Capítulo 1: Misión

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—Angelique, ¿podrías ir a mi oficina, por favor? —La voz me detiene a medio paso. Dios, tan cerca de salir... pero no debería sorprenderme. Al final, toda mi vida laboral se definía en una esperanza vana de librarme de las responsabilidades de un trabajo y una vida que no deseaba. Ya no debería sorprenderme y no lo hacía, pero seguía molestándome. Mucho.

Miré anhelante el pasillo que se extendía a unos tres metros de mí, ese pasillo que me llevaría a la salida. Saboreé la idea estúpida de pretender que no lo había escuchado, correr o seguir caminando, tal vez me dejara ir... tal vez, claro, pensé con sarcasmo. Me llamaría la atención incluso si intento huir.

Resignación, me dije, repitiéndome eso, di media vuelta.

—Claro —le contesté, deseando poder decirle que no y que se pasara su conversación por donde más le convenga. Sin embargo, era mi superior antes que mi hermano y ya conocía las consecuencias de una mala respuesta.

Quería ir a descansar y que me dejara en paz, pero eso solo pasaría en mis sueños. Lo miré con frustración. Estaba en el pasillo del edificio y me iba a casa. Mentalmente quise golpear de coraje la pared, luego recordé con cierta diversión que si hacía eso me rompería los nudillos de manera exactamente igual que mi jefe aquí presente.

Yo pensaba en una cena de comida rápida cuando me llamó el jefe de sección Edward. Mi odioso hermano Edward (pero mientras estemos en el edificio, para mí, debe ser el jefe Edward Carswell).

En fin, cuando llegué a su oficina, él estaba recargándose en el escritorio con los brazos cruzados. Me pareció una escena muy de película del típico chico malo de poses predeterminadas para dar alguna imagen, pero en él quedaba tan natural que me daba un cierto sentido de envidia.

Me crucé de brazos solo a unos metros de él sin disimular la mala expresión en mi rostro. Quería dejar en claro lo mucho que me molestaba seguir aquí.

Él sonrió burlonamente.

—¿Un día pesado? —preguntó, sabiendo que me había cruzado con Diana, una de sus oficiales que yo tanto odiaba y por su nivel superior al mío debía callar y escuchar lo que decía. Además de que, para mi mal sabor de boca, era su actual novia.

Edward Carswell era uno de los principales inversores de esta empresa, había estado en el ejército al igual que yo, pero a diferencia de mí, no era la completa vergüenza para mis padres como yo. Él era el hijo perfecto con las mejores notas y los mayores logros en misiones complejas. Maestro del disfraz y de las mentiras, tal vez por eso no le duraban mucho tiempo sus novias. Para él, a pesar de sus 27 años, la libertad de seguir arriesgando su vida era mucho más importante que establecerse y mis padres no lo presionaban, porque era el niño de sus ojos, después de todo.

Mi hermano me miró con sus ojos verdes y su cabello negro arreglado hacia atrás de manera formal. Era de constitución media, no llamativa, a excepción de su metro setenta y nueve de altura.

—¿Para qué me llamaste? —pregunté directamente. No estaba de humor para hacerme la tonta subordinada.

Él dejó pasar mi falta de respeto antes de girar el tronco de su cuerpo para obtener unos papeles de su escritorio color madera oscuro. La alfombra bajo nuestros pies era gris, muy aburrida, así como él en general. A veces me preguntaba cómo era fuera de su expresión seria.

Llevé mis manos a mi espalda, esperando que me dijera lo que tenía que decir.

—Tienes una nueva misión. Sales mañana —dijo extendiéndome los papeles.

—¿Ni siquiera un poco de vacaciones? —me burlé, pero él no respondió ni cambió su expresión—. ¿Por cuánto tiempo? —cuestioné resignándome.

Misión: Proteger al príncipe, Contratiempos: Enamorarse. (I libro)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora