1| Al final todos mueren

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VALENTINA

Tengo a mis pies una maleta que cerrar. He pasado veintidós años de mi vida en la misma ciudad y ahora me veo obligada a irme. Sídney siempre ha sido y siempre será mi casa. Mi hogar. El lugar en el que he crecido. El lugar que ha hecho que me conozca. Una ciudad que me ha visto crecer y que ahora esta a un paso de perderme de vista. Quizá los cambios no sean tan malos como pensamos. Quizá solo hace falta quitarse el miedo del cuerpo y dar un paso hacia adelante.

Mi madre lleva meses repitiéndome que este cambio me vendrá bien, pero creo que a fin de cuentas lo dice mas para ella misma que para mi. Supongo que no es fácil despedirse de la ciudad que te vio nacer y que pensabas que te iba a ver morir. La ciudad en la que has crecido, en la que conociste al amor de tu vida y en la que creaste una familia. Pero mamá es fuerte, siempre lo ha sido, y allá donde vaya mi padre irá ella porque tras mas de veinte años estando casados, siguen enamorados como el primer día. Siempre me pregunto como lo hacen para que hayan pasado años y que parezca que los sentimientos entre ellos son mas fuertes a cada día que pasa.

Supongo que hay cosas que sí duran para siempre.

Cojo aire y tras mirar las cuatro paredes que tantos recuerdos guardan de lo que fui. Y de lo que soy. Cierro la puerta y bajo las escaleras de casa con la maleta a cuestas y con una energía que, de algún modo, me obligo a sentir. Se que lo que viene en esta nueva etapa que engloba a mi familia, es positivo. Además, estamos juntos, es lo mas importante.

—¿Porque estas tan ilusionada? —Oliver, mi gemelo. Le miro a los ojos y alzo los hombros.

—Los cambios no siempre son malos.

—¿No te da miedo?

—Dejé de vivir con miedo hace meses. —asiente levemente con la cara seria y mira de nuevo por la ventana. Hago una mueca y no volvemos a hablar en el trayecto que separa nuestra ahora, antigua casa, del aeropuerto. Mi padre está feliz, sonríe, sabe que todos estaremos bien. Mi madre le acompaña en su felicidad, pero está muerta de miedo. Y Oliver. Oliver parece que va a derrumbarse en cualquier momento, aunque se que no lo hará, al menos, no de momento. A el le cuestan mucho mas los cambios. Mejor dicho, le aterran los cambios. Siempre ha tenido una vida. Una rutina estudiada al milímetro. Sabia lo que hacer a cada hora y con quien. No estaba en sus planes que de la noche a la mañana le dijesen que su vida iba a cambiar por completo. Y si, iba a hacerlo. La de los dos.

Al estar en la cola de embarque nos damos cuenta de que estamos en diferentes asientos los cuatro. Por suerte no estamos muy lejos el uno del otro, pero digamos que no es mi mayor ilusión compartir un vuelo de catorce horas con personas que no conozco. Se que no tengo porque relacionarme con quien esté a mi lado, pero digamos que no me se estar quieta. Y tampoco callada. Con un suspiro me siento en el asiento que da a la ventana, miro por ella y rezo para mis adentros para que nadie se siente a mi lado. Quizá soy una de esas personas con suerte. Pero no, el destino tiene otros planes para mi porque un chico alto, con una barba de pocos días y unas ojeras que oscurecen —aún más— sus ojos. Me mira.

—Ese es mi sitio. —suena brusco, serio. Sigue con el móvil pegado a su oreja hablando con alguien, pero la mirada que me dedica me hace fruncir el ceño.

—Mira bien tu billete, este asiento es mio. —suelta un bufido como si mirar el billete fuese el trabajo mas duro del mundo y cuando se da cuenta de que tengo razón su mandíbula se tensa. No vuelve a mirarme. Se deja caer en el asiento con un bufido y su pierna empieza a moverse arriba y abajo con un gesto nervioso. Decido apartar la mirada del chico, o mas bien dicho, de su rostro lleno de pecas y de sus brazos con algún que otro tatuaje.

—Que te den por culo, Harrison. —me giro a mirarlo, pero el no me devuelve el gesto y sin dejar contestar a la otra persona, cuelga y apaga el teléfono. Frunce el ceño de mala manera cuando su mirada encuentra la mía. Trago saliva algo incómoda y cojo aire antes de hablar. No sabia todo lo que estas palabras, o mejor dicho, este vuelo, desencadenarían en mi vida.

Ya no nos queda tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora