5| Refugio

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SAM

Esa rubia de ojos azules me causa mucha mas intriga de lo que nunca podré llegara admitir. Quizá es por su belleza o porque me ha vacilado mas veces que nadie en un limite tan reducido de días. O quizá porque fue capaz de ponérmela dura sin ni siquiera tocarme. Aunque he de decir que tampoco me quita el sueño.

Sacudo la cabeza cuando escucho la puerta de la sala abrirse y en mi cara se forma una sonrisa que me llega a los ojos. Un grupo de niños pequeños corren y gritan hasta abrazarme las piernas. Son los únicos que hoy por hoy reciben este tipo de sonrisas por mi parte. Me agacho para estar a su altura y los intento rodear a todos en un abrazo. Amo a estos niños. Ser profesor de baile siempre fue uno de esos sueños a los que creía que no llegaría, pero aquí estoy y estos niños me aman. Unos minutos después la música suena por los altavoces y empezamos a bailar todos al mismo compás.

El baile. Mi refugio. Mi casa. Aquel lugar al que acudir cuando quieres que el resto del mundo se detenga. Aquel lugar al que acudir cuando quieres silenciar tus pensamientos. Aquel lugar al que acudir cuando crees que no puedes seguir avanzando con esto llamado 'vida'. Que, si fuese yo quien debía otorgarle un nombre a la 'vida', seria algo así como 'vacío' 'existencia' 'soledad'. No son unas palabras especialmente bonitas, pero así es como defino yo la vida desde hace muchos mas años de los que podría recordar. El baile para mi es aquello que no tiene limite, aquello que nunca es suficiente para calmar la presión en el pecho, aquello que te hace sentir bien, pero que cuando acaba, el dolor es todavía mas punzante que al principio. El baile me lo da todo, pero también me lo quita todo.

Aquel hombre mayor de pelo canoso y casi inexistente por el centro de la cabeza me había puesto en el camino aquello que me salvaría la vida. Mi abuelo fue mi aliado. Mi abuelo fue como una estrella fugaz que brilla y te hace brillar. Una estrella fugaz que te acompaña siempre, aunque desaparezca. Yo tuve dos estrellas que iluminaron mi vida y aunque ellos siguen brillando, yo ya no lo hago.

Una hora después doy la clase por acabada y mis brazos se relajan por completo cuando los niños se tiran encima de mi mientras ríen a carcajadas. Cuando todos se van y recojo mis cosas, salgo de la academia y camino hasta sentarme en una de las sillas del bar donde se encuentra Karen, la profesora de baile contemporáneo. Sonríe nada mas verme y a mi no me nace dedicarle ni la mitad de la sonrisa. Esta mujer es el ser mas noble que he conocido jamás, pero ni siquiera su presencia me clama el alma.

—¿Que tal estas grandullón?

—Como siempre. ¿Que tal estas tu?

—Bien. Preocupada. —el camarero me trae un agua sin ni siquiera pedirla y se lo agradezco con un asentimiento de cabeza. Miro de nuevo a la mujer que hay ante mis ojos y frunzo levemente el ceño.

—¿Ha pasado algo?

—No es nada grave, todo lo contrario. —lo dice de una manera atropellada, como si quisiera quitarme de la cabeza cualquier pensamiento negativo. —¿Te acuerdas que hace unos días te dije que vendría una chica nueva a las clases?

—Si. —y creo recordar que estaba contenta por ello.

—Pues es genial. La chica. Es alucinante. Le he pedido que baile sola y nos ha dejado a todas con la boca abierta. Es una bestialidad lo de esa chica. —sus labios sonríen, pero su voz suena preocupada.

—¿Cual es la parte mala?

—Está en un equipo que prácticamente acaba de empezar.

—Estamos en verano, seguro que Loren le avisó de ello.

—Si, lo sabe y hasta me ha ayudado a dar la clase, pero me sabe mal por ella. Se merece que todo el mundo vea lo que es capaz de hacer. Lo que transmite. Es una paz increíble verla bailar, Sam. Es como verte a ti, pero en contemporáneo.

—Cuando empiece de nuevo la temporada ya se decidirá que camino tomar. De momento, disfruta de ella.

—¿Sabes? Deberías conocerla. —su mirada tranquila, como si me estuviese diciendo la cosa mas sincera que jamás ha dicho, me provoca un escalofrío. Es como...Como la mirada de una madre. No digo nada. Ella tampoco. Nos quedamos en silencio. Un silencio cómodo. Se que ella me mira, pero yo ya no lo hago, esa mirada que tantas veces me dedica me provoca un nudo en el pecho y a la vez, una caricia en este. Y no se como, pero lo se. Se de quien me habla.

Ojos azules.

Nada mas llegar a casa una bola de pelo gris se restriega contra mis piernas dando vueltas en circulo buscando atención. Cojo a mi gato y lo estrujo contra mi pecho. Amo a este animal. Lo dejo en la cama sintiéndome mal por no quedarme con el en la cama como todas las noches. Kaela y compañía me han insistido en ir a una fiesta que monta un niño millonario que tiene de todo garcías a sus padres. No es que las fiestas sean santo de mi devoción, pero Kaela, Zoe y Julia me conocen bien. Saben exactamente que palabras decir para convencerme.


—¿Que haces aquí sola? —se sobresalta por mi voz. El azul de sus ojos era visible hasta en la oscuridad de la noche. Traga saliva avergonzada y se levanta del bordillo donde estaba sentada.

—Las fiestas no son lo mio que digamos. —su sonrisa se parece mas a una mueca. Separa sus ojos de los míos y aunque clava la vista en el suelo puedo ver como sus mejillas se han tornado rojas.

—¿Y no tienes coche?

—Hemos venido con el de Kaela. He sido yo quien les he dicho que se quedaran en la fiesta. Noah viene a recogerme. —asiento levemente y doy un paso mas hacia ella. Quizá debería dar media vuelta e irme, pero no lo hago. No puedo hacerlo.

—¿Estas mejor? —su mirada se clava en la mía con sorpresa, como si no se creyese que fuese real que sea yo quien le pegunta.

—Si, gracias por preguntar. Lo de antes...—no sabe que decir, intenta excusarse y se da por vencida cuando no encuentra las palabras.

—No te preocupes, Mina Botieso. —su cara se transforma enseguida y ahora si, sus labios se elevan en una sonrisa permitiéndome ver sus dientes.

—Valentina, me llamo Valentina. Pensaba que a estas alturas ya te lo habrían dicho.

—Pues ya puedes ver que no, Valentina. Diría que estoy encantado, pero no lo estoy.

—Desbordas amabilidad. —su sonrisa se ensancha y hace girar los ojos. El coche de Noah aparece en escena y la cara de la rubia se torna completamente roja. Le da vergüenza subirse al coche.

—Buenas noches, Valentina. —coge aire y mientras saludo a Noah ella se sube al coche con sumo cuidado, como si tuviese miedo a romper algo. No hace ruido. Si no fuese porque el coche de Noah es biplaza no se habría ni enterado de que ya está junto a el.

Ya no nos queda tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora