horas más para llevar a cabo la ceremonia, haciendo énfasis en que esto era solo un simbolismo y no sería considerado como sacramento, sino solo como una unión de amor bendecida. Sinceramente, ni a Roberta ni a Diego les importó la etiqueta, para ellos solo era importante el enlace que representaba y el paso adelante que era para los dos en esta nueva etapa de su vida.

Diego se había ido con Martín, mientras que ella se había ido a la casa de su padre para arreglarse en compañía de Claudia. La abogada no había tardado en prestarle un bonito vestido bordado color hueso, el cual colgaba de sus hombros con unos finos tirantes hasta llegar a sus tobillos. También le había dejado unas delicadas sandalias transparentes de tacón medio.

—Gracias por esto —le dijo a la que consideraba su madrastra, cuando esta le aplicaba algo de rubor en las mejillas.

La hermosa mujer de cabellera oscura se apartó un poco de ella y le sonrió llena de sinceridad.

—No es nada, estoy feliz de poder ayudarte —cerró el compacto entre sus manos, sintiéndose algo nerviosa—. Sé que, aunque llevo muchos años junto a tu padre, las dos no hemos compartido demasiado, pero eso no ha impedido que sienta un inmenso cariño por ti.

—Yo también te aprecio mucho, Claudia.

La castaña la tomó de las manos con emoción.

—También quiero que sepas que te admiro mucho.

—¿Por qué?

—Por lo valiente que has sido. Todo por lo que has pasado ha sido tan difícil y tú jamás bajaste los brazos, jamás te dejaste vencer por nada, siempre estuviste ahí luchando por tu hijo y por los tuyos. Realmente eres una guerrera.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora