6| Poco original

112 16 36
                                    

VALENTINA

Una de las cosas que odio en esta vida es poner a la gente en un compromiso y ahora mismo estaba en uno muy gordo que implicaba a Noah Harrison. También odio a Sam. Esta noche me esperaba cualquier cosa menos verle por aquí. ¿Le gustan las fiestas? ¿Ha quedado con las chicas? No tengo respuesta a esas preguntas y por el momento tampoco me interesan. Mi concentración se centra en evitar moverme, en no hacer ni un mínimo de ruido y en intentar rebajar la vergüenza y la tensión de mi cuerpo.

—Relájate. —su voz me sobresalta. Su voz suena rígida y seria, como si fuese un bloque de hielo. Asiento y intento hacerle caso. Intento relajarme, pero me es complicado. —Valentina.

Me voy a volver loca. ¿Desde cuando mi nombre sonaba casi sensual entre sus labios y porque eso me excitaba tanto? El primero había sido Sam, que al escuchar mi nombre entre sus labios el pulso se me había acelerado de una manera considerable, pero dos personas en menos de diez minutos ya era demasiado, ¿no? Me estoy volviendo loca.

'I wanna be your slave de Maneskïn'  suena por los altavoces del coche. Mi cuerpo se relaja a medida que avanzamos de camino a mi casa. Respiro tranquila y apoyo la cabeza en el asiento agotada. Las chicas habían logrado convencerme para ir a cenar juntas, pero lo que no estaba planeado era ir a la fiesta de después. De la cual había tenido que ser rescatada por un moreno de pelo largo con cara de pocos amigos, tatuajes cubriendo sus brazos y unos pendientes colgando de su oreja. No se en que momento me he quedado con la mirada fija en el perfil de su cara. Tiene una nariz fina y alargada que acompaña a su mandíbula completamente marcada y tensa. Un carraspeo me saca de mi ensoñación. Parece el chico malo de las películas americanas.

—Das miedo. —si, por incrédulo que parezca, es mi boca la que pronuncia esas palabras. Sus labios se elevan en una sonrisa que no deja ver sus dientes. Parece como si me estuviese retando. O eso, o la situación se ha convertido en una escena de las películas de Stephen King.

—Tu también das miedo. Esa manera en la que te quedas mirando a la gente.

—Si no te hubiese mirado, no hubiese podido llegar a esa conclusión.

—Muy solida, por cierto. —eso me provoca una sonrisa y alzo los hombros.

—Hablaba de ti como algo físico, no como algo personal.

—¿Porque sigues entonces en este coche?

—¿Tu me escuchas? Además, das miedo, pero no me siento en peligro.

—Al principio parecías una muñeca de esas a las que pones de una forma y se quedan fijas.

—El humor es lo tuyo.

—Lo sé, rubia.

—¿Que? —me mira de reojo y parece ser que mi cara de sorprendida le hace mucha gracia porque se ríe antes de contestar.

—¿Pasa algo?

—Es poco original.

—No es una de mis cualidades.

—Ni que lo digas.

—¿Puedo preguntarte que es lo que pensabas mientras me mirabas?

—Que das miedo.

—¿Solo eso?

—Bueno y que estas como un guante.

—Directa.

—Suelo serlo cuando la persona no me gusta, si no que solo me atrae, sexualmente hablando. —al parecer no conozco la vergüenza en estos momentos de mi vida.

Ya no nos queda tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora