Capítulo 34

21 2 0
                                    

Ese mismo día de la fiesta, Chan notó un pequeño detalle que le resultó intrigante. No se había tomado el tiempo suficiente para pensar bien qué había sucedido. Por alguna razón, meditó e intentó evocar aquel momento con más detenimiento: Wonwoo estaba mirando demasiado a Mingyu. ¿Será que quería analizarlo? Una cuestión aún más importante: ¿con qué motivación? Recordó, en un instante de suma precisión, que los ojos de Wonwoo emanaban un brillo que a él le era familiar: una chispa de amor. Chan no sentía más que una sensación de posesión sobre Mingyu, pero era justamente eso lo que le molestaba: que ese don nadie se atreviera siquiera a pensar en arrebatarle algo suyo. Le costaría caro, pensaba. Y sabía exactamente qué hacer, pues lo venía pensando desde hacía mucho tiempo. Debía esperar, se repetía a sí mismo, pues otros asuntos requerían más de él que sus estrategias para vengarse.

Al salir apresurado de la fiesta, por no dejar a Mingyu y el hermano de ése a solas, se chocó con un enemigo inesperado que le desató la memoria como una bala cuando es pulsado un gatillo: evocó, súbitamente, sus días de estudiante de danza, cuando el odio no había sido inyectado. Se había chocado con Xú Ming Hao.

-¡Siempre tienes que ser tú!- gritó el chino ante el impacto y, sabiendo cómo abrir heridas no cicatrizadas, agregó: - Desde Hoshi y Jun, ya casi no te queda nadie.

Chan no pudo ni responder, siquiera. Las palabras hacían eco en su mente. Eso lo había lastimado. Después de tanto, volvió a saborear la amarga y nauseabunda hiel de la humillación. Sentía un nudo en la garganta. Entonces solo atinó a correr hacia su auto, donde el chofer y los hermanos Kim lo esperaban. Al subir, no mostró emoción alguna: suprimió durante el corto trayecto de llegada al vehículo todo rastro de una lágrima, todo rastro de dolor; hacer eso no era nada nuevo, en realidad, y Chan sentía que se fortalecía de alguna manera.

Los días siguientes fueron algo extraños. Chan se percibía distraído, un tanto desatento. No tanto como para no notar que Samuel había intentado hablar a solas con Mingyu en cuatro ocasiones distintas, pero sí como para no saber cómo desmantelar ese obstáculo que lo perseguía incesantemente.

-Piensa, Chan, piensa- se repetía una y otra vez sin resultados.

Lo peor que podría pasar sería que el mayor le creyera a su hermano. Entonces lo que estuvo construyendo se derrumbaría como una montaña de cartas a la que le sopla un débil viento: su relación, su dinero, su carrera, su imagen; cada mínimo naipe colocado con precisión y pulso caería. Y eso significaba empezar de nuevo, desde cero.

Súbitamente recordó que, muchos días antes había hablado con el papá de Mingyu:

-Sepa que, más que una propuesta, esto es algo que debe hacerse. No hay muchas opciones- explicaba Chan.

-No comprendo- respondía con nervios el cincuentón.

-Esta empresa está al borde de la quiebra.

El otro quedó petrificado. No sabía cómo era que su yerno se había enterado de la pérdida tremenda de capital producto de una inversión fallida.

-Sé que no pensaba decírmelo- continuó el menor -, así como tampoco se lo dijo a sus hijos.

Aquella tarde había sido tremendamente agitada, pero entre procesos legales, abogados y demás, Chan consiguió lo que quería: compró la mayor parte de las acciones de la empresa, convirtiéndose él en CEO de la misma.

-¿Dónde quedó esa fortaleza interna para que lo que un idiota dice no te afecte?- le preguntó una voz en su interior, como si no se tratase de él mismo, y lo sacó de sus pensamientos.

Cuando volvió a la realidad, se le ocurrió algo y supo que tenía la manera perfecta de deshacerse de su cuñado.

Era de noche. En ese momento, la cena ya había sido servida y todos disfrutaban de un delicioso manjar español. El celular de Chan sonó:

-Saldré. Debo atender- se disculpó y salió de la habitación.

Eso sucedía de vez en cuando, así que nadie le decía absolutamente nada. Salvo que, en esta ocasión, lo que había sonado era una alarma programada por el dueño del móvil. En otras palabras, se trataba de una excusa inventada por Chan para dejar solos a los hermanos. Ingresó a una habitación sumamente oscura y, desde allí, observó cómo Samuel se aseguraba de que no hubiesen moros en la costa. Al regresar al comedor su cuñado, Chan salió de aquel cuatro y se acercó a la puerta que daba a la mesa principal de la mansión. Desde allí, escuchó todo:

-No quisiste siquiera oírme en esa ocasión- se quejaba el menor.

-Al menos podrías darme una descripción para yo saber de quién me hablas.

-Era alto, delgado y de facciones delicadas; de cabello rubio, con la parte de adelante corta, tanto el flequillo como los lados, y la parte de atrás más larga, cubriendo la nuca; ojos azules, que no parecían naturales. Estuvo sentado en la misma mesa que nosotros.

Al oír la caracterización, una imagen mental se hizo presente ante Mingyu:

-Entonces es Jun...

Una vez que escuchó a su novio decir eso, Chan ingresó:

-¡No le hagas caso!- suplicó.

Los hermanos se sorprendieron por tan repentina aparición. Enseguida el silencio se quebró como un cristal.

-¿Fingirás que no sucedió? ¿En serio?- reclamó furioso el menor de los tres.

-¿Por qué me haces esto?- comenzó a llorar Chan.

Entonces, Mingyu se le aproximó para abrazarlo.

-¡No te pongas de su lado!- gritó Samuel -¡Deberías echarlo a la calle en este instante!

-¡¡Basta!!- vociferó a todo pulmón el mayor de todos.

-Sé por qué haces esto...- soltó Chan, secando sus lágrimas.

Samuel no comprendía.

-Es porque no pude ayudarte a ser parte de la empresa.

Samuel estaba atónito.

Esa mirada a Chan le recordó a la de su padre, a la del ex presidente de la empresa. Quiso reír pero se contuvo.

-¡Mentira!- soltó finalmente, con una expresión de terror inmenso.

-Sé que es verdad- dijo Mingyu con una expresión fría en su rostro.

Le contó que en aquella ocasión los había oído.

-Puedo explicarlo...- la voz del pequeño se quebraba.

-¡Por supuesto que no puedes!- le dijo su hermano, y su expresión esta vez era de decepción total.

En ningún momento pudo Samuel defenderse: toda la situación se había tornado en su contra, en un abrir y cerrar de ojos.

Esa noche ninguno de ellos pudo dormir: Mingyu porque sentía un dolor profundo e incomprensible; Samuel porque no podía quitarle la venda de los ojos a su hermano; Chan porque estaba súper emocionado, pues había escuchado a su novio decir que, como última medida ante este súbito cambio de comportamiento, convencería a su padre de que lo mejor sería que Samuel regresara al exterior y no volviera hasta que sus estudios superiores estuviesen terminados. Aún era información a confirmar, pero las probabilidades eran tan altas que casi podría decirse que era seguro.

Chan, al día siguiente, supo que el vuelo de Samuel saldría esa misma tarde. Se sentía victorioso: había derribado su primer obstáculo. Y este no sería el último para nada, puesto que aún quedaban piedras que mover del camino, y las mismas tenían nombre: Wonwoo y Hao.

El efecto mariposa (JuNo/H8shi)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora