23 de julio, 2021
Con la cabeza apoyada en su mano izquierda y el codo en el colchón, Diego acarició el contorno del cuerpo desnudo de su esposa, quien dormía profundamente a su lado. No pudo hacer otra cosa más que sonreír, sin siquiera ser consciente de cuánto tiempo llevaba mirando a su mujer, pues ciertamente podría pasarse una vida entera solo admirándola.
Hoy cumplía treinta y tres años, y, sin vergüenza, podía decir que tenía todo lo que había soñado en la vida: Estaba en buena forma, gozaba de buena salud, se ganaba la vida haciendo lo que más le gustaba, se rodeaba de música todos los días y la empresa que había levantado con sus propias manos hoy era la mejor en la industria. Pero más importante que todo aquello, era el hecho de que la mujer de sus sueños se había convertido en su esposa, tenía la oportunidad de amarla todos los días, a cada hora, a cada momento y, gracias al inmenso amor que se tenían, habían logrado formar la familia con la que, sabía, los dos habían soñado siempre.
Era feliz, tan feliz que a veces temía que todo esto fuera un sueño, o una simulación. Pero finalmente concluía que no podía ser así, pues nada de lo que hoy tenía se le había dado fácil. Habían pasado por tanto, habían sufrido tanto, que esta felicidad en la que vivían, no podía ser otra cosa que una devolución del destino, como una forma de equilibrar su vida luego de la tortura que vivieron por tantos años separados.
Con la palma de la mano le acarició el vientre y luego la abrazó por la cintura has estrecharla contra sí. Sentir su tierna piel contra la suya, el olor de su cabello, la forma en que instintivamente ella se acomodaba para calzar perfectamente con él, dejando la cabeza en la curva de su hombro y enrollando sus suaves piernas con ellas suyas, lo hacía saber que esto era real, que Roberta era real, como siempre había sido y que esta era la vida que merecía vivir.
—¿Qué hora es? —le preguntó ella, aún adormilada.
—Las once y media —respondió tranquilamente, mientras jugaba con las hebras rojizas de su cabello.
Roberta abrió los ojos de golpe, al tiempo que se sentaba, cubriendo su cuerpo con la sábana.
—¿¡Qué!? —chilló, mientras se volteaba para comprobar que lo dicho por su marido era verdad. Al hacerlo, lo miró con reproche—. ¿¡Cómo dejaste que me durmiera!?
—Porque estabas cansada... y te veías preciosa dormida.
Sentada a la orilla de la cama, Roberta lo miró por sobre su hombro, incrédula.
—Uy, si, hermosa, toda babeada.
—Me encantan tus babas —le dijo sonriente.
La pelirroja hizo un sonido de asco y antes de que pudiera levantarse como quería, él la envolvió con sus brazos por la cintura y la atrajo de nuevo a la cama, para que volviera a estar acostada a su lado.
Lo cierto es que su día había comenzado hace varias horas. Todos los sábados, él se depertaba temprano para llevar a Santiago a sus clases de futbol y a Julieta al ballet, también le daba de comer a Daniela y la volvía a dormir antes de salir, para que Roberta pudiera descansar tranquila. Cuando regresaba, la mayoría de las veces encontraba a su mujer tan dormida como la había dejado, pero hoy ella lo había estado esperando, para desearle feliz cumpleaños. Obviamente aquella felicitación no había podido terminar de otra forma que los dos haciendo el amor tan apasionadamente como lo hacían siempre.
—Ya, mi amor, déjame ir —reclamó Roberta, aunque nada en su postura concordaba con sus palabras—. Tengo mucho que hacer.
—Lo único que tienes que hacer es darme amor en mi cumpleaños —dijo él, mientras besaba su cuello. Sonrió al escucharla reír.
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No me olvides
RomanceDiego y Roberta juraron amarse para siempre, sin embargo la vida y sus peripecias no se los permitió. Cada uno tomó su camino, sin saber que eran parte de un círculo que los volvería a encontrar de frente. Hoy, ambos deben enfrentar los demonios de...