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JAXTON

Cuando la vi salir por la puerta, con una sudadera gigantesca, como de costumbre, el pelo recogido en un moño desecho y una sonrisa muy débil en los labios, me quedé quieto, admirándola.

Joder, era preciosa y creo que ni se daba cuenta.

Cuando se acercó un poco más, vi que tenía las ojeras más marcadas y los ojos algo hundidos, supuse que no habría dormido bien, pero aun así me era imposible apartar los ojos.

—Buenas tardes, señorita, ¿ha pedido un chófer?— saludé felizmente intentando sacarle una sonrisa más real que la que me mostraba.

Y lo logré.

—Mmmm...— enarcó las cejas y me dio un repaso rápido— Sí, pero me espera uno un poco más atractivo... Tendré que conformarme.

Aquel comentario provocó que tuviera que contener una carcajada con todas mis fuerzas y me obligué a hacerme el ofendido.

—Auch, si pensara que lo dices en serio, ahora mismo mi orgullo estaría muy dolido.

—¿Quién dice que no lo diga en serio?— me retó con una sonrisita burlona.

Eso es Lydia, sonríe, que estás mejor cuando lo haces.

—Tus ojos— elevé las cejas un par de veces, pero me ignoró. No podía dejar que me ganara así que era mi turno de devolver el ataque, ella se lo había buscado— Dime, ¿te has puesto la ropa interior que vi el otro día?

Se quedó tan paralizada, ahí en medio de la acera, que no reírse fue complicado.

Su cara se empezó a poner roja pero sabía que no se iba a dar por vencida, me gustaba retarla, era como si quisiera averiguar hasta donde era capaz de llegar, descubrir cuanto podía tensar la cuerda, y esa emoción era demasiado adictiva. Toda ella era adictiva.

—¿Te refieres a las de abuela? Porque sé que las viste— se encogió de hombros, disimulando la vergüenza— Pues sí, esas mismas.

Esta vez sí que me carcajeé con ganas. Me encantaba que tuviera siempre respuestas para todo, aunque a veces tuviera que sacárselas a la fuerza.

—¿Sabes cuál es el problema?— le dije, mientras le tendía el casco para que se subiera detrás— Que estoy seguro de que me pondrías igual. Da igual lo que lleves o dejes de llevar.

Aquello pareció que no solo le hizo gracia, sino que un fugaz pensamiento pasó por su cabeza porque ahora ya no podía dejar de sonreír, mirando al suelo.

Otro punto para Jaxton.

Pero mientras se subía a mi espalda me di cuenta de una cosa.

Había dicho que 'me pondría igual', cuando, en realidad, lo que debería de haber dicho sería que 'me gustaría igual'. Esa era la palabra adecuada. Me gustaba. Ya había empezado a asumirlo. Pero no había sabido expresarme bien. Todo esto era nuevo para mí.

¿Y si ahora se sentía de nuevo acorralada por mi culpa y mis comentarios?

Hugo me había repetido por activa y por pasiva que no podía hacer comentarios sexuales, es decir, los de mi especialidad.

Después de estar un buen rato discutiendo porque yo no dejaba de insistirle en que eso era imposible, que no podía cambiar toda mi forma de ser, al final quedamos en que podía decir esas cosas, siempre y cuando estuviera haciéndolo de broma, no para provocar.

Pero esta vez lo había hecho sin querer. No quería que se echara atrás.

Y, es que, me había dado cuenta de que manejar a Lydia era una tarea bastante complicada pero emocionante al mismo tiempo.

Y si llueve, petricorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora