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LYDIA

¡Joder!

Lancé le móvil contra el colchón, enfadada.

Buzón de voz. Otra vez. Era el quinto intento que hacía para contactar con Travis. No me había respondido tras el último mensaje que le mandé justo antes de desmayarme. Le había dicho que no podría ir a la cena pero ni tan siquiera me esforcé por darle una excusa. Era patética, lo sé.

Tal vez le había sentado mal y por eso no me respondía.

O tal vez estaba ocupado con sus amigos y no veía el teléfono. Me había dicho que se iba a reunir esa misma tarde con ellos para darles la noticia. Cuando me lo dijo, sentí un ardor en el estómago. Él sí iba a ser capaz de cumplir con su promesa, sin embargo yo...

"Mentirosa, mala y además cazada. No vales para nada".

Sentía las lágrimas agolpándose en mis ojos pero no quería dejarlas salir, no cuando podría entrar alguien en cualquier momento por la puerta y pillarme.

Había logrado que me soltasen las manos y los pies y que me dejaran coger el móvil, creo que lo hicieron para que me callara y dejara de quejarme.

Como fuera, me daba igual, el caso es que podía llamarle y contarle lo que había sucedido, necesitaba que viniera, tal vez estaba siendo muy injusta con él al querer tenerle a mi lado en estos momentos, pero le necesitaba, de verdad que le necesitaba con todas mis fuerzas.

Si tenía que volver a ver los ojos acuosos de mi madre o la cara de pena mezclada con decepción de mi padre, se me partiría definitivamente el alma, así que no, le necesitaba a él, a su risa, a sus comentarios de ánimo, que me dijera que todo saldrían bien y no dejara de repetírmelo mil veces hasta que me lo acabase creyendo aunque fuera al menos por un rato. Necesitaba su paz, su calma, sus caricias. Pero no le tenía. Ni siquiera me respondía.

Cuando Anna se presentó en el hospital hacía poco más de una hora, le supliqué que le llamara y se lo contara todo porque a mí todavía no me habían devuelto mi teléfono, así que mi amiga se marchó y trató de localizarle, pero nada, no lo consiguió.

Por eso me había puesto tan pesada con recuperar mi móvil, porque debía avisarle, sabía que si se enteraba de otra manera se sentiría traicionado y no quería añadir otro defecto más a mi larga lista.

—¿Señorita Moore?

Escuché una voz grave y rasposa a través de la puerta y un hombre alto y con pinta de tener cinco carreras universitarias se plantó delante de mi cama.

—¿Cómo se encuentra?— llevaba unos papeles en la mano y un bolígrafo en la otra. Las ojeras marcadas y los hombros caídos indicaban que seguramente llevaba demasiadas horas trabajando.

—Como una rosa— pero mi broma pareció no hacerle ni pizca de gracia porque me dedicó una mirada agria y volvió a sus papeles.

—¿Sabe por qué está aquí?

—¿Por qué quieren vender mis órganos en el mercado negro?

Esta vez me frunció tanto el ceño que me costó un mundo no encogerme en mi sitio.

No era propio de mí decir ese tipo de comentarios, al menos no en voz alta, porque los pensamientos estaban ahí siempre, solo que trataba de ocultarlos para no parecer una listilla irritante, tan solo los dejaba salir muy de vez en cuando, cuando estaba con Travis, no sé bien por qué. Pero ahora era diferente, estaba cansada, enfadada con el mundo y muy, pero que muy hambrienta.

—Está aquí porque hemos encontrado unas anomalías en su sangre— dijo con voz monótona y aburrida, como si el estar aquí le supusiera un fastidio. Yo, por el contrario, me enderecé de golpe.

Y si llueve, petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora