Capítulo 32: Juntos

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Sentir los labios de Roberta entre los suyos era como un sueño del cual no quería despertar jamás. Pero Diego no quería soñar más, quería vivir, quería sentir y, sobre todo, quería estar con esa mujer que por tantos años había amado.

Con una mano en su cuello y la otra en la curva de su cintura, tuvo que alejarse para verla, y cerciorarse de que la pelirroja estaba ahí.

Se veía preciosa esa noche, pensó, su pelo rojo estaba liso, cayendo despreocupado sobre sus hombros. Sus ojos brillaban emocionados bajo la tenue luz de ese cuarto de hotel y sus labios estaban húmedos, enrojecidos y algo hinchados por la pasión que él le había entregado con sus besos. Luego, miró su hermoso cuerpo, el cual estaba cubierto por un bonito vestido color morado intenso de mangas cortas, que se le entallaba exquisitamente hasta la mitad de los muslos y el cual esperaba que pronto descansara en el suelo alfombrado de esa habitación.

Volvió a mirarla a los ojos y ella le sonrió. Se quedó en trance un momento, antes de devolverle el gesto, pues era como si el amor que sentía por ella lo tuviera a punto de explotar.

—No puedo creer que estés aquí —susurró, enmarcándole el rostro con una mano, mientras juntaba su frente con la de ella.

Roberta también puso ambas manos en el rostro de él y se apartó un poco para mirarlo.

—Estoy aquí —aseguró, mientras rozaba su nariz con la de él, consciente de lo mucho que a Diego le gustaba esa caricia—. Y no me voy a ir.

Se besaron de nuevo, con la misma pasión que habían estado manejando hasta ese momento, pero Diego aún no podía dar rienda suelta a su sentir, pues no quería que Roberta pensara que lo único que quería de ella era esto.

Se apartó de nuevo y hasta alcanzó a divisar un chispazo de decepción en los ojos de la madre de su hijo.

—Espera —le pidió, cuando notó que ella no quería detenerse—. ¿No quieres hablar?

Roberta sonrió, al tiempo que ponía ambas manos en el fuerte pecho de él.

—Sí quiero, quiero que hablemos de muchas cosas, que hablemos de todo y con la verdad ahora sí, pero no ahora.

—¿No? —dijo él con tono burlón y ella solo negó con la cabeza mientras suprimía una sonrisa y se mordía el labio inferior—. ¿Y qué quieres, entonces?

Para Diego fue exquisito el color carmín que tomaron las mejillas de Roberta, pues muy pocas veces en su vida, él había tenido la oportunidad de verla avergonzada. Sin embargo, esa vergüenza no la privó de responder.

—Quiero que hagamos el amor 

Aquellas palabras fueron un gatillante para su goce. Sin decir nada y en un movimiento salvaje, Diego la tomó de la nuca y la besó en los labios con pasión, con hambre y anhelo. Sus lenguas no tardaron en encontrarse y al hacerlo los dos soltaron el aire con intensidad, ansiosos por lo que estaba por venir.

Los labios de los dos continuaron su apasionado encuentro por un rato más, hasta que Diego descencendió por la mandíbula de Roberta, y más abajo hasta llegar a su cuello. Se estremeció al escucharla jadear y sonrió cuando ella dio un brinco al morderla con suavidad, justo ahí donde la hacía temblar. Mientras se embelesaba con su cuello, llevó las manos a la parte de atrás del vestido, para bajarle el cierre y desprenderla de él, pero como si el contacto la hubiese quemado, ella se removió y se separó un poco.

—¿Qué pasa? —preguntó con confusión.

Roberta sonrió apenada y dio un leve vistazo a su alrededor.

Ella nunca se había sentido insegura de su cuerpo, y sinceramente este no había cambiado demasiado luego del embarazo. Pero sí había cambiado. Eso era un hecho que la asustaba un poco, pues aunque Diego y ella ya habían estado juntos, aquella vez no había existido ninguna luz que la delatara, a diferencia de ahora.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora