LYDIA
Cuando llegué a la cima no me lo creía.
Seguía teniendo la respiración entrecortada por culpa de la larga escalada. Las piernas me temblaban y el corazón bombeaba a toda velocidad, pero eso sí, las vistas eran inigualables.
Un prado verde se alzaba ante mí hasta donde alcanzaban a ver mis ojos y, más allá de eso, quién sabe lo que habría, pero la sensación de grandeza que azotaba mi cuerpo en esos momentos me gritaba que seguro que algo impresionante.
Los colores verdes de la tierra se camuflaban con el anaranjado de un atardecer suave y difuso.
A los segundos una leve brisa comenzó a sacudir mi pelo, trayéndome consigo el olor a tierra recién mojada... Petricor.
Era agradable, demasiado agradable, tanto que, por unos segundos, olvidé que me encontraba al borde de un alto precipicio.
Fue entonces cuando un repentino impulso sin sentido me invadió, tratando de hacerme avanzar. Era mi conciencia que me envalentonaba a continuar.
Con la vista al frente y sin ser del todo consciente de qué ocurriría si obedecía a esa vocecilla lejana de mi cabeza, levanté el pie derecho decidida con mis movimientos.
—"Solo estás a un paso, Lydia"— escuché que me decía— "Solo uno y serás libre, completamente libre"
—¿Libre? Eso... eso suena bien...
—"Sí, suena de maravilla, ¿no crees?"— me animaba con cariño— "Vamos, hazlo. Solo un paso más y lo lograrás"
—Solo un paso...
—"Eso es, solo uno y..."
—¡Lydia!
El grito atroz que retumbó a mis espaldas me hizo fruncir el ceño.
Al principio no lo identifiqué, no era capaz de distinguir aquel tono, sabía que me era meramente conocido pero ¿de quién era?
—"Nadie. No es nadie. Olvídalo, solo quiere molestar, solo quiere que te olvides de por qué estamos aquí, Lydia"
—¿De por qué estamos aquí?— murmuré, todavía con la vista clavada en el horizonte, y es que la belleza era tal que no me permitía centrarme del todo.
—"Sí, ¿ya no te acuerdas? Hemos venido por ti, para acabar con el dolor"
—Sí, el dolor... duele mucho.
—"Lo sé, corazón, sé que duele, por eso hemos venido, para dejarlo atrás"
—Sí— repetí, ensimismada.
De la nada la brisa volvió, esta vez con más fuerza, haciendo que el olor de la tierra también se intensificara.
Me detuve a disfrutar de él, embriagarme hasta quedar saciada, casi como si supiera que sería la última vez que lo disfrutaría, así que traté de memorizarlo, quedarme hasta con el más mínimo detalle.
Cerré los ojos, tratando de concentrarme pero, al perder de vista aquel paisaje, la voz volvió a alzarse, no la de mi conciencia, sino la otra, la lejana que continuaba llamándome con afán.
—¡Lydia! ¡No lo hagas! ¡Lydia!
Traté de moverme pero algo me retenía, fue como si alguien hubiera anclado de pronto mis pies al suelo.
Mecí la cabeza, enfadada, tratando de liberarme, pero el agarre pronto se volvió demasiado fuerte.
Abrí los ojos y descubrí que el sol casi había desaparecido por el horizonte. El naranja se había tornado casi negro. Quedaba poco tiempo.
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Y si llueve, petricor
Romance¿Qué harías tú cuándo esa vocecilla de tu cabeza no para de repetirte una cosa? Que no eres perfecta. Lydia tiene que soportar vivir con esa voz, día tras día, tratando de ignorarla pero, muchas veces, no resulta nada fácil. La voz interior de Jaxt...