Fue un veinte de marzo...:

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20 de abril, martes.

Fue un veinte de marzo...; hace ya un mes que tomé una «buena decisión», quizá la mejor de mi vida...

Es solo un mes, cumplido en la fecha que titula la canción de Celtas Cortos, que ahora suena casualmente en la radio; tú la mencionaste en nuestra despedida en Anaya, ¿recuerdas?

Yo no hago otra cosa más que recordar y recordar... «Llevamos» solo un mes aunque no lo parezca. No se si es poco o mucho tiempo, pero me da igual porque lo único que sé es que te quiero, amor mío.

¿Tanto amor es mucho para un mes, cuando empezar a enamorarse solo lleva un instante? A mí me bastó el de una de tus sonrisas el jueves del Sobrao, allá por el veinticinco de marzo.

Pero realmente todo empezó antes; al menos eso sí nos dio tiempo a confesarlo, ¿verdad? Nos dimos cuenta que nos gustábamos la tarde del domingo, catorce de marzo, en el parque de Los Jesuitas, en aquel momento cómplice que tuvimos con las chuches.

Pero yo recuerdo en especial la noche del Sobrao, ya empezado «lo nuestro», porque tenía que decidir si iba o no a terminar con ello; no quería hacerte daño.

Acabas de llamar, justo mientras escribía. Me siento fatal por todo lo que te estás gastando en teléfono, y por cómo duele que se haya cortado sin despedirnos en condiciones.
Supongo que como otras veces, volverás a llamar. ¡Odio los móviles!

Te quiero, y perdóname por interrogarte ahora en la llamada sobre lo nuestro, pero es que hoy, al confesarme aquí, quería saber...; es que he notado como si te incomodara.

¿Por qué no vuelves a llamar?... Necesito oír tu voz, despedirnos hasta mañana y decirte que te quiero una y otra vez, por ser tú, por estar ahí dentro de mi víscera cardiovascular, o quizá muy metido en mi masa encefálica.

Será mejor que acepte que no me podrás llamar hasta mañana..., pero aún espero volver a oírte.

Retomaré el recuerdo por el que iba, para olvidarme de que puedñas volver a llamar.

Te contaba que la noche del veinticinco, el jueves de El Sobrao, dejé de sentirme culpable contigo porque hasta ese momento, había seguido «estando» por Raúl; descubrí que tú me gustabas tanto como él. Y tenías la ventaja abrumadora de que yo también te gustaba. 

Esa noche, inesperadamente, te convertiste en mi nueva ilusión; te descubrí tan atractivo «de golpe», tan guapo con tu camiseta morada...; y te deseé. 

Estabas conmigo día a día (porque desde el veinte, todo ha sido literalmente «día a día» entre nosotros), mi ilusión por tí solo crecía y crecía; te admiraba, te deseaba, me hacías sentir feliz.

Todo fue tan perfecto que parece colocado en escalera:
Qué maravilloso fin de semana el que nos conocimos; el viernes del concierto de mis primos, el sábado entero con vosotros, en el piso de Bego, y luego el domingo, catorce de marzo, cuando decidimos ir todos al parque después de despedir a Rosa en la estación, y fue a través de unas golosinas «cómplices», como empezamos a mirarnos tu y yo de forma especial. 

Después, el destino quiso que nos «topáramos» con todos vosotros el miércoles, tu y yo no nos habíamos visto desde el domingo... ¿Recuerdas el bazar? Entre los pasillos, buscándonos con la mirada constantemente, las sonrisas, tus chistes malos para hacerme reír... Y más miraditas mientras todo el grupo hacia planes para ir juntos a Béjar el finde siguiente.
Que aquel coqueteo contigo «estuviera ahí» fue muy halagador.

El día veinte, de camino a Béjar, ya era evidente que no solo me agradabas y..., sé sincero; yo a ti mucho más. Tras todo el día coqueteando, la atracción se hizo tan fuerte en el viaje de vuelta y durante todo el resto de la noche aquí, que por fin «me dejé llevar» contigo, al salir de El Bolero. Y lo nuestro empezó con aquel primer beso...

De Salamanca a HamallajDonde viven las historias. Descúbrelo ahora