8| Lo que provocas

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VALENTINA

Con dos cafés en mis manos y una sonrisa que me llega a los ojos bajo del coche y cierro la puerta con la pierna. No me da tiempo a llegar porque Kaela abre la puerta de la entrada con una sonrisa que jamas había visto en nadie y corre hasta llegar a mi altura. Coge el café que le tiendo y sin ni siquiera mirarlo, me estrecha entre sus brazos.

Amor. Efusividad. Energía. Hogar.

—Te he visto por la ventana. —me coge de la mano y me anima a seguir hasta que cierra la puerta a nuestras espaldas. La casa está totalmente en silencio y yo sigo a Kaela a sus espaldas mientras subimos las escaleras y llegamos a su habitación.

—¿Me vas a recibir siempre así? —ella se sienta en la mesa del escritorio mientras sonríe y le pega un sorbo a su café y yo me siento encima de la alfombra. Siempre me he sentido mas cómoda estando en el suelo, es como si pensase que ya no hay nada mas abajo. Como si no tuviese que tener miedo a caerme.

—Es lo que provocas en las personas. Lo que provocas en mi. —lo dice con una simpleza tan sincera que me hiela la sangre. Nunca me habían dicho algo semejante y escucharlo de la boca de una persona que me conoce de hace unas pocas semanas es lo que me hace darme cuenta de que no es el tiempo quien te une. No se trata de tiempo, se trata de conexión.

El tiempo pasa y Kaela ya está tumbada en la cama boca arriba mientras me escucha hablar y los vasos del café reposan en la mesa del escritorio. Creo no haber sentido nunca esta conexión y esta paz interior al contarle a alguien todo lo que pasó en mi vida. Todo lo que me hizo ser quien soy hoy en día. Siento tranquilidad al saber que no me va a juzgar, al darme cuenta de que interactúa aunque soy yo la que hablo, darme cuenta de que no le da pena escuchar quien fui.

—¿Sabes cocinar? —su voz suena alegre cuando habla y yo me paso las manos por la cara mientras suspiro. Ya he acabado de contarle mi historia y siento que estoy agotada. No tengo fuerza.

—¿Cocinar? —la miro y ella asiente sentada en la cama con las piernas cruzadas. —Algo se hacer.

—Entonces, vamos. —camina casi corriendo y baja las escaleras de dos en dos. La sigo por detrás con menos energía, pero con una sonrisa en la cara. No entiendo el grito de Kaela hasta que entro en la cocina. Sam Walker. La morena se sube a su pecho como si se hubiese reencarnado en un koala y este le estrecha entre sus brazos. Dirijo la mirada hacia bajo y veo a Noah sentado en uno de los banquillos de la isla de la cocina mientras me mira con una cara que no sabría como interpretar.

—Hola rubia. —me acerco a el con la sonrisa todavía en la boca y pego mis mejillas a las suyas.

—Harrison. —en ese momento Sam parece darse cuenta de mi presencia porque asoma la cabeza por encima del hombro de Kaela y me mira con una seriedad inquebrantable. Una seriedad muy suya. Muy de Sam. Doy un paso en su dirección para saludarle, pero se sienta de nuevo en el banquillo dejando a Kaela en el suelo y poniéndose de frente a la cocina. Lo que yo decía, muy de Sam.

—No se lo tengas en cuenta, es la reencarnación de un cactus.

—¿Un cactus? —la morena se dirige a la otra parte de la cocina dándole la espalda a los chicos y le sigo.

—Seco. Serio. Pero bonito. —me gusta la explicación cuanto menos, pero...

—Los cactus también se riegan, para que sigan siendo bonitos.

—¿Magdalenas? —no digo nada sobre el cambio repentino— y forzado— de tema. Asiento sonriendo y trato dejar de pensar en esos ojos que me queman la nuca.

Trato de olvidar a las dos personas que están a mi espalda y Kaela me lo pone mas fácil de lo que creía porque no vuelvo a pensar en su presencia hasta que la morena me da un codazo en el brazo y levanto la vista de la masa para mirarla.

Ya no nos queda tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora