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LYDIA

¿Me está sonriendo?

Me está sonriendo.

Le mato.

Yo le mato.

Agarré su camiseta y le arrastré por las escaleras tras de mí y justo cuando llegábamos al último tramo, se me ocurrió mirar por encima del hombro y descubrí que me estaba mirando el culo.

¡Lo que me faltaba!

Dio un respingo y le lancé dentro de mi cuarto. Estoy segura de que en otra situación no habría podido con él, es decir, era el doble de tamaño que yo, pero fue listo y se dejó llevar, sino corría el riesgo de ver peligrar su vida, porque en esos momentos os aseguro que pendía de un hilo.

—¿Pero tú estás loco?— chillé, cerrando con un portazo.

Me miró con los ojos abiertos y las manos en alto como si se estuviera disculpando o rindiendo, no lo tenía muy claro.

—¿Qué hacías plantado en la puerta de mi casa como un acosador?

Se quedó callado y, de repente, hizo lo último que me esperaba, se encogió de hombros como si nada y vi que intentaba esconder una sonrisa.

—¡Encima te hace gracia!— y me acerqué para darle un empujón, pero se apartó en el último segundo y, por la inercia, acabé cayéndome de cara en mi cama.

Me di la vuelta, todavía tumbada, fulminándole con la mirada muy furiosa, pero desde luego pareció darle muy igual.

—Así que... esta es tu habitación eh...

De repente estaba junto a mi escritorio, toqueteando las cosas.

Me levante apresuradamente y le aparté la mano.

—Suelta— le quité mi cuaderno— No lo toques.

Se encogió de nuevo de hombros y siguió paseándose, mirando hacia todas partes, divertido.

—Jaxton— le llamé, cruzada de brazos desde el centro del cuarto.

Se dio la vuelta, algo distraído.

De verdad este chico es ridículo.

—¿Qué demonios haces aquí?

Sonrió de nuevo, desquiciándome por completo.

—Ayer te olvidaste de algo— dijo sin más y al escuchar su voz sentí un escalofrío en la nuca, se me había olvidado ese tono grave.

—¿De qué?— intenté ignorar el escalofrío.

—De darme tu número.

Eso no solo hizo que volviera el escalofrío, sino que el estómago me dio una vuelta completa.

Me quedé sin palabras y eso solo logró sacarle otra sonrisa.

Y entonces reaccioné.

No podía presentarse en mi casa así como así. No podía quedarse en la puerta, esperando a yo que sé qué. Así que avancé hacia él, esta vez muy seria y le di con el dedo índice en el pecho, levantando bien el mentón para hacerme valer.

—Como vuelvas a presentarte así, aquí, te denuncio.

Creo que no estaba seguro de si lo decía en broma o no, porque ni yo misma lo sabía.

—Vaya, un chico te pide el número y tú le amenazas con denunciarle. Te parecerá bonito.

No se movió ni un centímetro.

Y si llueve, petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora