Capítulo 22: El cumpleaños de Santi (parte II)

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24 de septiembre, 2016

Diego terminó de subir el cierre al costado de disfraz de Capitán América que había rentado para el cumpleaños de su hijo, luego se puso frente al espejo y acomodó la tela alrededor de su cuerpo y también el cinturón café de hebilla plateada. Movió las piernas y los brazos, concluyendo que el traje era bastante ajustado y un poco incómodo, pero que valdría la pena por ver feliz a Santiago. Solo imaginar la sonrisa de su hijo, hacia que a él se le curvaran los labios con emoción. 

Se pasó ambas manos por la perfilada barba y luego por el cabello, miró de reojo el antifaz azul que venía con el traje, pero decidió que no se lo pondría. Ya suficiente era con el disfraz y el escudo redondo que venía con él.

Salió de su cuarto y bufó al ver que no había nadie en la sala. Miró el reloj colgado en la pared, solo para comprobar que ya era tarde.

—¡Apúrense! —gritó hacia el pasillo.

Por un momento no escuchó nada, luego la puerta del cuarto de Santi se abrió de golpe y por ahí salió Giovanni, vestido con un traje rojo y amarillo, tan ajustado como el que usaba él, con un casco sobre la cabeza de los mismos colores.

Su mejor amigo corrió hacia la sala con histrionismo y se paró sobre la mesa de centro con una mano al frente, imitando la típica pose del superhéroe que estaba representando.

—¡Ya no temas más Ciudad de México, Iron Man está aquí para combatir el crimen!.

—¡Bájate de ahí, intenso! Dañas la madera. —lo regañó Diego con el ceño fruncido.

—¡Ota que amargado! ¡El capitán América tenías que ser! —refunfuñó el pelicolor, haciendo lo que su mejor amigo le pedia. Se quitó el casco al estar en el suelo—. Oye están bien chidos estos disfraces, creo que me voy a quedar con este para Halloween. Las pollitas no se van a poder resistir ante este cuerpazo.

Diego se rió, al tiempo que presionaba sus ojos con el dedo pulgar e índice. Giovanni nunca iba a cambiar, pensó.

—¿Qué pasó con Tomas?

—Ya viene.

Se quedaron charlando un rato, hasta que nuevamente se escuchó la puerta del cuarto de Santi abrir. Tomás apareció en la sala con un traje oscuro con marcas plateadas en el abdomen, las cuales le marcaban el torso, una capa roja colgando de sus hombros y un martillo en la mano derecha. Sin embargo, no fue eso lo que llamó la atención de los otros dos, sino la peluca rubia que el ojiverde se había puesto sobre la cabeza.

Diego trató de disimular su carcajada, pues finalmente sus dos mejores amigos se estaban prestando para esto por su hijo, pero Giovanni no tuvo trabas y en cuanto vio a Tomás se largó a reír.

—No maches, te pareces a mi tía Chona.

—¡Cállate, Giovanni! —lo paró Tomás—. Que no vez que Thor es rubio.

—Y también es alto, pero no podemos hacer milagros, mijo.

Diego se puso entre sus dos amigos cuando Tomás se abalanzó sobre Giovanni para darle una lección.

—¡Basta ya, los dos! —dijo cuando los separó con una mano a cada uno—. Tomás, no es necesario que te pongas la peluca, todos sabrán quien eres.

El pequeño ojiverde se llevó una mano a la cabeza y se quitó la rubia cabellera, la lanzó al sofá y se fue a mirar al espejo que había en el recibidor para acomodar sus alborotados rizos.

Diego le hizo un gesto a Giovanni para que no molestara más a Tomás y sintió una calidez en el pecho, pues sus mejores amigos lo confortaban muchísimo. Siempre habían estado juntos y nada había cambiado entre los tres, estaban en las risas y también en los lamentos. Sentía a Giovanni y a Tomás tan hermanos como a Felipe e Ignacio y sabía que los dos estarían ahí siempre. Ahora que estaban los tres en México, esa sensación la sintió aún más fuerte.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora