Aquel Día

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Salió de Los Santos con éxito, catalogando cada bomba que usó como ataque terrorista y sin duda de eso lo culparan más tarde, así como de intento de homicidio o tal vez de homicidio de Jack Conway. Pero ahora estaba tranquilo, había llegado a Cuba.

Su madre tenía una casa en Cuba, se la quedó él y por mucho tiempo no supo, cuando su padre le dijo que esa casa estaba en buen estado y que era suya. Jamás supo qué hacer con ella, hasta ahora.

Un refugio, hasta que la marea se calmara y pudiera ir con tranquilidad a Irlanda para buscar ese rayo de esperanza que tenía, el único rayo de esperanza era él.

Aunque la vista era hermosa, a la lejanía de todo, una casa solitaria justo como él, justo como lo era su madre, estaba cerca de la playa, una playa que casi nadie conocía. Le gustaba el lugar, podría quedarse, pero llamaría mucho la atención. Un rubio de ojos azules con una niña de tez pálida con heterocromía en un lugar caluroso con personas bronceadas por doquier, sin duda llama la atención.

Pero no le importa, por ahora solo quiere paz con su hija. Es lo único que quiere.

Su segunda mañana en Cuba fue la primera donde saldría al pueblo cercano a comprar todo lo necesario para estar una semana o dos semanas abastecido sin necesidad de salir o atraer la atención. Había conseguido un auto, no llamativo y algo viejo y oxidado pero que aún podía moverse. Con gorra, lentes oscuros y ropa gris oscuro, bajo del auto cargando a su niña en brazos, la mantenía con una gorra, lentes oscuros y ropa oscura para no atraer atención de nadie.

— ¿Qué se te antoja amor? – preguntó mientras pasaban por el pasillo de golosinas y dulces. – Toma todo lo que quieras, porque no saldremos en unos días.

Bajo a su pequeña y dejó que tomara algunos dulces, mientras que miraba los tintes de cabello, tal vez era momento de dejar su atractivo rubio con algunas canas plateadas. Mira a su hija que se agarra de su rodilla y jala su pantalón para llamar su atención, se agacha y la mira.

— ¿Qué pasa nena?

— Mida – extendió su manita y vio que tenía una araña, su corazón casi se sale pero vio que ella estaba muy tranquila. – Una adañita.

— Una arañita, nena deja esa araña o me dará un infarto.

Brooke dejó la araña sobre el piso, estaba cerca de matarla pero no quiso hacerlo porque su hija miraba a la araña como si fuera un gatito abandonado. Siempre ha tenido gustos raros, en casa cuando tenía su jardín, le atraían las abejas y era una suerte enorme que no les picaran las abejas a su hija.

Cargó a su hija y volvió a ver el tinte café oscuro, casi chocolate, tomó la caja y miró a su hija.

— No arruinaré tu cabello plata, pero sí lo cortaremos un poco, de los dos soy el único problema y debo cambiarlo.

Brooke miró a su padre, con sus pequeñas manitas tomó su rostro y lo miró, los dos aún seguían con sus lentes oscuros pero podía sentir su mirada. Gustabo frunció el ceño un tanto confundido, su hija hizo un puchero, arrugó su nariz y su frente, ese era el gesto cuando algo le molestaba. Estaba por decirle que no hiciera esa cara, cuando su hija acortó la distancia y le dio un pequeño besito en la comisura de sus labios y juntó su frente con la suya.

Cerró un momento los ojos y la sostuvo con fuerza, sí, su único pilar con fuerza era su hija.

Hace no mucho que comenzó a hacer ese gesto con él, y lo hacía cuando las cosas iban totalmente mal en su vida y no había nadie a su lado, ni Jack si quiera. Solo era Brooke y él, como desde un principio.

Terminó de hacer sus compras, más aferrado a su hija que nunca, y se fueron sin atraer tanto la atención de los pueblerinos.

Al volver a casa, hizo la comida y se cambió de ropa al igual que Brooke y salieron a esa playa cercana. Tomó las manitas de su hija y caminaron por la arena hasta llegar a la orilla, mojándose casi por completo.

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⏰ Última actualización: Nov 25, 2022 ⏰

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