17| Viajes de sentimientos 🌧️

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Lucien bajó las escaleras en un día soleado, como todos los días después de mudarse provisionalmente a una casa más pequeña que la de sus padres, pero lo suficientemente grande como para dos personas

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Lucien bajó las escaleras en un día soleado, como todos los días después de mudarse provisionalmente a una casa más pequeña que la de sus padres, pero lo suficientemente grande como para dos personas. No había dormido muy bien anoche por estudiar antes de su presentación, sería el día de mañana, pero intenta estudiar todo lo que pueda. Estaba nervioso, la cabeza no ha dejado darle un suspiro de tantos pensamientos erróneos que puede cometer arriba de un escenario con miles de personas mirando su proyecto en el que ha estado trabajando semanas antes.

A muy pocas personas le dieron la posibilidad de presentar su proyecto, y sabía que, si había sido elegido, era porque lo había hecho bien. Y estaba feliz por eso, pero preocupado de avergonzarse a sí mismo, o no ser lo suficiente. Le daba miedo perder la confianza que sus catedráticos pusieron en él.

No pensar en ello es difícil, porque su cabeza no se lo permite, tal vez logra distraerlo en algunas partes llegando a olvidarse de la presentación, pero siempre está ahí, y no lo deja dormir. Le llegan miles de recuerdos bochornosos sobre sus últimas presentaciones, siempre le salía algo mal, o se le congelaban los pies, o se le olvidaba hasta donde estaba parado, se empieza a sentir mareado, y si tiene suerte, solo vomita enfrente de todos, ya que en en algunos casos, suele desmayarse. Y eso es mucho peor.

El ver a las personas mirándolo fijamente, su mente proyectando imágenes erróneas sobre personas balbuceando o riéndose de él cuando en realidad no es así, pero es lo que piensa cada vez que las mira a los ojos. Los reflectores, toda esa atención ridículamente insoportable que él no logra aguantar, es la que lo hace perder el control y fallar.

«Hubiera preferido tener otra debilidad, porque esta me cierra todas las puertas por las que quiero avanzar.» pensó Lucien.

No es miedo, una parte sí, pero lo que en realidad es; el pánico. ¿Hay algo peor que el miedo? Tal vez el pánico.

Miró a su alrededor. Aún estaba en pijama, cuando bajó y encontró la casa en silencio, todos los días suele estarlo, pero esta vez no olía a huevos recién cocinados, ni a panqueques con miel y chocolate, ni a beicon, ni a pan tostado con mantequilla, si a fruta, ni a un zumo de frutas, ni nada. Tampoco se escuchaban los utensilios de cocina siendo utilizados de un lado hacia el otro.

No había nadie más que él.

Miró una hoja de papel blanca junto con un origami de una ardilla al lado. No hizo falta saber de quién era, pero se acercó y la tomó.

Volveré pronto.   —Matthew.

Rodó los ojos y dejó la carta de nuevo en la mesa.

—¡Tengo casa sola!— gritó empezando a saltar por toda la casa.

Una casa de dos personas solamente para él solito. Lo sentía como un gran alivio, ya no lo tenía que ver en todas las mañanas ni en las noches por unos días, se permitiría sentir lo que es tener casa propia y vivir solo, caminar por la casa desnudo, bailar, cantar, ver películas hasta muy tarde, bañarse en la alberca en pelotas y hasta llorar simplemente por su existencia.

Matrimonio FicticioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora