12 de noviembre, 2018
El reloj marcaba las seis de la tarde, cuando Roberta cerró el último expediente del día. Sentía los ojos un poco irritados por la exposición a la pantalla del computador que descansaba sobre su escritorio, y los dedos acalambrados por la escritura en el teclado, pero la satisfacción que le embargaba el pecho al finalizar una nueva jornada, bien valía todo el esfuerzo. Respiró profundo y apoyó la espalda en la cómoda silla de cuero con la que contaba su oficina, en aquella fundación que le había permitido volver a ejercer la carrera que desde siempre había soñado, y a la cual no había dudado en volver cuando su descanso de maternidad había finalizado. Rodeada de pilas de documentos y carpetas, la pelirroja terminaba de revisar el caso de una mujer que había sido víctima de violencia intrafamiliar, y, como siempre, fue inevitable pensar en aquellos años oscuros en los que ella también fue víctima de un hombre ruin, quien le prometió el cielo para solo darle la inclemencia del infierno con su maltrato. Hoy, podía recordar ese pasado como un testimonio de su resiliencia y una muestra del amor profundo que sentía por su trabajo. Aquí, en este lugar, encontraba propósito y redención, ayudando a otras mujeres a encontrar su voz y su fuerza, tal como ella lo había hecho.
—Permiso —dijo una voz femenina, al tiempo que con los nudillos tocaba la puerta de madera maciza.
Fernanda Castañón, la colega que había hecho la pasantía con ella hace dos años, entró a su oficina haciendo sonar sus tacones sobre el piso. Siempre bien vestida, con un traje de dos piezas color rojo, el pelo castaño bien peinado en ondas desenfadadas y gafas de marco grueso que eran el último grito de la moda; quien se convirtió en una de sus mejores amigas en ese lugar, venía cargada de carpetas, las cuales dejó en la esquina libre que encontró sobre el escritorio.
—Te traje los documentos que me pediste para el caso Torres.
—¿Tanto papeleo? —preguntó Roberta con una mueca en el rostro.
Fernanda se encogió de hombros.
—Tiene muchos antecedentes y una apelación. El señor Montecinos tiene mucha fe en ti y que vas a poder dar por terminado este caso, porque ha estado en espera mucho tiempo.
Roberta soltó el aire al tiempo que se pasaba las manos por el rostro.
—No sé si eso es un cumplido, o solo quiere presionarme.
—Un cumplido —dijo Fernanda, sonriente, mientras apoyaba una de sus caderas en el escritorio en un gesto relajado—. Todos sabemos que eres la mejor.
La pelirroja solo sonrió, mientras sentía las mejillas ligeramente sonrojadas. Aún no terminaba de creer eso que su amiga decía, y que había escuchado de parte de otros colegas y de su jefe, Raul Montecinos. Ciertamente, ser la mejor no era su objetivo principal, solo hacer bien su trabajo y ser dedicada con él.
—¿Vas a tomar el caso conmigo? —le preguntó a Fernanda.
—Claro, ya está en mi portafolio.
—Excelente, mañana lo archivo al mio. Pero comencemos la próxima semana, ¿si?, esta la tengo completa.
—Si, ya vi el calendario compartido. Ver la cantidad de citas que tienes en tribunales me hizo comer media barra de chocolate... ¿Cómo le haces, eh? —preguntó, mientras su amiga reía.
—¿Con qué?
—Con el trabajo... con tu familia... ¡con tu vida!
—No es para tanto. Digo, si estoy algo cansada, pero me organizo bien, creo.
—¿Crees? Mana, tienes un trabajo de tiempo completo, una casa que cuidar, dos hijos chiquitos que te adoran y que, déjame decirte, nadie que no te conozca adivinaría que tienes con el cuerpower que te gastas; siempre te ves estupenda; ¡y tu cabello! Del tiempo que te conozco, jamás te he visto más de medio centímetro de raíz... Yo vivo sola con mi gato y a veces tengo que escoger si lavo la ropa, o voy al super.
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No me olvides
RomansaDiego y Roberta juraron amarse para siempre, sin embargo la vida y sus peripecias no se los permitió. Cada uno tomó su camino, sin saber que eran parte de un círculo que los volvería a encontrar de frente. Hoy, ambos deben enfrentar los demonios de...