20| En paz

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SAM

Su mano se apoya en mi hombro para sentarse a mi lado y cuando lo hace le dedico una leve sonrisa que estoy seguro de que se parece mas a una mueca. Su mano deja de tocarme y siento un cosquilleo en los dedos. Siempre que la tengo cerca quiero tocarla, quizá no siempre soy consciente de ese pensamiento, pero tocar su piel me tranquiliza.

—¿Todo bien? —es ella quien habla y asiento poco convencido. —¿Esa camarera es algo así como el amor de tu vida y te ha dolido verla porque no estáis juntos o como? —suelta una carcajada y por como ha sonado su voz se que no pretende sacarme información con esa pregunta.

Valentina nunca busca explicaciones, simplemente deja que la gente sea, haga y diga lo que quiera decir.

—No es el amor de mi vida. —niego con la cabeza dando énfasis a lo que he dicho y miro hacia al frente. —Es alguien especial para mí. No algo así como sentimental o personal. Es especial por alguien.

—Eso está bien.

—Si tu lo dices.

—¿Crees que no está bien?

—No lo se, no tengo una teoría super cerrada sobre lo que está bien y lo que está mal.

—La tienes, todo el mundo como ser humano la tiene, lo que crees que todo debe darte igual y no sabes que y quien te hace bien.

—No me gusta que des por hecho cosas sobre mis pensamientos o sentimientos. —trago saliva porque no es que Valentina no tenga razón en lo que dice, si no que me da miedo que tenga una respuesta para todo aquello que yo no la tengo.

—Lo siento. —no digo nada. No respondo. Nos quedamos uno al lado del otro mirando a la gente que se aglomera en la arena. Jovenes hablan entre risas y padres persiguen a sus hijos mientras estos ríen a carcajadas y acaban en los brazos de la persona a la que van a querer toda la vida. Mas veces de las que admitiría en alto me encuentro pensando en lo que hubiese pasado si mis padres me hubiesen querido. Pienso en lo que sería yo si hubiese tenido un beso de buenas noches de mi madre y unas anécdotas que contar de mi padre. Pienso en qué sería de mi ahora mismo si mi abuelo no hubiese aparecido en ese hospital para liberarme del infierno. ¿Lo que he vivido hasta ahora me hace estar sentado en un bordillo con una rubia que me pone la vida patas arriba apoyada en mi hombro?

—¿Volvemos a casa?

—¿Me estas diciendo que quieres volver a correr? —levanta la cabeza de mi hombro y me mira con una sonrisa de oreja a oreja.

—Me ha gustado hacerlo.

—Hace una hora no decías lo mismo.

—Hace una hora no es ahora. —alza los hombros como si no me acabase de entender y se levanta del muro. Estira durante varios minutos y le imito. Su risa llega a mis oídos cuando empieza a correr dejándome en el sitio en el que estiraba hace diez segundos. No tardo mucho en ponerme a su altura, la sonrisa sigue iluminando su cara y bajo el sol de Los Angeles sus ojos parecen la unión del cielo y el mar en el horizonte. —Me vas a matar, yo ya estoy mayor.

—No me digas que eres uno de esos que se pasa el día diciendo que está mayor.

—Es la primera vez que lo digo, pero viendo que no te gusta, lo diré mas veces.

—Cállate y concéntrate en la respiración que te va a dar flato. —me dedica una sonrisa que no se si me da una patada en el corazón o me lo acaricia, lo que se es que me vuelve loco. El resto del camino lo hacemos en silencio. Al menos hasta que entramos en nuestra calle. Valentina sube el ritmo y cuando se aleja de mi me dedica una peineta. Tiene un espíritu de niña pequeña que hace que mi estómago de vueltas sobre si mismo. La cuelgo de mi hombro al alcanzarla y enseguida me da puñetazos en la espalda. Paso la mano que no tengo ocupada por sus costillas y se retuerce mientras sus carcajadas llenan la calle.

—Sam, por favor, para.

—¿Que me das a cambio?

—Te daré lo que quieras, pero para. —su voz se opaca con su risa. No contesto, hago como que me lo pienso y ella vuelve a hablar entre risas. —Te daré un beso. —y cedo de manera automática. Respira agitada con la cara toda roja y la coleta desecha. Se pone de puntillas y clava sus labios en mi mejilla.

—¿Que ha sido eso?

—Lo que te he dicho que te daría, un beso. —sabe perfectamente lo que hace y lo que los dos habíamos entendido por beso, pero no digo nada. Sonríe como si no hubiese roto un plato en su vida. —No he especificado donde, Walker.

Y al final, por mucho que quiera hacerse la dura, es ella la que cede antes. Pega sus labios a los mios con delicadeza y de manera casi automática mi brazos rodean su cuerpo pegándola mas a mi. Es la tercera vez que sus labios tocan los míos en menos de veinticuatro horas y siento que he estado perdiendo el tiempo durante toda mi vida.

Sonrío. Sonrío contra sus labios. Sonrío porque con Valentina estoy en paz.

Ya no nos queda tiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora