4| Imbécil la mayoría de veces

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VALENTINA

Zoe estalla en carcajadas. Julia se contiene y Kaela me mira sorprendida. Me tapo la boca enseguida y trago saliva incomoda.

—Lo siento, no quería decir eso.

—¿Porque dices que es imbécil?

—Venga ya Kaela, lo es. —Kaela ni siquiera mira a Zoe.

—Lo conocí en el vuelo con destino Los Ángeles, la primera interacción que tuvo conmigo no fue de lo mas amable, que digamos, y entre catorce horas en una de ellas no me dejó salir al cuarto de baño tuve que pasar por encima de el, se le puso dura y después me preguntó si me había hecho dedos dentro del baño. —es una versión reducida de lo que pasó, pero creo que se entiende bien. —De todas maneras no le conozco, no pretendía llamarle imbécil.

—No te disculpes, es Kaela que lo defiende ante todo. —ahora si, Kaela dirige la mirada hacia Zoe.

—Amas a Sam, Zoe. —la pelirroja pone los ojos en blanco como si estuviese exagerando y enseguida Kaela se gira de nuevo hacia mi dirección.

—Es imbécil la mayoría de veces, no te preocupes.

—No me dejas mas tranquila. —sonrío levemente cuando ella se ríe y parece que vuelvo a respirar.

Aunque era pequeña, no recordaba haber estado tan nerviosa el primer día de danza como lo estaba ahora mismo. Pondría la mano en el fuego sabiendo que no me quemaría por decir que estaba mucho mas emocionada que ahora. Tengo una sensación agridulce que me está creando mas ansiedad de la que me gustaría admitir. Quiero pensar que es el miedo a no encajar, a no caer bien, a no ser lo que necesitan. Quiero pensar que es culpa de mi cabeza. Ella siempre ha sido mi enemiga y se que no ha dejado de serlo. Al menos, no de momento. Viví un infierno conmigo misma. Había conseguido, con ayuda de profesionales y de mi familia, salir de ese pozo negro en el que estuve metida, pero la cabeza me seguía pesando mas de la cuenta en varias ocasiones y no sabia como remediar eso. Quería. Quiero, dejar de sentirme así. Lo peor es saber que la cabeza no tiene razón. Lo peor es ser consciente de que eres mucho mas de lo que crees creer en un momento u otro.

Así como entro en la academia, salgo. Me siento en las escaleras que conducen hasta la calle y intento mantener la calma. Necesito tener el control de la situación. Necesito saber que nada de lo que pueda imaginarme en este momento es la realidad. Apoyo la frente en las rodillas y me abrazo las piernas. Intento mantener respiraciones tranquilas y profundas, pero parece que cuanto mas lo intento, menos lo consigo. Las lagrimas arden deslizándose por mis mejillas. Por el miedo. La inseguridad. La realidad.

—¿Estás bien? —me sobresalto, pero no levanto la cabeza y la voz de la persona que se ha posado a mi lado suena amortiguada. Creo que mis ganas de llorar aumentan al darme cuenta de que alguien me puede ver llorar en unas escaleras. No hay nada de malo en llorar en unas escaleras. Y tampoco en llorar delante de alguien, pero entiéndeme, sea quien sea que está a mi lado, no me conoce y yo no le conozco. —¿Quieres un poco de agua? —niego con la cabeza y intento mantener la respiración por el bien de mi estabilidad en estos momentos. El chico —o eso creo— al ver que no contesto se sienta a mi lado. Lo sé porque la piel de su pierna roza con la mía y un escalofrío me recorre el cuerpo.

Pasan unos minutos en los que creo que la persona se ha ido, pero me doy cuenta de que no es así y el alma se me cae a los pies cuando al girar el cuello, el azul de mis ojos se clava en el marrón de los suyos. Sam. Sam el imbécil.

—¿Ojos azules? —parece tan sorprendido como yo, pero parece que sus palabras le desconciertan todavía mas. —¿La nueva? —rectifica.

—¿Que haces tu aquí? —es irónico que sea yo quien le pregunte.

—¿Estás bien? —su cuerpo no está tenso y yo desvío la mirada al frente para intentar destensar el mio. Para mi suerte, lo logro. Me tranquilizo poco a poco y en cuanto creo que puedo decir mas de tres palabras sin trabarme, hablo.

—¿Tu estás bien?

No se que hago y tampoco se lo que digo. Parece que me desconcierta tenerle al lado. Tan cerca. Cojo aire y niego con la cabeza antes de hablar de nuevo.

—Ya estoy mejor. —se remueve incómodo y miro su nuez de reojo cuando traga saliva. No sabe que responder y parece que eso le incomoda. —Puedes irte, tranquilo. —intento reírme, pero una sonrisa de boca cerrada es lo que se dibuja en mis labios. Le miro de nuevo y el también lo hace. Sus ojos se dirigen durante una milésima de segundo a mis labios y enseguida se levanta de la escalera.

—Si necesitas algo, allí dentro te darán lo que necesites. —lo dice tan rápido que casi ni se le entiende. No me da lugar a respuesta y me da la espalda caminando hacia la academia por la que hace minutos que he entrado —y salido— yo. Esto tenia que ser una broma. Miles de academias y la casualidad —o el destino— nos ha juntado en la misma. No dejo que mis pensamientos vayan mas allá, pero me doy cuenta de que estoy completamente tranquila cuando me levanto y las piernas no tiemblan, mi pecho respira con normalidad y las lagrimas no cubren mis ojos. Sonrío satisfecha y suspiro antes de entrar por la puerta donde varias chicas ríes y hablan entretenidas entre ellas. Son unos años pequeñas que yo. Cuando capto la atención de todas, gracias al sonido de la puerta al cerrarse, una señora de pelo castaño me sonríe agradable.

—Bienvenida... —hace una mueca sin dejar de sonreír pidiéndome ayuda y sonrío mientras me acerco a ellas.

—Valentina.

—Bienvenida Valentina. —su sonrisa se ensancha y antes de poder sentarme junto a ellas vuelve a hablar. —¿Quieres enseñarnos lo que sabes? —la miro sorprendida y me pongo recta de nuevo. ¿Quiere que baile sola? ¿Enfrente de todas?

—¿Ahora?

—Si quieres. —me debato en si hacerlo o no. Negarme seria una falta de respeto hacia Karen, que así se ha presentado, pero decir que si me crea un nudo en el estomago que quizá me impida moverme.

—Lo haré. —no se porque han salido esas palabras de mi boca de una manera tan convincente, pero en cuanto Karen se levanta y toca la pantalla de una pantalla la musica empieza a sonar por los altavoces de la sala.

'Stay de Rhianna'. Les doy la espalda a las chicas caminando hasta el centro de la habitación y antes de girarme hacia ellas respiro hondo. Cierro los ojos y la musica se adueña de cada centímetro de mi cuerpo. Me olvido de que no estoy en mi lugar de baile de siempre. Me olvido de que hay unas diez personas mirándome a mi, sin distracción. Me olvido de mis miedos. De mis dudas. Del nudo en mi estomago.

Ya no nos queda tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora