Capítulo 17: Un paréntesis

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[Maratón 2/3]

16 de septiembre, 2016

—¡Tía, mírame!

Roberta sonrió entre sueños al escuchar los gritos llenos de alegría de Santiago, luego escuchó el ruido que hizo el impacto del pequeño cuerpo de su hijo al caer al agua.

Se estiró en la cama y se levantó para mirar por la ventana de su cuarto que daba al jardín. Desde ahí vio a Santiago y a Mia jugando en la piscina. Debían ser más de las 10 de la mañana y su hijo ya estaba lleno de energía, jugando por ahí sin que nadie lo pudiese cansar lo suficiente como para que se estuviera quieto un rato. Se alegraba tanto de verlo así, pues por años estuvo reprimido bajo las ordenanzas de Javier, quien lo obligaba a mantenerse en una quietud muy poco propia de su naturaleza infantil.

Fue inevitable reprocharse de nuevo por todos sus errores, pero ahora, una pequeña parte en potencia dentro de sí, se dijo que no fuera tan dura consigo. Esa parte había nacido y crecido poco a poco, luego de la conversación que había tenido con su familia, la cual no se habría llevado a cabo de no ser por Diego.

Pensar en el padre de su hijo logró que un suspiro involuntario se escapara de sus labios y se preguntó dónde estaría. Desde aquella tarde que los había reunido a todos, no había vuelto a aparecer por la casa de Alma, aunque había llamado a Santiago el día anterior.

No quería hacerse dependiente de Diego, menos cuando la situación de los dos no había cambiado. Ella seguía casada con Javier y él seguía comprometido con su novia.

Al menos ella sabía, o esperaba, que su situación cambiase, pues estaba dispuesta a contratar al mejor abogado para que la separase de Javier, pero no podía asegurar que Diego quisiera dejar a su prometida. Ella no se lo había pedido y tampoco estaba segura de querer hacerlo.

Lo cierto es que desde que se habían encontrado, habían estado viviendo al límite, aún lo hacían, pues la sombra de su marido los acechaba día a día, más aún con su tétrico silencio. ¿Qué sería de los dos en la normalidad?, se preguntaba de vez en cuando. No había querido pensar mucho en esa pregunta y tampoco en la respuesta.

Alejando sus pensamientos se apartó de la ventana, justo en el momento en el que su teléfono comenzaba a sonar.

—¿Bueno?

—Hola, cariño.

—Papá, ¿cómo estás?

—Bien ¿y tú?

—Bien.

—Solo te llamaba para saber cómo seguías luego de lo que pasó el miércoles.

Roberta sonrió, al tiempo que se sentaba en su cama con el teléfono en la mano. Su padre, así como todos, habían estado en extremo pendientes de ella desde que reveló todo y eso solo la hacía quererlos a todos más, pues eran la familia que siempre añoró de pequeña.

—Todo está bien, lo prometo.

—Bueno, me lo creo esta vez. Pero quiero que sepas que estoy aquí para lo que necesites, hija, si quieres que me vaya a México por un tiempo...

—No, papá, no alteres tu vida por mi.

—Tú alteraste tu vida por todos nosotros.

La pelirroja no supo que decir ante eso.

—Cariño, puedes contar con todos nosotros, lo sabes, ¿cierto?

—Lo sé —dijo ella, sonriente.

—Bueno. ¿Cómo está Diego?

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora