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Yoori había estado escondida con su familia durante la guerra, habían pasado por muy pocas dificultades, así que no sabía cómo había quedado el pueblo después de todos esos años, de verdad que no, por eso había mirado con una mueca de horror cuando su carruaje comenzó a correr por el camino de tierra por en medio de las casas, las personas apenas y se estaban recuperando de un destino que había sido por demás cruel, las casas estaban siendo reconstruidas y las tiendas estaban volviendo a ser abiertas, pero todo era muy lento, era una reconstrucción lenta, tardada, así que Yoori miraba a todos con repudio, con asco.

-Este lugar ha decaído tanto- dijo Yoori, cruzándose de brazos mientras aún estaba en su carruaje, pensando en todo lo que había perdido, se preguntaba cuánto había crecido su hija, estaba esperando verla, apenas recuperada y decirle entonces, que eso le había pasado por no escucharla, por no haberse ido con ella, si es que había sufrido, había sido porque era una tonta sin remedio, que se merecía todo eso y peores cosas, así que le estaba preparando todo un discurso para poder soltarlo en la cara, de verdad esperaba que ahora poder gritarle como no lo había hecho ya en mucho tiempo, porque eso era lo que se merecía, le había dicho que debería haber ido con ella, pero había preferido a Byun, seguro que había sido descuidada, porque Byun no era lo que parecía.

Pero todos esos pensamientos habían quedado a medias cuando entraron por la gran colina, había terminado sonriendo cuando vio la que se suponía que era su nueva casa, una casa preciosa, aunque no le gustaba que predominaba todo el color rojo, odiaba ese naldito color y pensó que eso iba a ser una de las primeras cosas que cambiaría, pero antes de bajar en casa, habái terminado quedandose frente a esas grandes puertas, muchas personas la miraban, porque llevaba un increíble hanbok que se veía por demás costoso y fino, de un suave y brillante tono amarillo con algunos tonos dorados, lucía impresioannte a su manera, así que estaban murmurando cosas.

Yoori se pavoneaba con eso, porque sabía lo que tenía y sabía que se veía bien, los años habían pasado en ella, pero nada más, apenas y habían aparecido un par de arrugas en su rostro, pero ella no se sentía por eso menos bella o menos imponente, así que estaba mirando a todos los aldeanos que la rodeaban con el máximo desden que tenía, ellos envidiaban sus ropas caras, porque nadie en esos días podía usar algo como eso, incluso algunos nobles apenas y se estaban recuperando, pero ella se estaba paseando por ahí con ropa cara y joyas, era impresionante que no le hubieran robado en el camino.

Yoori de todos modos, agitaba sus brillantes anillos a la vista de los más pobres, que solo se quitaban de ahí para no tener que lidiar con eso, y Yoori se reía, con los labios cerrados, aunque poniendo de malas porque nadie en esa casa le estaba abriendo, le gritó a sus guardias porque era qué tardaban tanto, y ellos seguían hablando con los hombres del otro lado de la puerta, que decían, que no tenían indicación alguna para poder abrirle, que ni siquiera reconocían su nombre y eso había sido la gota de la humillación.

-¿No saben con quién están hablando?- les gritó Yoori, porque eso no podía ser más humillante, afuera hacía mucho calor y era bien sabido que los nobles no podían ni sudar, así que estaba usando uno de sus sombreros con una larga tela que le caía sobre el rostro, así que había levantado eso, esperando que así se pudieran reconocerla, pero ni así, los hombres se habían inmutado, parecían confundidos y poco impresionados. -Soy la primera esposa del señor Park Chanyeol, llámenlo para que se los digan, idiotas, sus cabezas van a rodar por este camino, así que llámenlo, quiero que lo llamen-

-El señor Park no está, fue al palacio.- Yoori apretó los dientes llena de rabia, así que solo había cambiado de planes.

-Bueno, llamen a mi hija, Eun Park, ella vive en está casa.- dijo Yoori, señalando el interior de la casa, esperando que alguien pudiera escucharla, salir a defenderla, pero cada que daba un paso al frente, esos hombres la empujaron afuera, aun lado, siendo demasiado bruscos. -¡Ella vive aquí, es la primogénita de su amo!-

Crisantemo RojoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora