LYDIA
—¡Muévete!— alguien susurró con fuerza en mi oído, y me levanté de golpe, chocándome con una cabeza.
—¡Ay!— solté un chillido a la par que la persona que estaba tratando de colarse en mi cama.
—¿Pero qué...?— cuando enfoqué un poco mejor vi que Anna ya se estaba metiendo a mi lado en la cama de matrimonio.
—Shhh— me tapó la boca con ambas manos— Les vas a despertar.
Fruncí el ceño, desorientada, pero poco a poco empecé a hacer memoria.
Anoche se había ido con Dylan, su ex novio, o novio, o lo que fuera, y le dije que tenía que volver antes de que nadie se diera cuenta, creo que era la primera vez que obedecía alguna de mis indicaciones, así que olvidé que me acabase de despertar a las siete de la mañana.
—¿Cómo has entrado?— me quedé mirando de lado su perfil, mientras que ella ya había cerrado los ojos para intentar dormir algo.
—La llave— dijo sin abrir los ojos.
—¿Qué lla...?
Pero antes de que pudiera terminar, estiró su brazo, alcanzando la mesilla de noche y empezó a agitar en el aire un llavero.
Me quedé mirándolo unos segundos, alucinada.
—¿Has hecho una copia de mis llaves de casa?
—Ajá— y volvió a dejarlas como si nada— ¿Cómo quieres que entre y salga sino?
—No sé, ¿llamando al timbre como las personas normales?
Hizo un gesto con la mano como si eso fuera ridículo.
—Ly, paso más tiempo aquí que en mi casa, tengo que tener unas llaves, y ya que no me las dais vosotros, pues las he tenido que conseguir yo.
Me froté la cara, sin dar crédito a lo que oía, pero en el fondo me hizo gracia, además, llevaba algo de razón así que simplemente asentí, dándole el visto bueno.
—Pero ni se te ocurra perderlas, eh.
Levantó el dedo meñique, dándome su palabra de que las iba a cuidar y me bastó para sentirme satisfecha.
Una hora más tarde, mi padre entró en nuestra habitación y abrió las cortinas de golpe, como de costumbre.
—Buenos días, bellas durmientes— le escuché decir, y me tapé la cabeza con la almohada, tratando de bloquear la luz que se adentraba ahora por el ventanal.
—Papa— bramé, pero me ignoró y siguió a lo suyo.
—Son las ocho. Tenéis que ducharos, desayunar y no llegar tarde a clase. Vamos. Arriba.
Salió del cuarto tan feliz como había entrado.
Nos hicimos las remolonas un rato más, hasta que de repente escuché el agua corriendo en el baño.
Anna y yo tardamos una milésima de segundo en destaparnos y mirarnos con los ojos muy abiertos.
—¡Agus!— exclamamos a la vez.
Saltamos de la cama y llegamos a la puerta del baño corriendo.
Nos quedamos paradas, ambas con la oreja pegada a la puerta de madera blanca, intentando escuchar algo.
Cuando empezó a sonar una canción cualquiera en el móvil y la voz de mi hermano pequeño, cantando debajo del chorro de agua, nos miramos de nuevo y empezamos a aporrear la puerta al mismo tiempo.

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Y si llueve, petricor
Romance¿Qué harías tú cuándo esa vocecilla de tu cabeza no para de repetirte una cosa? Que no eres perfecta. Lydia tiene que soportar vivir con esa voz, día tras día, tratando de ignorarla pero, muchas veces, no resulta nada fácil. La voz interior de Jaxt...