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ANYA.

Este país era precioso, sus calles, sus letreros, sus tiendas, sus faroles, su arquitectura, todo gritaba antigüedad y modernidad al mismo tiempo. Miraba a todas partes maravillada con todo lo que mis ojos enfocaran.

— Pareces una niña pequeña.— Damian me saca de mi ensoñación realista.

— Nunca había estado en un lugar como este.— Le digo con mi voz teñida de emoción.

— Me alegra saber que he sido el primero para muchas cosas.— A pesar de que lo ha dicho inocentemente dulce, yo no he podido tomarme eso sin un doble sentido de paso.

Que malpensada soy.

— ¿A dónde iremos?.— Pregunto por quinta vez.— Y no me digas que ya casi llegamos si tenemos como veinte minutos recorriendo.

— Ya casi llegamos.— Le aprieto la mano.— Calma, lo juro ya casi.— Dice rápidamente.

Mis ojos enfocan más adelante un hermoso puesto de helados y me suelto de la mano de Damian y le señalo. El cierra los ojos y luego asiente y me lleva hasta allá. Miramos a ambos lados de la calle para cruzarla hasta que damos con el puesto de helados.

— Buenas tardes, jóvenes. ¿En qué pue...— El señor se detiene y acomoda sus anteojos mejor para ver a Damian.— Oh por los mil soles, disculpe mi irrespeto. Buenas tardes, alteza.— Dicho esto le hace una reverencia a Damian.

— ¿Cómo está?, Gracias por el respeto.— Dice Damian formalmente.

— No tiene porqué agradecerlo, majestad. Sea donde esté y donde se dirija, en su mayoría lo van a reconocer. Ahora si, con más placer ante su llegada ¿En qué puedo ayudarle?.— El señor le ofrece una espléndida sonrisa cálida y yo observo detrás de Damian todos los helados que tiene.

— Mi dama desea uno de sus helados.— Dice Damian casualmente y yo salgo detrás de él.

— Hola Señor, un placer. Soy Anya.— Le tiendo mi mano y él la toma delicadamente y le proporciona un suave beso, en gesto de un saludo formal.

— El placer es todo mío, señorita Anya. Dígame, ¿De qué desea su helado?

— Fresa y chocolate con Maníes.— Digo emocionada.

— Ahora mismo, querida Anya.

Espero felizmente mientras veo las maniobras que el señor de los helados hace mientras lo prepara. Nunca había visto tales cosas para preparar un helado y juro que me tiene asombrada.

Siento como si un lado de mi piel quemara y volteo para encontrarme con una mirada completamente distinta de Damian. Sus ojos brillan de una manera inexplicable y es que me observa con esa muestra de cariño que no puedo descifrar en estos momentos su pensar.

— Aquí tiene, señorita.

Damian quita la mirada sobre mí y yo salgo de mi ensoñación y tomo el helado de dos grandes bolas con trocitos de maníes por doquier. Estoy sumamente feliz.

— Muchísimas gracias, Señor....

— Disculpe mis modales, Fredro Hoover. Para servirle siempre.— Yo asiento con una sonrisa.

Príncipe DAMIAN. [Damian x Anya] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora