CAPITULO 45

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—El otro día estuve hablando con Pearl. –le comento a Hayden.

Estamos en su habitación. Yo sentada en su cama apoyada en el cabecero y él sentado en la silla de su escritorio, en una esquina de la habitación, mientras nos pasamos una y otra vez una pelotita de goma.

—¿Y...?
—Y... creo que sospecha algo. Bueno, creo no. Sospecha algo -afirmo.
—¿Y...?–me devuelve la pelotita con el ceño fruncido.
—Pues que sospecha algo.
—¿De qué?
—Pues...¡de nosotros! –me separo un poco del cabecero señalándonos, exasperada.
—Ah, ¿y qué?
—Hayden, hay miles de palabras y formas de contestar en nuestro idioma y tú eliges ir por el camino de la monotonía. ¿Te importaría escucharme? Estoy hablando en serio.
–Pero sí te he escuchado. Has dicho algo sobre que una rubia loca con una sonrisa estampada siempre en la cara y que parece ser mi hermana sospechosa de nosotros.–relata mientras da vueltas en su silla.
—¿Y ya está? –me desplazo hasta el borde de la cama y le miro dar vueltas en la silla.
—Es que –detiene la silla justo delante de mí.– no recuerdo haber cometido ningún crimen contigo. ¿Tú sabes algo?

Puedo ver un brillo pícaro en sus ojos, y al instante sé que está intentado ponerme nerviosa.

—Hablo en serio, Hayden. Quiero saber qué es lo que piensas.

Me mira durante unos segundos. Unos laaargos segundos. Me es imposible no perderme en esos ojos verdes. Salgo de mi ensimismamiento cuando me doy cuenta de que se ha acercado y ahora está sentado justo delante mía, de modo que estoy sentada en el borde de su cama, a menos de diez centímetros de su boca y con mis piernas entra las suyas.

—¿De verdad te importa tanto? –sigue mirándome fijamente a los ojos, pero ahora su mirada me transmite seriedad.

Cuando ve que estoy tardando en contestar, me parienta suavemente las rodillas con sus manos.

—Yo... mhm... no es que me importe. Bueno, en realidad, sí me importa. Lo que quiero decir es que... no lo sé. Estoy confundida.

Me dedica una mirada para que me anime a continuar. Tenía las ideas tan claras... y ahora me cuesta ponerlas en orden.
Estoy nerviosa. Abrirme y mostrar mis sentimientos nunca ha sido mi punto fuerte. Pero tengo que hacerlo. Quiero hacerlo.

No me doy cuenta de que he estado arrancándome las pielecillas de alrededor de las uñas hasta que Hayden cubre mis manos con las suyas para que pare de hacerlo.

—Puedes hablar conmigo. Lo sabes, ¿no?

Asiento a modo de respuesta e inspiro antes de empezar a hablar.

—Yo...–carraspeo para estabilizar mi voz. – Yo no sé en qué punto estamos. Sé que te dije que no quería tener nada con nadie, pero está claro que esto –nos señalo a los dos– no es nada. Y estoy confundida, porque me gusta lo que tenemos, pero también tengo miedo.

—¿Miedo a qué? –sus manos siguen en mis rodillas, trazando círculos con sus dedos. Creo que lo hace para que me relaje, y en parte lo consigue. Pero no puedo evitar apartar mi mirada de la suya.

No sé cómo hemos llegado a esta parte de la conversación. Los segundos que pasan se me hacen eternos.

—¿Miedo a qué, Kimber?–Repite y levanta mi barbilla con la mano para encontrarse con mis ojos.
—A que todo esto se acabe. Siento que estoy viviendo en una burbuja y, cuando explote, caeré en picado.
—No tiene porqué acabar.
—No lo entiendes. –niego y me pongo en pie. –Todo esto se acabará en unos meses, quiera o no.
—Lo estás complicando más de lo que es en realidad, Kimber.

Mi cerebro desconecta durante una milésima de segundo tras escucharlo decir mi nombre por segunda vez.
Se levanta de la silla y camina hacia mí. En menos de dos zancadas lo tengo delante mío.

—Sí, tú te irás –comienza, y yo intento disimular una mueca de disgusto al oírle decir eso. Es cómo si fuese más real.– Volverás a tu vida de antes, todos lo haremos. Empezaremos la universidad ¿pero dejarás de pensar en nosotros solo por no seguir aquí?–extiende los brazos a ambos lados de su cuerpo, señalando nuestro alrededor.

Niego con la cabeza lentamente, ahora sí, sin poder apartar los ojos de él.

—Pues claro que no lo harás. –dice suavemente, dejando caer sus brazos. –Y nosotros tampoco. Yo tampoco.

Se acerca más a mi para cubrir mi mejilla con la palma de su mano y agacha la cabeza para ponerse a mi altura. Puedo notar su aliento contra mis labios. Y que mi mente se nuble con solo un roce suyo no tiene que ser bueno. O sí, depende de cómo lo mires.

—Entonces ¿qué hacemos? –pregunto susurrando sin saber el porqué – ¿Cómo debemos de actuar delante de la gente?
—No se trata de actuar, Kimber. Se trata de hacer las cosas cómo y cuándo te apetezcan. Sin planearlo ni ocultarlo.
—¿Y eso significa que...?
—Eso significa que si estamos con nuestros amigos y a mi me apetece hacer esto, –me cubre las mejillas con ambas manos y me da un corto beso en los labios– lo haré sin pensarlo.

Ahora me vendría bien tener unos cinco ventiladores enfrente mío. Creo que no había estado tan roja en mi vida, y no es porque me de vergüenza, si no que nunca antes me habían dicho las cosas tan claras ni de esta manera. Y me encanta.
Hayden aflora sensaciones en mi que nunca antes había experimentado. Eso es lo bonito de algunas personas, que cada una tiene su manera de hacerte sentir.

—Kimber, ¿tengo que llamar a una ambulancia? Te has puesto tan roja que creo te has superado a ti misma.
—¡Eh! No te rías en un momento así. –le doy un pequeño golpe en el hombro que le hace reír.
—No voy a hacer nada que no quieras, lo sabes. –susurra, volviendo el ambiente un poco más serio.
—Lo sé.–sonrío tímidamente.

Compartimos un momento de silencio cómodo en el que intercambiamos miradas hasta que el teléfono de Hayden empieza a sonar. Hace una mueca de disgusto y saca el teléfono del bolsillo para responder. Se sienta en el borde de la cama y me atrae hacia él de la cintura para que me siente en su pierna.
Me quedo tan embobada mirando el movimiento de sus labios al hablar que no me doy cuenta de que ya ha colgado el teléfono y me está hablando a mí.

—Eran los chicos. Van a ir a tomar un batido. ¿Vamos?
—Claro, deja que me cambie y salimos.

Entro a mi cuarto y empiezo a cambiarme lo más rápido que puedo. No me gusta hacer esperar a la gente. Cuando termino de ponerme los zapatos, me llega una notificación al móvil que reviso enseguida. Y ojalá no haberlo hecho en este momento.
Este mensaje arruinará el resto de mi día

Tal Vez NosotrosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora