11| En paz

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SAM

Haciéndola sonreír me he sentido descansado. En paz. Como si llevase toda la vida viéndola sonreír y se hubiese vuelto un gesto casi tranquilizante para mi cuerpo. No se en que momento mi cabeza empieza a pensar este tipo de cosas, pero las veces que la he visto ha surgido en mi interior un anhelo de lo que fui. He sentido esa ganas de abrir las puertas de mi vida de par en par y lanzarme al vacio de lleno sin mirar que hay abajo del todo. Hace años que esa sensación desapareció por completo y me pone nervioso el estar pensando en ello.

Cuando la he visto en el banco he pensado en dar marcha atrás y volver a casa, pero mientras lo pensaba ya estaba sentado a su lado. Hay algo de ella que atrae. Quiero pensar que es lo fácil que puede llegar a ser hablar con ella. La tranquilidad que transmite al hacerlo y la seguridad de saber que te va a escuchar. Eso es todo lo que aveces alguien necesita.

Escuchándola no me siento caótico, al menos, no tanto. Eso es lo que lleva siendo mi cabeza desde hace años, caos. No me reconozco. No se en que dirección voy y hasta donde quiero llegar. No se como pasé de sentirlo todo a no sentir absolutamente nada. Por nadie. Soy ruido. Mi cabeza nunca tiene un limite. Siempre hay ruido en ella. Un ruido que me consume y que me lleva al bucle en el que se ha convertido mi vida.

Normalmente no me gusta escuchar a la gente. No se ayudar y tampoco es que me importe demasiado lo que pasa en la vida de los demás, pero con ella ha sido diferente. He sentido la necesidad de quedarme, escucharla y ayudarla en la medida de lo posible. Y aunque una parte de mi se alegra la otra está que hecha humo y, aunque no debería, me decanto mas por la que echa humo.

No quiero ser capaz de sentir. De abrirme. De querer. No quiero ser capaz de que me afecte lo que la gente, o mas bien, lo que ella pueda pensar, o no, de mí.

—Ethan, no te llamo para discutir. —mi mano sigue subiendo y bajando por su espalda mientras unas lagrimas silenciosas siguen cayendo por sus mejillas. Escucha en silencio lo que el chico dice a través de la pantalla y ella niega con la cabeza mientras este sigue hablando, como si pudiese verla.

—No trato de obligarte a nada. —su voz se rompe a mitad de la frase, pero al chico parece darle igual porque ella baja la mano de la oreja con el teléfono en esta. Suspira mientras pasa sus manos por la cara exasperada y apoya la cabeza en mi hombro haciendo que una corriente se instale en mi cuerpo. Hace un esfuerzo por controlar la respiración y cuando lo consigue parece que su cuerpo se destensa por completo. Su piel se eriza y aunque creo que lo hace de manera inconsciente, se pega mas a mi cuerpo.

—No puedes ser tu la que arregle un problema que no has causado tu.

—Son importantes para mi, los dos.

—No digo lo contrario, pero Valen, tu estado de animo no puede depender de algo que no puedes solucionar. Preocúpate por aquello que esté en tu mano solucionar, de todo lo otro que se encargue la gente a la que pertenezca el problema. Puedes intentar ayudar, lo has intentado, ya está. No luches mas, no vale la pena. —asiente sobre mi hombro y nos quedamos lo que pueden ser diez minutos o media hora en silencio.

—Me tengo que ir. —se levanta del banco separándose por completo de mi cuerpo y el estomago se me revuelve.

—Te acompaño a tu casa.

—No hace falta, estoy a dos calles.

—Es tarde.

—¿No te voy a convencer de que no lo hagas no?

—Parece que me vas conociendo. —se rie negando con la cabeza y empezamos a caminar uno al lado del otro procurando no rozar nuestros brazos. Nos sumergimos los dos en un silencio que no se rompe hasta llegar a la entrada de su casa. Valentina se para frente a mi y la luz tenue de la calle hace que pueda ver el azul de uno de sus ojos. —Espero a que subas.

—Pareces mi padre. —me rio y ella pega sus labios a mi mejilla antes de darme la espalda y desaparecer tras la puerta. No tarda ni diez segundos hasta que las luces de su cuarto se encienden y sale por la ventana moviendo los brazos en señal de despedida. Le devuelvo el gesto y camino de vuelta a casa con una sonrisa en los labios que pagaría por borrar.

Ya no nos queda tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora