Capítulo 8: La dejé sola

1.4K 130 69
                                    

Luego de un par de horas dando vueltas, volvió a casa de su hermano mayor.

En cuanto entró, se sacó la chaqueta que tenía puesta y la dejó en el colgador del recibidor, luego dejó las llaves del auto de su cuñada en un bowl cerca de la puerta. Se encaminó a la sala y al llegar ahí, vio a su madre junto a Vanessa.

Se quedó de pie, sin decir nada, solo viendo a las dos mujeres, quienes al ser conscientes de su presencia se pusieron de pie para recibirlo.

—Que bueno que llegas, Diego —dijo Vanessa, al tiempo que se acercaba a él y lo besaba en la mejilla—. Tu mamá te estaba esperando.

—Hola, hijo.

Diego no respondió nada, a cambio solo desvió la mirada.

Vanessa, perturbada con la situación, se aclaró la garganta.

—Ya es hora de que vaya por Max al colegio. Obviamente se quedan en su casa.

Se despidió de ambos y se fue, dejando a madre e hijo solos en incómodo silencio.

Sin tener más remedio, Diego se sentó en uno de los sofás, con la vista fija en uno de los adornos de la mesa de café al centro de todo. Mabel también volvió a tomar asiento, en un sillón frente a él.

—¿No piensas volver a hablarme?

—No sé qué quieres que te diga.

—Cualquier cosa, hijo, pero por favor comunícate conmigo.

—¿Como tú te comunicaste conmigo cuando te enteraste, antes que yo, que tenía un hijo?

—Diego...

—¿Qué, mamá? ¿Qué me vas a decir? Nada justifica lo que hiciste.

—Entiendo que estés enojado, mi amor, pero entiende que a ninguno de nosotros nos correspondía decirte esto. Era algo que solo Roberta podía revelar.

—Claro... —se apretó los ojos con los dedos pulgar e índice y se levantó—. Mamá, he tenido un día de mierda y no tengo ánimos para esto. Podemos hablar otro día, si quieres.

—No, Diego, vamos a hablar ahora. Siéntate.

Con mala actitud, él obedeció.

—No entiendo qué quieres que hablemos.

Mabel se levantó de donde estaba, y sin importarle el muy posible rechazo que pudiera recibir de parte de su hijo, se sentó a su lado y lo tomó de la mano.

—Quiero saber cómo estás, cómo te sientes.

—¿Cómo quieres que esté? —respiró profundo y soltó el aire sonoramente—. Me enteré que tengo un hijo, mamá, ¡un hijo!, y con Roberta, que es...

—¿Es...?

—No importa. Tú sabes lo que Roberta significó en mi vida.

—¿Significó, o significa?

Haciendo caso omiso al comentario insidioso de su madre, él continuó.

—Aún no puedo creer que tenga un hijo con ella y que me haya perdido los seis primeros años de su vida. Es... Es tan injusto.

—Lo sé, mi amor, pero ella tuvo buenas razones para hacerlo.

Él asintió con la cabeza, con la mirada perdida.

—Hablé con ella hoy y me lo dijo todo... No puedo creer que mi papá haya sido capaz de hacer lo que hizo.

—Conocías a tu padre, Diego, cuando algo se le metía en la cabeza...

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora