Capítulo 26: Nostalgias

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[Maratón 2/3]

Diego y Roberta caminaron juntos, y en tétrico silencio, por los pasillos del Elite Way School.

Lamentablemente para su corazón, esa área del colegio era demasiado significativa para ambos.

Ahí se habían conocido, ahí se habían peleado, ahí se habían hecho amigos y enemigos, ahí habían peleado juntos y en contra tantas veces. Pero más que eso, ahí se habían amado con tanto sentimiento, que hasta el día de hoy ese amor repercutía en su pecho como un ave enorme y atrapada en una jaula, de la cual esperaba poder salir algún día, pues de lo contrario moriría con la añoranza de ese casi algo que repercutía incesante, respecto al futuro que no fue.

Llegaron a la dirección y encontraron a la entrañable secretaria del señor Gandía. Como siempre, Alicia estaba pegada al teléfono, riendo de lo lindo mientras de vez en cuando tiraba comentarios por el auricular, solo para después volver a reír con estruendo.

Diego y Roberta voltearon a verse y, en un pequeño paréntesis de su renovada rivalidad, se sonrieron, divertidos al evidenciar que las cosas en ese colegio no habían cambiado nada.

—Alicia.

La secretaria cortó el teléfono inmediatamente, sin ni siquiera procesar quién estaba frente a ella. Se puso sus gafas y al enfocar correctamente, se llevó una mano al pecho.

—Chamaca del demonio, me asustaste.

Roberta negó con la cabeza, al tiempo que miraba al techo y se reía. Otra cosa que aparentemente no cambiaria, sería que la vieran por siempre como una adolescente mal portada, sin importar su edad, ni como se viera, incluso el hecho de que su hijo estuviera matriculado en el colegio parecía no ser suficiente para cambiar su estatus.

—Tienes cita con el señor Pascual, ¿verdad? —dijo, mirando la agenda abierta sobre su escritorio.

—Tenemos —respondió la pelirroja, consciente de que, posiblemente debido al susto, la secretaria no se había dad cuenta de que estaba acompañada.

Alicia levantó la mirada y al encontrarse con el hombre que acompañaba a Roberta, se llevó ambas manos a los labios, llena de sorpresa.

—Hola, Alicia.

Como acostumbraba, Diego tomó una de las flores que estaban en el florero de cristal sobre el escritorio y se la ofreció galante, logrando que la mujer, ahora de cincuenta años, se sonrojara y riera halagada.

—¡Dieguito! —recibió la flor y se levantó. Rodeó el escritorio y lo abrazo por el cuello con mucho cariño—. ¡Qué guapo que estas!

—Tú no te quedas atrás, estás preciosa, Alicia. A ver si ahora sí me aceptas una invitación, después de tantos rechazos que recibí cuando estudiaba aquí.

—¡Ay! —dijo coqueta, mientras le golpeaba el hombro.

Se apartó del abrazo y volvió a su puesto.

—Tomen asiento, le diré al señor Gandía que están aquí.

Ambos siguieron la instrucción y tomaron asiento en ese lugar donde tantas veces habían estado.

—¿Cómo sigue la productora? —le preguntó Roberta a Diego, no queriendo sentir más esa incomodidad latente entre los dos.

Sorprendido por la interpelación directa, Diego se inclinó hacia adelante.

—Giovanni me dijo que eran más daños materiales que otra cosa —se encogió de hombros—. Nos va a costar algo de dinero reparar los salones y restituir lo que se robaron, pero no es nada imposible.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora