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—Esto no puede estar pasando...

Cuando Reina entro en la habitación de la posada, lo primero que percibió fue el mal olor. Era un ambiente pesado y hediondo al no ser ventilado con frecuencia. Se acercó hasta los ventanales y abrió la puerta que daba a una pequeña terraza, desde allí podía tenía una hermosa vista a las colinas y se podía escuchar el mar romper contra un acantilado muy cerca de donde estaba la posada. Ese lugar podría llamar fácilmente a turistas nobles, si solo la sanidad del lugar fuera prioridad para sus empleados.

Se volvió en sus pies, observando mejor la habitación. Era grande y alta, aún cuando estaba llena de telarañas podía limpiarla sin mucho esfuerzo. Las sábanas eran otro tema, estaban rasgadas, mugrientas y llenas de manchas de todo tipo. Ni siquiera quiso tocarlas, le pidió a una de las mujeres que apareció por el pasillo para curiosear que las sacará. Cómo había dicho Akagami, ninguna de ellas se movió hasta que le ofreció más de lo que podría ganar en 4 días de trabajo. Hacerlas limpiar le costaría lo poco que el pelirrojo le dió para comprar sus cosas.

Al pensar en él, Era el diablo encarno. Pensó la rubia con mucha rabia, estuvo en la bodega de su barco por pocos días. Así que sabía la cantidad de oro y joyas que guardaban los barriles de madera. Pudo haberle dado más de una bolsa de oro, pero no, solo le tendió lo justo para obligarla a trabajar.

—Estas segura de que podrás con esto, Reina? Yo puedo encargarme de...— ella levanto uno de sus dedos para hacerlo callar. Olfan suspiro, dejando a un lado dos baldes de agua y uno vacío con utensilios de limpieza— Si necesitas ayuda, llámame. Estaré en la habitación de al lado.

Ella le sonrió en respuesta. Mientras vaciaba un pote de jabón líquido en uno de los baldes, las mujeres protestaron en la entrada de la puerta, para su visión era jabón despreciado. La rubio se acercó hasta la entrada y cerro la puerta en sus caras. Luego tiro con el pie el balde jabonoso al piso, comenzando a esparcir el agua por los rincones mugrientos y cepillando con fuerza el piso con la escoba que le encontró su guardaespaldas.

Las baldosas tardaron en limpiarse más de lo que esperaba, y estaba tan concentrada cepillando que no se dió cuenta de que la entrada del dormitorio se había abierto nuevamente.

—Que estás haciendo?— se sobresalto al escuchar la profunda voz de Akagami a su espalda.

Se volvió para mirarle, no había entrado en la habitación, pues todo el piso estaba aún cubierto de agua y jabón. Pero parecía sorprendido mientras observaba todo el panorama, luego hicieron contacto visual y comenzó a recorrer su cuerpo lentamente. Reina se sintió repentinamente desnuda e incomoda, la estaba analizando de pies a cabeza. Lo vio sonreír fascinado cuando terminó de escanearla.

—Te di el suficiente dinero para que pagarás por el servicio...— comenzó a burlarse.

Ella se levantó apresurada, resbalando levemente por el jabón en sus pies descalzos. Akagami tomo el impulso de correr a socorrerla, pero al ver que ella volvía a tener equilibrio se quedó quieto en su sitio. Estaba mojada de pies a cabeza, la única ropa que le había servido del viejo guardarropa del capitán, estaba mojada y con el clima que había en la isla no iba a secarse para la noche, por lo que ella tendría que pasar el día en la habitación con solo su ropa interior puesta. Akagami trago saliva ante ese posible panorama, su relleno pecho cubierto solo por un bata de satén con encajes, sus piernas desnudas y adoloridas por el trabajo forzado. Volvió a mirarla a la cara, verla ceñuda con la ropa ceñida al cuerpo no era bueno para su salud.

— Como dices? Tu pequeña bolsa de berries me ha servido solo para comprar lo básico de limpieza— Reina señaló con el dedo la cama desnuda— Tuve que pagarles más de 4000 berries para que movieran un dedo y sacarán esas asquerosas sábanas!

WantedDonde viven las historias. Descúbrelo ahora