LYDIA
Me quedé tan en shock que no fui consciente de la mitad del camino.
Me había dicho que me quería.
No...
No era posible.
No podía ser cierto.
Lo dijo tan rápido, con ese tono bromista que siempre tenía, que dudaba siquiera que se hubiera dado cuenta de lo que había dicho.
Seguramente lo había hecho sin querer. Seguro que no quería decirlo. Tenía que haberse equivocado. Simplemente no era posible.
¿Cómo iba a quererme otra persona cuando ni siquiera yo me quería a mí misma?
No podía ser. Simplemente, no.
Sentí que mi cabeza daba vueltas y un ardor en la tripa muy feo comenzó a sacudirme.
Me dolía el pecho y mi corazón bombeaba tan deprisa que podía escuchar la sangre en mis oídos.
Lo mejor sería ignorarlo. Sí, eso. Ignorar lo que había dicho. Era lo mejor, lo más acertado.
No sé en qué momento llegamos a aquel polígono, solo sé que estaba demasiado distraída como para entender las indicaciones que me dio Travis, yo tan solo escuchaba una especie de zumbido extraño en mis orejas.
Se despidió con un breve beso que apenas sentí y se alejó con David, dejándome con Monique y varias personas más.
Seguía lloviendo pero no con tanta fuerza, eso sí, los truenos continuaban resonando en el cielo como si estuvieran avisando de algo malo.
No me gustaba esa sanción, nunca me gustó.
No fue hasta que la chica, con el pelo lleno de rizos y una sonrisa demasiado alegra para mi estado de animo de esos momentos, se acercó a hablarme, que pude volver a la vida.
—¿Y Anna?— parpadeé, tratando de centrarme ante su pregunta.
Oh, mierda. Anna. Había estado tan distraída que se me había olvidado por completo avisarla de que ya estaba ahí. Me dijo que ella iría por su cuenta pero que le mandara un mensaje cuando saliera de casa.
Saqué mi teléfono y la llamé rápidamente pero me saltó el buzón de voz.
—Mierda— me volví hacia Monique que me observaba expectante.
—¿No te coge?— me preguntó, mirando a su alrededor.
Negué con la cabeza y volví a intentarlo, pero nada.
Me empecé a agobiar un poco, mirando hacia todas partes, nerviosa.
Las gotas de lluvia seguían cayendo, los truenos lejanos hacían que me temblara todo el cuerpo y el frío, poco a poco, empezó a invadirme.
—Tal vez no haya llegado aun pero... ¡Ah mira!— exclamó de pronto apuntando hacia un gran grupo de gente que se amontonaba a un lado de la carretera, todos con un botellín de cerveza en la mano— ¡Ahí está!
Seguí su dedo índice y sonreí al ver que mi amiga pelirroja estaba riéndose a carcajadas con un grupo de auténticos desconocidos, pero así era ella, era capaz de hacer amigos allá donde fuera y me daba cierta envidia, en el buen sentido.
Monique me hizo una seña entonces con la cabeza para acercarnos así que nos dirigimos hacía ahí.
—¿Tú hermano también corre hoy?— intenté rellenar el silencio, eclipsando el resonar de nuestras botas sobre los charcos.
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Y si llueve, petricor
Romansa¿Qué harías tú cuándo esa vocecilla de tu cabeza no para de repetirte una cosa? Que no eres perfecta. Lydia tiene que soportar vivir con esa voz, día tras día, tratando de ignorarla pero, muchas veces, no resulta nada fácil. La voz interior de Jaxt...