36| Llámate destino

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SAM

La luz tenue entra por las ventanas del coche. La cara de Valentina sigue pegada a mi cuello y su pecho va al compas del mio. Le aparto el pelo de la cara con un gesto leve y poso mis labios en su mejilla. Le rodeo con mis brazos y aunque se que es pronto y que no hemos dormido mucho, le gustará ver esto. Le acaricio la espalda y se va despertando poco a poco encima de mi.

—Tengo sueño.

—Quiero enseñarte una cosa. —no pone resistencia, asiente levemente y se quita de encima de mi. Se pasa las manos por la cara y le miro como si nunca hubiese visto algo tan simple pero tan increíble a la vez. Baja del coche de manera ágil, como si no se acabase de despertar, y bajo tras ella. Me coge de la mano y caminamos sobre la tierra y las piedras hasta llegar a lo mas alto. Pega un grito y enseguida se tapa la boca con las dos manos. Sus ojos brillan y pasa la mirada del cielo a mi sin saber que decir.

—Nunca había visto algo tan...bonito. —cruza las piernas y se sienta en el suelo mirando el cielo ilusionada, como si fuese su primera vez. No puedo dejar de sonreír al verla tan emocionada. En cuanto me siento a su lado ella se levanta sobre sus manos y se sienta entre mis piernas con su espalda pegada a mi pecho. Entrelaza sus manos con las mías y nos quedamos en silencio hasta que habla de nuevo.

—¿Te sabes la leyenda del hilo rojo?

—Algo he escuchado alguna vez, pero no se lo que es.

—¿Quieres que te la explique?

—Te escucho.

—Pero es larga.

—Me gusta escucharte hablar, ojos azules.

—Ignorando que eso ha sido muy bonito, voy a empezar. —niego con la cabeza y ella se ríe. —La leyenda tiene que ver con lo que hablamos del destino. ¿Te acuerdas de la otra vez que estuvimos aquí y te pregunté si creías en el?

—Me acuerdo. Te dije que si el destino te había puesto en mi camino creía en el, pero no en los finales.

—Bien, pues la leyenda del hilo rojo es como el destino, pero de una manera mas bonita, quizá. Yo siempre he creído en el. Mi padre me la contó cuando era muy pequeña. —levanta su mano izquierda sin soltar la mía y me enseña el hilo rojo que rodea su muñeca.

—¿Que entendiste cuando tu padre te la explicó?

—Entendí, y quizá no es la mejor manera de explicarlo o entenderlo, que el hilo rojo representa la union. La union entre dos personas. Es como un hilo que está presente en un porcentaje de gente.

—Es decir que, ¿no lo tiene todo el mundo?

—No lo creo, de ser así seria casi aburrido.

—Sigue contándome.

—Es un hilo transparente que se te otorga cuando naces, puedes llegar a no saber nunca si tienes ese hilo en tu vida, es decir tener un hilo no significa encontrar la otra parte de ese hilo.  Por eso se dice que no todo le mundo lo tiene, porque hay gente que jamás encuentra a esa persona. El hilo no se rompe. Puedes estar con treinta personas en tu vida, pero si el destino tiene el objetivo de ponerte junto a la otra parte del hilo, pase lo que pase, no vas a poder romperlo.

—Me gusta.

—Si, a mi también. Aparte, esta leyenda no cree en los finales, según yo. —sonrío pegando mis labios a su mejilla y ella también sonríe.

—¿Entonces crees en los no-finales?

—Podría decirte que si, pero se que los finales existen.

—Pero no hay nada que acabe nunca al cien por cien, que recuerdes algo ya significa que no ha habido un final y que no recuerdes nada no significa que no los haya.

—Pero, por ejemplo, esto que hay entre tu y yo, sabes que algún día tendrá fin. Porque así es la vida, un cumulo de principios y finales.

—Para mi esto no va a acabar nunca Valentina, no va a hacerlo porque se que siempre me voy a acordar de ti, pase lo que pase, no puedo negar lo obvio.

—¿Entonces crees en la leyenda del hilo rojo?

—Creo que creo en ti, Valentina.

—Entonces crees en el destino.

—Llámate destino si es lo que quieres. —deja de mirar el cielo para mirarme a mi. Fija su mirada en la mía y sonríe mientras sus mejillas adquieren un rojo que le queda genial. Sus labios se pegan a los míos sin dejar de sonreír y yo tampoco dejo de hacerlo. Sus labios se despegan de los míos y vuelve su mirada al amanecer.

—Mi abuelo también me contó una cosa similar. —gira levemente su cuello y ahora sus ojos azules se posan en los míos.

—Quiero escucharte.

—Era algo así como que un corazón late dos mil litros de sangre al día, eso equivale a la gasolina que se necesita para viajar a la luna, por lo tanto, si una persona te dice que te ama hasta la luna ida y vuelta, significa que esa persona te ama cada vez que su corazón late, lo cual es constante. —la sonrisa le llega a los ojos, que se le humedecen, creo que de felicidad. Nunca le había contado esto a nadie y me alegro de no haberlo hecho.

—Estoy orgullosa de ti. —alivio. Parece que me acaba de quitar toneladas de piedras que llevaba tras la espalda. Alivio es lo que siento al escuchar a Valentina decir esas palabras. Como si poco a poco, por fin, empezase a hacer las cosas bien. El amanecer se deshace entre las nubes blancas que cubren el cielo de Los Angeles en el mes de julio y en silencio nos despedimos el uno del otro.

Realmente es extraño estar con ella, no me había sentido tan en paz con nadie nunca. Ni siquiera con Alejandro, aunque son amores diferentes. Estando con ella es la primera vez que tengo ganas de seguir hablando, no me canso y eso que nunca, ni cuando Alejandro todavía estaba aquí, era muy hablador. Con Valentina es todo diferente.

Valentina es un comienzo, pero no un final. No habrá un final en esta historia, porque...

—Valentina, nos merecemos un final feliz. —susurro para mis adentros mientras abro la puerta de casa y Sulley corre a mis pies.

Ya no nos queda tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora