23| Finales

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SAM

Ella sigue mirando al cielo, pero ahora yo la miro a ella. Decir que tiene un perfil perfecto se queda corto. La poca luz que nos alumbra me deja ver la silueta de su nariz. Unos labios perfectos. Las orejas tapadas por su melena rubia. Respiro tranquilo mientras tengo la imperiosa necesidad de no apartar la vista de ella.

—¿Crees en el destino? —su voz suena como un susurro. Su mirada pasa del cielo a mis ojos como si de lo mismo se tratara. Sus labios se elevan en una sonrisa y los míos hacen lo mismo de manera inconsciente.

¿Creo en el destino?

—¿Que es el destino? —tardo unos minutos en hablar. Ahora los dos miramos al frente, con la mirada fija en las luces que iluminan la ciudad.

—Algo que ya está escrito. —coge aire y habla de nuevo. —Como un final ya escrito.

—¿Un final bueno o malo?

—Según. ¿Te gustan mas lo finales felices?

—Los que he vivido hasta ahora son finales tristes. Finales que te dejan en mil pedazos. Finales que me han hecho ser quien soy ahora.

—¿Cómo determinas el final de algo? —nos miramos de nuevo y alzo los hombros.

—¿El final no es el hecho de que algo acabe?

—Entonces tu también crees que todo acaba. —suelta una risa leve y niego con la cabeza sonriendo.

—La vida acaba y las situaciones que vives en el proceso antes de morir también, pero no creo que absolutamente todo acabe. Aparte estábamos hablando del destino, no de los finales.

—El destino crea finales, mas alegres o menos alegres.

—Si mi destino ha hecho que este aquí ahora mismo, contigo, creo en el, pero no en los finales. —cuando me imagino que va a replicar lo de los finales diciéndome que me contradigo le pongo un dedo en los labios. —Has entendido mi concepto de finales, ojos azules.

Sus labios sonríen contra mi dedo. Coge mi mano con sus dos manos y la aprieta mientras apoya la cabeza en mi hombro. El silencio se apodera de nosotros. Es un silencio necesario. Un silencio que sabía que ella no iba a aguantar durante mucho tiempo.

—¿Traes aquí a todas las chicas con las que vas a correr? —frunzo el ceño y niego con la cabeza. Lo último que me esperaba escuchar era eso, pero antes de responder pienso. Tengo que dejar de actuar por impulsos, la mayoría de ellos son negativos y es la persona que menos se lo merece.

—No he traído aquí a nadie. Era mi sitio, nuestro, el de Alejandro y mio. —su mano no me suelta, pero si levanta la cabeza de mi hombro para mirarme. Sus ojos brillan y sus labios se elevan sin dejarme ver sus dientes.

—¿Y porque a mi? —suspiro alzando los hombros y la miro.

—Algún día te hablaré de el y lo entenderás. —ella asiente y acorta el poco espacio que hay entre sus labios y los míos. Es un beso suave. Muy suave. Como si me fuese a romper en cualquier momento. Se sienta a horcajadas sobre mis piernas y atrapa mis manos entre las suyas. Sus labios se despegan de los míos y me mira.

Los 'no-finales' existen. Si no, que alguien me explique como olvido a esta rubia de ojos azules para que realmente exista un final.

—Bailo desde los cinco años. Danza contemporánea. Nunca lo he dejado y nunca me he cansado de ella. Me da la libertad que muchas veces siento que me falta.

—Eras muy pequeña, ¿porque empezaste?

—Que vergüenza. Iba de camino a natación de la mano de mi madre, pasamos frente a una cristalera enorme donde había una sola chica bailando y me pegué al cristal como si fuese una lapa. Una chica alta, rubia, un cuerpo de escándalo y unos movimientos que me hipnotizaron. Necesitaba ser como esa chica.

—Lo conseguiste. —puedo saber que la sangre se le ha subido a la cara sin ni siquiera mirarla. Parece que la voy conociendo y eso me gusta, aunque no debería.

—Eso parece.

—Quiero verte bailar. —abre los ojos sorprendida por la petición y niega con la cabeza.

—Ni de coña.

—Tu me has visto a mi.

—Todo el mundo te ha visto bailar, Sam.

—¿A ti no?

—Si, pero no me lo han pedido expresamente a mi.

—¿Crees que lo haces mal?

—Creo que sé lo que hago.

—Entonces no tienes excusa.

—Quizá, algún día. Pero no prometo nada. —asiento y ella se apoya en mi pecho.

El silencio vuelve a nosotros y esta vez dura mas tiempo que el anterior. Juega con los dedos de mi mano y por como traga saliva antes de hablar, parece ser que tiene miedo de decir lo que va a decir.

—¿Porque intentas hacer creer a la gente que eres de una manera que realmente no eres? —su voz suena suave, si no estuviésemos tan cerca quizá ni la hubiese escuchado. Apoyo mi frente en la suya cerrando los ojos y intento dejarme unos minutos para pensar antes de responder. Mi costumbre ante esto es ponerme a la defensiva, levantarme y huir cabreado. No puedo hacer eso. Al menos me convenzo de que no puedo hacerlo.

—Todavía no me has conocido, no del todo.

—Lo estoy haciendo, te estoy conociendo y no eres como haces creer a los demás.

—No sabes nada. —mi respiración se acelera aunque intente evitarlo y ella parece hacerse mas pequeña encima de mi. Pero no se rinde y desearía que lo hiciese porque soy una bomba de relojería.

—Solo quiero ayudarte.

—No te he pedido que me ayudes.

Justo este es el Sam del que ella me habla en estos momentos. Estoy dándole la razón aunque ninguno de los dos sea plenamente consciente de eso porque mi tono serio y distante opaca todo lo demás. No soy este Sam y no se porque me empeño en hacer creer que si. El simple hecho de saber que tiene razón me hace cabrearme mas. La quito de encima y me levanto del suelo. Me paso las manos por la cara suspirando y intentando no ceder a mi impulso. Pero no puedo. Empiezo a bajar por donde hemos subido y no tardo mucho en escuchar maldiciones y pasos patosos a mi espalda. De manera automática mi mano se entrelaza con la suya, pero no tiene nada que ver con la sensación que me ha provocado antes hacer lo mismo. Su contacto no me tranquiliza y una parte de mi esperaba que lo hiciese.

Estamos en el coche, a pocos minutos de entrar a nuestra urbanización. Ninguno de los dos ha abierto la boca. Mi mirada se ha desviado varias veces hacia ella y no ha habido un solo segundo en el que haya apartado la vista de la ventana. Aun así, es ella la que larga el brazo bajando la musica y habla tras aclararse la voz.

—Se que no puedo pedirte mas de lo que me das. Lo siento.

—¿Y si sabes que no puedes hacerlo porque lo haces, Valentina?

—No lo hago aposta, quiero ayudarte y quizá hablando de lo que no te gusta hablar es la única manera de poder hacerlo.

—Si sigues haciéndolo solo conseguirás lo contrario. —la miro, asiente como si ya lo supiese pero le hubiese dolido de mas escucharlo. Vuelvo a mi postura y el silencio se extiende hasta que paro enfrente de su casa y su mirada se clava en mi perfil. Estoy siendo todo lo que me propuse no ser con ella. Fantástico.

—Gracias. —aun así, me dedica media sonrisa, pega sus labios a mi mejilla y me saluda con energía cuando llega a la ventana de su habitación.

Ya no nos queda tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora