Capítulo 19: Rescate

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21 de septiembre, 2016

Diego volvió a caminar el reducido espacio que había entre una pared y la otra, como llevaba haciendo las últimas horas. Luego, se sentó en la supuesta cama que ahí había, tan dura como una piedra, pero la angustia que sentía por todo su cuerpo no lo dejó estar quieto por mucho tiempo, así que volvió a levantarse y caminar.

Pasó ambas manos en los barrotes de hierro y también ahí apoyó su frente. Estaba seguro de que ya era un nuevo día, pero no podía saber a ciencia cierta la hora, pues era natural perder la percepción del tiempo en una celda, encerrado en una comisaría local de la Ciudad de México, esperando para que alguien le dijera qué harían con él.

Debió prever esto, pensó, mientras se daba leves golpes en la frente con los barrotes. Todo había sido demasiado fácil desde que había sacado a Roberta de la casa a la que Javier la había llevado en Cuernavaca. Ese maldito infeliz no había puesto ni el más mínimo esfuerzo en impedir que se le llevara esa noche, así como tampoco cuando fueron a la mansión en la que vivió con Roberta por casi tres años, cuando ella quiso ir a buscar sus cosas y él la acompañó, hace lo que parecía haber sido tres noches atrás.

La pelirroja había estado excesivamente nerviosa durante todo el camino que habían hecho desde la casa de Alma hasta la de Javier, lo cual solo empeoró cuando se estacionaron frente a ese imponente lugar.

—Todo va a salir bien —le había prometido, mientras le tomaba la mano.

Roberta trató de esbozar una sonrisa, pero solo resultó en una mueca acartonada que reflejaba el estado angustioso en el que se encontraba.

—No voy a permitir que te haga nada.

—Lo sé —había dicho ella—. Tengo miedo de que te haga algo a ti.

—No me hará nada, Javier es una rata cobarde.

—No lo subestimes, Diego.

—Roberta —se ladeó un poco hacia ella en el asiento del copiloto para tener toda su atención—. ¿Tienes algo sobre Javier, algo que podamos usar en su contra?

Ella negó con la cabeza.

—Hasta hace unas semanas ni se me habría pasado por la cabeza que estaba metido en cosas turbias. Ha sabido esconder todo ese mundo muy bien... o quizás yo no quise ver lo que estaba pasando...

—Ok, no importa, no te mortifiques ahora por eso —trató de tranquilizarla tomandola de ambas manos para darle calor—. Trataremos de hacer esto lo más rápido posible. Entraremos, sacamos lo que necesitas y nos vamos.

—Suena fácil.

—Es fácil —la corrigió tomándola del mentón, mientras le sonreía.

Le guiñó un ojo y luego abrió la puerta para salir de su camioneta, la cual rodeó para abrirle a ella también. La tomó de la mano con fuerza, tratando de darle esa seguridad que antes la caracterizaba y que ahora le hacía tanta falta.

Notó como a ella le temblaba la mano al tocar el timbre de la que había sido su casa.

—¿Si?

—Mati —le había respondido al intercomunicador.

—¿Señora Roberta?

—Sí, soy yo. ¿Me abres, por favor?

La empleada no respondió nada, y por un tiempo que se sintió largo ambos se quedaron parados frente al alto e imponente portón de hierro, hasta que el sonido que hizo la puerta electrónica les dejó saber que les había sido permitido el paso.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora