Capítulo 51: Nuevas promesas

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07 de noviembre, 2016

Mirando a través de la ventana del auto, Roberta se envolvió a sí misma con sus brazos. Todo lo que estaba ocurriendo le parecía tan surreal, que ni siquiera podía identificar cómo se sentía. Ciertamente, el pecho lo percibía agujereado y el estómago lo tenía tan apretado como un puño, mientras que la piel le hormigueaba con un dejo tan desagradable como el palpitar que su corazón le dejaba escuchar en los oídos. Pero, ¿qué sentía?. Estaba preocupada por Diego, eso era lo primero en lo que podía pensar, pues el padre de su hijo aún no le daba ni una sola señal de vida. Estaba nerviosa por Santiago, a quien decidió no llevar al colegio el día de hoy, por lo extraño que estaba siendo todo. Por supuesto, la angustia también estaba ahí, tácita e in crescendo; no podía dejar de recordar lo fuera de control que estaba Diego ayer por la tarde, y, aunque intentaba hacerlo, su mente desvariaba en las consecuencias que su comportamiento pudo haber tenido. Respecto a Javier, no sentía nada.

Sin duda, la noticia de que su marido estaba en la clínica en estado vegetal la había impactado, pero era como si no lograra conectar con esa información. Fue como si le estuvieran hablando de algo que no podía procesar. Una parte de ella estaba conmocionada; otra se obligaba a querer sentir algo de lástima por Javier, tal vez un poco de preocupación; y una pequeñísima, pero poderosa, se sentía esperanzada, ya que le ponía presente en algún lugar de su consciencia, qué tal vez esto era lo que tenía que pasar para por fin poder vivir en paz.

Intentaba con toda sus fuerzas empatizar con Javier, tratar de sentir algo por él, pero no podía, y en cierta medida se daba licencia para no sentir nada. ¿Cómo podría?. El que era su actual esposo había sido malo con ella, por ponerlo de una forma simple, la había maltratado de todas las formas posibles. ¿No sentir pena por él en este momento, la convertía a ella en mala también?

Sintió la cálida mano de Iván tomar la suya y sus atropellados pensamientos de detuvieron. Desvió la vista del paisaje en movimiento hacia su mejor amigo, quien conducía con rostro impasible.

—¿Qué tal lo llevas?

Roberta estiró los labios al tiempo que subía las cejas mirando su regazo.

—No sé.

Iván solo asintió, sin decir nada.

—¿Tú cómo te enteraste?

—Uno de los abogados de Javier avisó a Pepe, y él me lo contó a mí. Ahora mismo, Pepe está en la corte con los abogados de Javier para suspender el juicio

Roberta respiró profundo e Iván le tomó más fuerte de la mano, pues interpretó su resoplo como una manifestación de su angustia.

—Tranquila, guapa, todo se arreglará —volteó a verla de reojo al no recibir respuesta—. ¿Roberta?

Ella negó con la cabeza, en silencio, y con la mano que tenía libre tomó su celular de su bolsillo, solo para comprobar que Diego aún no la contactaba.

—¿Qué pasa?

—No sé nada de Diego desde ayer por la tarde, estoy muy preocupada por él.

Iván le soltó la mano para poner ambas sobre el volante con seriedad y se acomodó en el asiento. Roberta entornó los ojos casi al mismo tiempo que fruncía el ceño. Conocía demasiado bien a su mejor amigo como para no darse cuenta de que le ocultaba algo.

—¿Tú sabes algo de Diego?

El español no dijo nada y eso solo logró exasperarla.

—¡Háblame, idiota! —le gritó debido a la poca paciencia que tenía en ese momento.

No me olvidesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora