Capítulo 49: Consecuencias

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05 de noviembre, 2016

Desesperada, Roberta se volteó en la cama una vez más hasta quedar boca abajo, ajustó la almohada bajo su cabeza y la envolvió con sus brazos. Cerró los ojos, esperando que esta nueva posición le diera el sueño que le estaba costando tanto conseguir, pero después de unos minutos se dio cuenta de que era inútil. Volvió a voltearse, quedando ahora boca arriba, con los ojos abiertos mirando el blanco techo de la que fue su habitación por tantos años en la casa de su madre.

Frustrada por no poder dormir y angustiada por todo lo que la rodeaba, respiró hondo por la nariz y lo soltó por la boca. Giró su cabeza hasta enfocar la mirada en el reloj digital junto a una de sus mesitas de noche. Los blancos número se burlaban de ella indicando las 2 y media de la madrugada. El calmante que le había dado Alma hace varias horas había hecho efecto durante la tarde, logrando que se sintiera somnolienta mientras cenaba, y había caído a la cama sin problemas a eso de las 9 de la noche. Pero hace una horas más o menos había despertado súbitamente, luego de una pesadilla de la que no quería recordar detalle nunca más.

Miró el lado vacío de su cama y posó una mano sobre las frías sabanas. Extrañaba a Diego, pensó. Habían pasado tantos años separados, que ahora que estaban juntos de nuevo era extraño no compartir la noche con él.

El padre de su hijo se había quedado a su lado todo el tiempo durante la tarde, no soltando su mano ni por un instante, siendo ese apoyo incondicional que ella tanto necesitaba en ese momento. Pese a su presencia física, a su mirada amorosa y sus palabras de apoyo, Roberta notaba que él estaba ausente y perdido en sus pensamientos. Un par de veces había tratado de indagar lo que le ocurría y ella misma se preguntó si no estaría siendo demasiado egoísta, pues eran los dos quienes estaban en este infierno, sufriendo por las malas decisiones que habían tomado en el pasado; se preguntó si tal vez no estaba siendo recíproca en el apoyo que Diego le estaba dando a cada momento. Lo cierto es que no pudo resolver sus cuestionamientos, ya que cada vez que intentó entrar, él la distrajo con sonrisas tranquilizadoras y besos amorosos que  sutilmente le cerraban la puerta a su mundo interno.

Esperó poder hablar con él más en serio e íntimamente cuando se fueran a la cama, pero Franco había sido estoico en seguir las reglas de su casa. Para él, un hombre de tradiciones y chapado a la antigua —quizás demasiado— era inadmisible que los novios de sus hijas pasaron la noche en su casa, sin importar la edad que estas tuvieran. No le importaba que ellas hicieran lo que creyeran pertinente fuera del hogar, finalmente las tres eran mujeres adultas, pero bajo su techo serían siempre adolescentes a las que tenía que cuidar, y la única forma que alguno de sus yernos, a quienes tanto aprecio les tenía, pasara la noche ahí, era con un certificado de matrimonio bajo el brazo.

A Roberta eso le había parecido una tontería gigantesca, y se lo había dicho a Diego para que los dos se fueran al departamento de él, o al de ella. Pero el castaño había insistido en que durmiera en la casa de su madre, pues sabía que ahí se sentiría más segura y protegida que en un departamento. Protestó un poco, pero finalmente cedió porque al final supo que lo que Diego le decía era verdad, en ese momento tan oscuro necesitaba el confort de su familia nuclear. Obviamente jamás lo admitiría, si orgullo no la dejaba.

Estiró el brazo hasta alcanzar su celular. Se mordió el labio inferior, dudando un poco, pero finalmente se atrevió. Si Diego dormía, simplemente no le respondería.

Tecleó en la pantalla de su teléfono inteligente.

Roberta
2:40 AM
Estás despierto?

Pasaron los minutos y no recibió respuesta. Apretó los labios hacia un lado, resignada, y cuando tomaba las cobijas para apartarlas e ir a dormir con Santiago, su celular vibró entre sus manos.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora