¿Cómo estás, amor mío?

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«En tus ojos vi luz y no pude huir, vi el vacío del cosmos infinito y solo pude caer en él.

En tus ojos se encendió la llama, y con ella ardió mi infierno, se iluminó mi cielo, se generó el amor y se formo una esfera, perfecta y sin límites, como tu alma, transparente y armónica, como tu sonrisa.
En su interior me encontré flotando, en perfecta sincronía, contigo a mi lado, perteneciéndonos muy dentro, con la dulce libertad que otorga el amor, a los que se saben tu y yo...»

Habla tu diosa destino:

«Hoy de nuevo amaneció sin la esencial ayuda de vuestra sonrisa. Continuáis allá, lejos de mí. ¿Cuál es mayor dolor?; ¿estar yo sin vos o que estéis vos sin mí?..., me aturde tanto sufrimiento.

El tiempo pasa inexorable, pero no comprendo como no se duele incluso él, por su maldad de tenernos separados.

Ya son incontables las veces que durante el día me asomo a las ventanas de mi alcoba, esperando oír las trompetas y tambores que anuncien vuestro regreso a este reino, trastocado por vuestra ausencia.

En vuestras ultimas misivas decís que no os anunciaran las fanfarrias, si no una bella y tierna rosa... Me llega en este instante, el aroma de las rosas del jardín, ese por el que paseamos todos los días que estuvisteis conmigo, ese que es el jardín de mi alma. Todas las rosas que en el florecen son vuestras...

El castillo esta frío y solo, oscuro..., faltáis vos para llenar cada estancia, aunque bastará la esencia de esa rosa que os precederá, para encender de nuevo los hogares, las lámparas, todas las velas y hasta los fogones de las cocinas. Será suficiente la delicada brisa de la fragancia de esa flor, para abrir ventanas, descorrer las cortinas y dejar que el sol vuelva a entrar, y que reciba mi perdón, por su desfachatez de atreverse a nacer cada mañana, sin la complacencia de vuestra mirada a mi lado. ¿Vos qué pensáis, mi señor?, ¿podremos perdonarlo alguna vez?
Quizá me respondierais que sí, que recibirá su perdón en el mismo momento en que amanezca de nuevo ante nuestro abrazo...

Os echo tanto en falta, mi amo y señor...

Cada latido de mi corazón, cada inspiración y expiración de mi pecho, cada leve movimiento, cada parpadeo de mis ojos, son por y para vos. Estoy enferma hasta la sensación de ir a morir; mi enfermedad se llama amor y morirá por vos. Siento a veces, que mi poder de hada se agota; sin mi mago, no hay magia.

Os amo con pasión y fascinación. H.P.»

12 de junio, sábado.


¿Cómo estás, amor mío?

Ayer, como has leído, hice otra vez un esfuerzo poético.

A veces, me dan ganas de escribir un «te quiero» enorme en una cartulina grande, pero no por mandártelo en plan romántico ni nada así...; es porque siento que mi amor por ti, se encuentra demasiado aprisionado entre las letras pequeñas.

Hoy será un día aburrido. Viene mi tía de Madrid pero se irá enseguida al pueblo; casi no podré hablar con ella. Luego, más me vale que me ponga a estudiar o algo. Lo que pasa es que me encuentro un poco mal; me duele la cabeza.

Me acaba de decir mi madre que si me quiero ir con mi tía al pueblo.

Mi pueblo, que espero enseñarte pronto, tiene dos núcleos urbanos, separados por un riachuelo con un puente. Mis tíos viven en la parte más pequeña, y del otro lado, esta la parte más grande y la urbanización de adosados que se construyó cuando el primo de mi madre logró la alcaldía.
Hay cerca un monte de encinas precioso; no es como Valcuevo, pero se puede pasear...
Aunque a mi pueblo le pertenecen administrativamente muchos terrenos colindantes, es pequeño. El de mi padre, que es el de al lado, si es mucho más grande.
Yo odio el pueblo de mi padre, por eso no lo considero mío. Allí viven los padres de mis primos, y mi abuela con mi otro tío, el pequeño. La familia de mi padre, salvo mi tía política, no es santa de mi devoción, precisamente.

De Salamanca a HamallajDonde viven las historias. Descúbrelo ahora