27| Presión. Miedo. Frío.

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VALENTINA

Respiro tranquila en su pecho mientras su mano se pasea por la piel de mi espalda. Tiene sus labios pegados a mi cabeza y los ojos cerrados. Yo en cambio no puedo apartar la mirada de el. Sus pecas se multiplican cuando las ves de cerca. El borde de sus labios es mas visible. Sus pestañas acompañando a esos ojos marrones tan tristes. Tan vacíos.

—No te considero una chica mas. —abre los ojos y despega sus labios de mi cabeza. Asiento a modo de respuesta como si escuchar eso no me hubiese provocado nada cuando en realidad creo que el corazón me late tan fuerte que se me va a salir del pecho. Cogemos aire mirándonos a los ojos y el ruido de la puerta de abajo cerrándose nos obliga a dejar de hacerlo.

—¿Hay alguien en casa? —la voz de mi madre suena por todas las paredes de la casa. Miro a Sam de nuevo y de repente está tenso bajo mi cuerpo. Pongo mi mano en su pecho y hablo.

—Si mama, estoy yo. Y tengo compañía. —es lo que faltaba para que Sam se acabase de tensar. Me quita de sus piernas y se levanta de la cama en un abrir y cerrar de ojos. Se alisa la camiseta y se pasa las manos por el pelo.

—Valentina Moore Roosevelt, espero que no estés con un chico. —la voz de mi padre suena a advertencia, pero no tengo de que preocuparme, creo. Es la primera vez que de su boca salen esas palabras, también es verdad que nunca he traído a un chico a casa que no sea Ethan.

—Si, papá. Ahora bajamos. —y creo que mi impulso para decirlo ha sido la cara que ha puesto Sam. Clava los ojos en los míos y niega con la cabeza.

—Valentina, no. —susurra.

—¿Por donde quieres salir, si no? Solo tenemos una salida.

—Tina, ¿a tu amigo le gusta la limonada? —sonrío al escuchar a mi madre, pero no le contesto. Me poso al lado de Sam y le cojo de la mano para obligarlo a seguirme. Paro a mitad de las escaleras y traga saliva inquieto cuando le miro.

—No te voy a presentar como algo que no sea mi amigo. No les importa que estes aquí, tranquilo, solo saluda y puedes huir. —asiente con la cabeza poco convencido y seguimos bajando las escaleras hasta llegar a la cocina, todavía de la mano, al menos hasta que me abalanzo a abrazar a mis padres, que me devuelven el abrazo con la misma energía.

Cuando no separamos los tres miramos a Sam que ha adquirido un tono rosado en las mejillas que, a decir verdad, le queda muy bien.

—Papá. Mamá. El es Sam. —mi madre no se lo piensa y le estruja con sus brazos mientras pega los labios a la mejilla de Sam, al que ha obligado a agacharse, con sonoros besos. Como si lo conociese de toda la vida. —Mamá no le agobies, no va a querer volver.

—Encantado de conocerla, señora. —y  Sam parece mas tranquilo. Cuando mi madre se separa de el, le sigue mirando como si estuviese viendo a un dios griego o algo por el estilo porque los ojos le brillan como cuando mira a papá cuando el no se da cuenta.

—Llámame Katherine. —le dedica una ultima sonrisa y se concentra de nuevo en sacar las cosas de las bolsas que han llevado, al parecer, a la playa. Miro de nuevo a Sam y su tensión no se asemeja, ni por asomo, a la de antes. Mi padre parece que le reta con la mirada y el no sabe cual es el próximo paso para no cagarla.

—Papá, lo estás asustando. —mi padre sonríe y Sam coge la mano que le tiende mi padre. Ya no hay tensión en sus hombros.

—¿Eres el novio de mi hija? —pongo los ojos en blanco al escuchar la pregunta y la risa de mi madre resuena por toda la cocina.

—Amigos, señor Moore.

—Pues me gustas para mi hija. —trago saliva y intento taparle la boca a mi madre para que no diga nada pero ya es tarde porque grita a los cuatro vientos que ella opina lo mismo. Con mis mejillas teñidas de rojo me poso al lado de Sam.

—Sam ya se iba. —mi padre insiste en que se quede y por mucho que le digo a Sam que no hace falta que lo haga el insiste en hacerlo. Se sientan los dos en el sofá y me parece surrealista verlos a los dos hablar como si no se acabasen de conocer.

Mi madre insiste en sacar comida como si fuese una cena de navidad y cuando acabo de sacar la comida que me obliga a sacar, me siento al lado de Sam. Su mano se posa de manera automática en mi rodilla. Al alzar la vista mi madre ya está sonriendo porque ha visto lo mismo que yo. No se cuanto tiempo pasan hablando entre los tres, yo digo alguna que otra palabra, pero me centro mas en comer que en hablar. Estoy muerta de hambre.

—¿Prefieres que me vaya? —me ha seguido a la cocina cuando estoy intentando llegar a los vasos. Mi táctica es subir a la encimera pero la mano de Sam clavada en mi cintura me impide hacerlo, alarga su brazo y me tiende un vaso.

—¿Quieres irte?

—Le dije a Kaela que lo mas seguro volvería para cenar, y no tardarán mucho en hacerlo.

—Haberme avisado. —suspiro y me separo de el. Dejo el vaso en la encimera y camino hasta el salón, no espero que Sam me siga, pero lo hace. Se posa a mi espalda y yo intento que no se me corte la voz al hablar. Presión. Miedo. Frio. —Sam se tiene que ir.

Pum. Pum. Pum.

Se despiden animadamente y mi madre le hace prometer a Sam que vendrá mas veces por casa. Presión. Miedo. Frio.

Pum. Pum. Pum.

—¿Estás bien? —estamos solos en la puerta de casa, pretendía despedirme de el y que me diese la espalda para subir a su coche, pero parece ser que el tiene otros planes.

Pum. Pum. Pum.

—Si, solo me tendrías que haber dicho que tenias que irte y no hubieses estado tanto tiempo aquí. —intento respirar con tranquilidad. Si pienso que nada está pasando es porque nada está pasando. ¿Verdad?

Pum. Pum. Pum.

—¿Te apetece venir? A Kaela le haría ilusión. —quizá si voy...No.

—Prefiero quedarme.

—Valen, ¿qué pasa? —da un paso hacia mi y me tengo que morder el interior de la mejilla para no delatarme a mi misma.

—Te están esperando. —me pongo de puntillas y poso mis labios en su mejilla. Sus brazos me retienen rodeándome la cintura y le miro a los ojos.

—¿Quieres que me quede?

—No. —no quiero tener este miedo en el pecho. No quiero que se vaya. No quiero sentirme mal de nuevo. No quiero sentirme sola.

Pum. Pum. Pum.

—¿Quieres que venga mas tarde a verte?

—Ya estaré durmiendo, estoy cansada.

—¿Quieres hablar? —su voz suena suave, como una caricia en el pecho.

Pum. Pum. Pum.

—Quiero que te vayas, vas a llegar tarde. —me obligo a sonreír. Sus manos me rodean las mejillas y pega sus labios a mi frente. Cierro los ojos y cuando quiero darme cuenta ya está de espaldas caminando hacia su coche.

Ya no nos queda tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora