Tres meses...:

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20 de junio, domingo.

Tres meses...:

No voy a dejar de decirlo; lo siento pero son tres meses que suenan bonito, pero esconden la realidad de veintitrés escasos días contigo y setenta excesivos días sin ti..., estos son nuestros tres meses.
Contar así el tiempo de esta relación, duele. Por eso prefiero empezar de nuevo cuando..., ya te lo he dicho otras veces.

Hoy es un día agridulce. Podemos decir que son tres meses desde que todo empezó, pero no hemos disfrutado juntos desde hace más de dos.

Sin embargo mi alegría de hoy es porque me llamas y voy a estar aquí.
Por teléfono te contaré «el riesgo» que esto me ha supuesto.

Mi padre consintió que no fuera al pueblo, pero mi madre me ha dicho que no me lo va a perdonar.
Yo puse ese riesgo en una balanza junto a no hablar contigo hoy, y esto pesó muchísimo más.
Lo que ha pasado con mi madre es que la fortuna no me ha acompañado y las cosas se han puesto bastante mal; te lo contaré por teléfono mejor.

Te he prometido algo especial para hoy, se trata de algunas citas.

Acabas de llamar..., y de cierta manera, me has salvado de cara a mi madre, porque ha sido a la una menos veinte; qué alivio... A esa hora, ni siquiera hubiera podido estar en casa de mi abuela si al final, hubieras tenido que llamarme allí.
Sabía que quedarme en Salamanca, era la decisión correcta, por encima de todo.

Hay mucho que contar y mucho que escribir. Pero antes, hay algo que me angustia; ¿por qué te noto tan triste por teléfono?..., ¿es por qué aún no sabéis ni una palabra sobre cuando volvéis?, ¿o es por otra cosa?
No lo soporto, me dan ganas de llorar; no quiero imaginarte así, no cuando está tan cerca el momento de volver a vernos. Y porque, ya sabes...; también empiezo a «comerme la olla», por si estás de ese ánimo por algo que me incumbe...

Dejé ayer colgada la contestación a tus cartas.
Antes no he podido decirte que las recibí porque no dió tiempo; cuando iba a ello me dijiste que había que colgar. Quizá te lo diga el martes si me preguntas, quizá me olvide, no lo sé.

Tampoco sé si esta carta te llegará el miércoles, temo que pase como con la última.
Me inquieta porque eso podría significar que nunca llegaría a su destino...
Lástima por un lado..., pero infinita alegría por otro.
Espero que los hados la protejan.

Cómo te decía, tus últimas cartas me han parecido enormemente hermosas, han sido con las que más he llorado.
Es cierto que todas, hasta ahora, han sido lo mejor que he vivido en este tiempo sin ti, pero estas son especiales.
Te descubriré el porqué: Por fin me cuentas cosas muy especiales que necesitaba saber; como es todo lo de los refugiados, y sucesos importantes para ti, como lo de la bicicleta que habéis arreglado para vuestro nuevo amiguito...

Y, por Dios, Ben, ¿por qué nos parecemos tanto...? Yo también siento que voy a echar de menos el echarte de menos..., valga la redundancia.
Sí, Ben, tenemos un sueño común que se cumplirá; las ilusiones así, se sienten con la misma felicidad que experimentamos al lograr su cumplimiento, solo hay una cosa que las diferencia de cumplirlas; que implican desasosiego, al contrario que la paz que otorga lograrlas.

No sabes lo importante que ha sido para mí leer esto: «Esta carta va dirigida a una amiga».
Me he sentido más unida a ti que nunca...; te comprendo, entiendo todos esos sentimientos tuyos respecto a la ayuda que habéis prestado allí..., y todo lo que me cuentas, me ha llenado más de lo que imaginas.
Me he sentido tan orgullosa de ti... No por el trabajo realizado, porque es trabajo de muchos, de todos vosotros, y ese orgullo es distinto, patriótico quizá. Me enorgullezco de ti en particular, por sentir lo que describes, porque de tu alma salgan esas emociones tan dulces, tan espirituales...
Por sentir orgullo, lo he sentido hasta de mí misma por haberme enamorado de alguien como tú; tan capaz de abrir su corazón al mundo.
Necesitaba saber cosas así; las revelaciones más profundas y sinceras de tu mente. Me hubiera gustado vivir todo eso contigo...
Sé que podré compartirlo en otro nivel, y sobre todo, podré hacer lo que deseo ahora mismo: Abrazarte fuertemente, besar y acariciar tu rostro y decirte lo maravilloso que eres, amor mío.
Dices estar seguro, que cuando me cuentes en persona todo esto y más, yo lo sentiré igual que tú, como si fueras tú mismo...
Yo no puedo decir nada mejor a ese respecto que lo que ya dijo Pedro Salinas:

«¡Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido!
Rendirse a la gran certidumbre,
oscuramente,
de que otro ser fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo (...)
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz. (...) Y cuando [él] me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré estrellas que no vi, que [él] miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.(...)»

Creo que, estos fragmentos de uno de sus poemas de La voz a ti debida, vienen a propósito del tema del que hablábamos.
Te lo dedico con todo el amor que hay en mí.
Te quiero.

Seguimos: dices que lo importante es hacerme sonreír.
Espero que te sirva de algo saber que siempre es lo que consigues, como con tus juegos de palabras...; el último me ha hecho mucha gracia.

Pero con lo que más he reído hoy, ha sido con tu última «declaración aclaratoria...», antes de colgar el teléfono, Lo siento, es culpa mía que te preocupes tanto por si he entendido algo al revés o me has dado una falsa impresión; es encantador que ya conozcas tan bien este rasgo mío.
Lo siento de veras, siento cuestionarme todo; cada palabra, cada silencio, todo...
Es mi defecto, ese desesperante, ¿te acuerdas?
Nací así y lo hago inconscientemente, creo que con la secreta intención de protegerme, de saber y tomar en cuenta todas las posibilidades, significados y consecuencias, para que nada me pille por sorpresa y me haga daño, ¿lo entiendes?
Pero no te preocupes, no tienes porque vigilar cada cosa que digas o hagas.
Es mi cabeza quien hace esos análisis intensos, pero contigo siempre gana el corazón y él nunca te cuestiona; te adora y te ama, simplemente.
Te quiero Ben, por eso me duele que estés decaído...
En la última carta, la del día catorce me hablas de ello; lamentablemente, el viento sí «ha traído» tus lágrimas, esas que dices que se secan sin salir de tus ojos...; veo la profundidad con la que escribes en tus últimas cartas, tus frases en las llamadas, oigo ese tono bajo y quebrado de tu voz...; hace un rato me he sentido hundida.

Podría animarte y decirte que pronto estarás aquí, con los tuyos, pero aún no sé sí esa es la causa de tu aflicción.
Supongo que dudo, porque yo me veo ilusionada; porque dos semanas no son nada, te lo aseguro.
Me fastidia por ti, porque como no estáis haciendo ya nada, el tiempo se os pasa más lento.
Trata de disfrutar de los últimos días allí, de la gente, de la playa, no sé...; medita sobre ti mismo, sobre tu relación con las cosas y con quienes te rodean, allí y aquí, sobre lo que quieres para el futuro, aunque te dé miedo.
Medita sobre todas las facetas de tu vida; sueña, planea, recuerda... Es todo lo que se me ocurre para aconsejarte.
Sé por experiencia que para interiorizar no hay nada mejor que contemplar el mar, el oleaje...
Quiero que seas feliz, Ben; yo también busco tu sonrisa.
Tranquilo, nunca se borrará la mía, ni aunque esté rota de dolor: ¿recuerdas nuestra despedida? «¡Aurora, no llores, sonríe!», tú también sonreíste al oírme aquello..., así soy; entre el dolor más inmenso puede brotar en mí la risa o un comentario alegre.

Dices también que estarás a mi lado, protegiéndome, para que nada malo me pase y siempre esté feliz... Ben, te doy la razón, porque esa es la única forma en que yo pueda ser feliz siempre; contigo.

Acaba de llegar mi madre, espera a que compruebe como está y continuamos.

De Salamanca a HamallajDonde viven las historias. Descúbrelo ahora