Capítulo 65: La cena de Mia

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—Sol —dijo Diego, mientras con una mano sobre el volante de su coche, sorteaba el abrumador tráfico de la ciudad a esa hora de la tarde.

—Luna —replicó Roberta rápidamente, con una sonrisa divertida curvando sus labios.

Sentada en el asiento del copiloto, la pelirroja volteó a ver a Santiago, quien, en su silla, abrió los ojos como platos con algo de desesperación, al no tener una palabra inmediata con la que replicar y continuar con el juego que habían comenzado a jugar hace varias cuadras atrás, para que el viaje no fuera tan pesado.

Árbol, le moduló claramente a su hijo para ayudarlo, tratando que el hombre a su lado no se diera cuenta.

—¡Árbol! —chilló finalmente Santiago.

—¿Le estás ayudando? —le preguntó Diego a Roberta con fingida indignación, entonces miró por el espejo retrovisor al pequeño—. ¿Te están ayudando, Santi?

—No, papi —dijo el pequeño, mientras se carcajeaba histérico.

—Ya no hagas tiempo y síguele. Te toca la L de nuevo —lo regañó Roberta, dándole un suave empujón en el brazo.

—A ver... León.

—Nube —replicó ella de inmediato.

—E... ¡Espejo!

—Oso.

—Ola.

—¡Abrazo! —dijo Santiago, emocionado.

—Osa —mencionó Diego, mientras se reía, sabiendo lo que vendría ahora.

—¡Papá, esa no vale!

—No manches, Diego —se quejó Roberta, con el ceño fruncido.

—¿Qué? —dijo él, riendo más—. ¿Qué tiene?

—Dijiste oso dos veces.

—No es cierto, abogada. Primero dije oso-o, y luego dije osa-a. Son dos palabras diferentes —se defendió el castaño mientras con la mano extendida manipulaba el volante para doblar en la calle correspondiente.

—Papi, estás haciendo trampa.

El tono de Santiago lo hizo reír y levantó la mano que tenía libre en señal de rendición.

Continuaron jugando en el corto trayecto que les faltaba por completar hacia la mansión Colucci-Rey. Al llegar, Diego estacionó su camioneta en la calle frente a la fachada y no terminaba de salir del vehículo cuando escuchó que la puerta se abría para recibirlos, dejando ver a Alma Rey y su, como siempre, brillante vestuario. Roberta se acercó a su madre para saludarla, mientras él se encargaba de ayudar a Santi a bajar.

—¡Abuelita! —gritó el niño en cuanto puso ambos pies en el suelo, para inmediatamente correr hacia ella.

—Mi príncipe hermoso —Alma lo recibió con brazos abiertos y entre ellos lo cobijó para luego alzarlo y llenarlo de besos en el rostro—. Siento que no te veo hace siglos, mira nada más lo guapo que te pones todos los días, ¿cómo estás? ¿Me extrañaste mucho?

—Sí, abuelita —le respondió, aún con los bracitos rodeándole el cuello.

Diego aseguró su coche y se acercó. Besó la mejilla de Alma y dio un paso al costado, para reunirse con Roberta y abrazarla por la cintura.

—Yernito.

—¿Cómo estás, Alma?

—Muy bien, los estábamos esperando. ¡Pasen, pasen!

La cantante dejó a su nieto en el suelo y lo tomó de la mano para poder caminar al interior de la mansión.

—Dieguito —dijo a medio camino, volteándose para verlo—. No sé si ya hablaste con tu mamá, pero ella y yo ya dejamos todo coordinado para la navidad. Ella vendrá con su novio y tus hermanos para que cenemos todos juntos.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora