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La bestia que custodiaba la isla, creando ilusiones y usando los sentidos para atraer víctimas a su nido, estaba en esos momentos frente a ella. Era más grande de lo que imaginaba midiendo unos 20 o 25 metros de longitud, su cuerpo era alargado y lleno de escamas brillantes de color blanco, que cada vez que se movía destellaban colores tornasolados. Era como ver una serpiente gigante que ascendía desde lo más profundo del lago de la cueva.

Por el movimiento de la serpiente el cristal de la pared se tiñó de motas de azul violáceo. Reina se quedó muy quieta, esperando que no notará su presencia y usando su periférica para buscar una ruta de escape. Para su mala suerte, la bestia no era tonta. Enrolló su cuerpo alrededor del espacio, cerrando cualquier posibilidad de que ella pudiera escabullirse.

«Humana, Tu que has cantado por primera vez en tantos años, tomaré tu canción como un pago»

Tenía una voz femenina particular, tan neutra y pasiva que incluso resultaba irritante. Sus enormes ojos grises se tornaron violetas, del mismo color que los de ella. Bajo la cabeza para reposarla al comienzo del centro de la cueva, por lo que Reina tuvo que dar varios pasos atrás para alejarse de esa entidad.

«No necesito saber tu nombre, pero tú puedes llamarme... Yubat»

La ilusión volvió a aparecer, pero está vez, se encontraba en la carpa del circo donde una vez trabajaba.

Alrededor de la cueva espejismos de los trapecistas danzaban en el aire realizando maniobras que animaban al público fantasmal, haciendo que estos aplaudieran eufóricos. Los niños disfrazados de animales y payasos bailaban al borde del escenario, recogiendo dinero extra en sombreros de copas de colores satinados. Entre el público, Reina noto a través de la ilusión como una mujer de apariencia aristocrática arrojaba un pañuelo rojo en vez de dinero, y como la mirada del niño se tornaba pálida al notar el significado de aquella prenda. El reptil noto su pesar, al ver cómo el recuerdo se distorsionaba levemente, por lo que se aventuró a preguntar.

«¿Por qué le dan pañuelos?»

Reina tardo algo de tiempo en responder, no había dejado de ver al niño a quien le había dado aquella prenda satinada. Era el pequeño Joshua.

—Madame Lorraine ofrecía otro tipo de servicios, aparte del entretenimiento del circo— La rubia señaló hacía otro niño. Si su memoria no fallaba su nombre era Eve, era una niña muy bonita de cabello cobrizo. La serpiente observo como le daban más dinero de lo normal, para luego llegar hasta un hombre quien le dio un pañuelo azul. La niña hizo el mismo gesto, horrorizada al ver la prenda depositada en el sombrero— Los pañuelos solo son dados a los benefactores del circo o aquellos que pagan una suma muy alta en las entradas...

«Ya veo...» Los ojos burlones del reptil intentaron estrecharse como si quisiera sonreír «Puedo verlo en tus recuerdos...»

—El pañuelo Azul es para usar la mercancía y el pañuelo rojo para comprarla— respondió sin escuchar lo que la serpiente le decía.

Los amargos recuerdos la inundaron, llenándola de pesadez y tristeza. Esa noche, fue la última vez que vio a Joshua, antes de que los oficiales del puerto encontrarán su cuerpo desmembrado a las afueras del pueblo. Según las especulaciones de las autoridades, había sido utilizado como sacrificio por una secta lugareña. Eve no tuvo mejor suerte, aquella noche había hecho enfadar a ese aristócrata, ganándose una golpiza que no la dejo escapar de cama, hasta su agonizante muerte. Niños sin la protección de Lorraine no eran más que seres desechables para ella, una manera de ganar dinero extra para mantener sus vicios por el Opio y otras excentricidades. Esa mujer no era muy diferente de lo Tenryūbitos, tan despreciable que se le hacía repugnante.

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