Capítulo 28: Nunca fue tuyo

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Como la mayoría de los hombres, Diego no soportaba ver llorar a una mujer, menos cuando la mujer en cuestión no se lo merecía, y peor aún cuando el culpable de esas lágrimas era él.

Colomba no había parado de llorar desde que le había dicho que quería terminar la relación que tenían, y con ello, por supuesto, el compromiso y la promesa que él le había hecho de pasar el resto de su vida juntos.

Se sentía como una rata asquerosa, pero sabía que esto era lo correcto, ya que él no la amaba.

Le había costado asumir este hecho, pues de cierta forma sentía mucha culpa por ya no corresponder al sentimiento que la ojiverde le profesaba con tanta pureza. Una parte de él también quería convencerse de que ese sentimiento aún estaba ahí, quizás oculto por lo mucho que Roberta le hacía sentir. Muchas noches trató de obnubilarse pensando que solo estaba confundido, esa parte de él quería aferrarse a Colomba por cobarde, pues sabía que ese amor era fácil.

Finalmente, y gracias a su conversación con Madariaga, hoy se había dado cuenta de que era más ruin quedarse con ella, alimentándole una ilusión, que ser honesto y valiente y asumir que lo de los dos ya no era viable, aunque con ello le rompiera el corazón.

Levantó la mano para tocarle el hombro y darle consuelo, pero detuvo el movimiento en el camino. Supo que no había afecto, ni palabra, que hiciera que la chica que había dejado todo por él, se sintiera menos herida.

—Esto es tan injusto —dijo Colomba entre sollozos, luego cerró los ojos, logrando que varias lágrimas rodaran por sus mejillas, mientras presionaba un pañuelo sobre su nariz.

—Lo sé.

—No, no lo sabes.

—Por supuesto que lo sé, Colomba. ¿Tú crees que estoy disfrutando con todo esto?

—Tal vez ahora no —mencionó mirándolo con frialdad—. Pero lo harás cuando vuelvas con...

El nombre de aquella otra por la que sabía que su novio la estaba terminando, no terminó de llegar a sus labios, pues se quedó atorado en su garganta.

—No hago esto por volver con Roberta.

—Sí, claro.

—Lo hago por mí —aseguró, poniendo una mano sobre su pecho—. Y aunque no lo creas, por ti también... Flaca,  tú no te mereces esto.

—Creo que eso es algo que debo decidir yo.

—Colomba, por favor —suspiró y decidió tocarle el brazo para que ella lo mirara, haciendo caso omiso del dolor que transmitían sus otrora alegres ojos esmeralda—. Mírate, flaquita. Eres inteligente, talentosísima en lo que haces, una de las mejores personas que he conocido en mi vida, eres buena y también eres preciosa. No puedes seguir perdiendo tu tiempo con alguien como yo, que no puede darte todo el amor que...

—¡Basta! —le gritó, al tiempo que se levantaba—. No sigas tratándome como si yo fuera lo mejor del mundo.

—Pero lo eres.

—¿Entonces por qué no soy suficiente para ti?

—Colomba, no se trata de eso...

—¡Claro que es eso! —mencionó, llena de frustración—. Si yo fuera todo lo que tú dices, no habrías vuelto a caer por Roberta.

Diego se levantó también para ponerse frente a ella.

—Deja a Roberta fuera de esto.

—¿¡Cómo quieres que le deje fuera, si es por ella por quien me dejas!?

—No te dejo por ella, Colomba.

—¡Claro que sí, acéptalo!

—¡No! —Explotó, gritando también—. Te dejo por mi, te dejo porque me di cuenta que no te amo.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora