Capítulo 14: Estás conmigo

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14 de septiembre, 2016

Diego abrió los ojos de golpe, solo porque sintió a Roberta removerse a su lado. Había sido un movimiento sutil, probablemente producto de un sueño, o un espasmo involuntario de su cuerpo, pero estaba tan alerta respecto a todo lo que envolvía a la pelirroja, que cualquier cosa que ella hiciera, él se alarmaba.

Miró su reloj de pulsera al tiempo que bostezaba, el cual marcaba las 11 de la mañana en punto. No había logrado descansar prácticamente nada desde que había vuelto de Cuernavaca con Roberta.

Fue sorpresivo lo fácil que fue salir de aquella mansión hace dos noches. Nadie puso reparos en que salieran de ahí, menos alguien los increpó por la mentira que dijeron para entrar. Todo fue sencillo y expedito y eso solo podía significar que tenían que estar con cuidado, pues la rata de Javier no se quedaría con los brazos cruzados, nada más viendo como él se llevaba a Roberta de entre sus garras.

El camino había sido tranquilo, habían bastado un par de kilómetros para que Roberta cayera en un sueño profundo, el cuál lo alarmó cuando llegaron al departamento de su madre, lugar donde los tres hombres que habían ido al rescate de la pelirroja, acordaron que era mejor que se quedara, para no asustar a Santi, ni menos alarmar a Alma. El departamento de Mabel estaba solo, pues su madre había salido de la ciudad para ir a visitar a una amiga, y era el lugar perfecto para que el efecto de lo que sea que le hubiesen dado a Roberta, pasara.

Lo que al principio pareció un sueño tranquilo, bajo el cual Miguel y Teo dejaron a Roberta en aquel lugar, luego se transformó en un estado casi comatoso, pues Diego no tardó en darse cuenta de que la respiración de Roberta se había vuelto cada vez más pausada y débil. En ese momento, solo atinó a tomarla entre sus brazos para llevarla a un hospital, pero lo cierto es que tuvo miedo. ¿Qué si tachaban a Roberta de drogadicta por estar bajo la influencia de químicos?. Lo que menos quería era que ella tuviera problemas con la custodia de Santiago, o que Javier se aprovechara de su estado para inventar cosas sobre ella.

Solo pudo recurrir a una persona en ese momento, y ese fue Emiliano. Afortunadamente, el que fue su mejor amigo en aquellos tortuosos días de la academia militar le respondió de inmediato e, increíblemente, estaba tan sobrio como cuando lo dejó en el bar esa misma noche. El ojiazul no tardó más de quince minutos en llegar al departamento de Mabel, lo cual para Diego se vivieron como horas interminables, e inmediatamente examinó a Roberta como si de un médico se tratase.

—Felicidad líquida —había dicho Emiliano, cuando terminó de examinarla.

—¿Qué?

—Eso le dieron, felicidad líquida.

—¿Qué clase de nombre ese? ¿Lo sacaste de Harry Potter, acaso?

Emiliano solo esbozó una sonrisa al tiempo que le sacaba las zapatillas a Roberta, también sus calcetines. Luego, en silencio, comenzó a inspeccionar sus pies.

—¿Qué haces?

—Busco.

—¿Qué buscas?

El rubio guardó silencio un momento, hasta que apuntó un pequeño punto en el dorso del pie izquierdo de la pelirroja, entre el índice y el pulgar, el cual se veía algo rojizo con tonos purpuras.

—La inyectaron aquí.

Fue impresionante para Diego el nivel de ira que sintió recorrer su cuerpo. Por un momento quiso gritar, llorar, romper todo a su alrededor. Quería volver a Cuernavaca y continuar con aquello que dejó inconcluso cuando Miguel lo frenó. En ese momento solo quiso matar a Javier Alaniz de una forma lenta y tortuosa, para que se lamentara de haber sido capaz de tocar a Roberta de la forma en que lo hizo.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora